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Lo político como conflicto, según la concepción materialista de la historia

Por Ramón Rosario Luna



Introducción

Este artículo es parte de un conjunto de redacciones que discuten asuntos clave de la teorización sobre la formación social propuesta por la concepción materialista de la historia (CMH). El primero presentó unos fundamentos filosóficos de esa perspectiva. El segundo y el tercero expusieron sobre cómo la CMH concibe la economía. El anterior a este expuso cómo el ordenamiento político defiende el modo de producción.


Esta redacción conceptualiza a lo político como un proceso de conflictos. Inicia presentando unas reflexiones epistemológicas y teórico-metodológicas sobre la relación entre totalidad social, transformación y conflicto. Luego presenta el surgimiento de las clases sociales y las inherentes luchas entre estas como un suceso histórico crucial. Posteriormente expone los tipos de conflictos, sean de clases, étnicos, raciales, de género, de orientación sexual, internacionales y sobre lo ecológico. Al final discute las dimensiones de las luchas de clases en sus dimensiones económicas, políticas e ideológicas.


Cambio y conflicto

Metodológicamente, partimos de este segmento del “Prólogo” de Contribución a la crítica de la economía política en el que Carlos Marx resume cómo él concibe la formación social:


En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.


Interpretamos este pasaje como uno que afirma simultáneamente integración y particularidad, asunto que marxistas como Lukacs, Gramsci, Bloch, Marcuse y Goldmann han trabajado mediante el concepto de totalidad (Jay, 1984). El presupuesto de integración está presente en que la CMH asume al ordenamiento social como una totalidad que incluye a lo político y sus conflictos. Dentro de dicha totalidad sus componentes contienen especificidades: lo económico opera como fundamento, lo político protege las relaciones socioeconómicas, y las ideas emergen como construcciones realizadas a partir de la experiencia de los sujetos en dicho sistema de relaciones. A la vez, hablar de dichas especificidades no niega los vínculos entre esas dimensiones, por lo que podemos hablar de la dialéctica entre lo particular y lo general: la totalidad está compuesta por elementos y por sus relaciones simultáneamente colaborativas y antagónicas de modo que supera a sus partes; a la vez esas particularidades están constreñidas por la totalidad, lo cual no oblitera que contengan grados de relativa autonomía y que hasta que entran en conflicto con el conjunto. En la medida en que el proceso económico se convierte en uno mundial, así mismo lo político (como defensa del sistema económico y como espacio de conflictos) alcanza el ámbito internacional y las formas sociales de la conciencia pasan a existir cada vez más en términos globales, de modo que esa totalidad se convierte en un asunto planetario.


Pero inmediatamente hay que subrayar la conflictividad y la historicidad de dicha formación social. En todo ordenamiento social existe la lucha entre a quienes les interesa mantener dicho orden y a quienes les interesa erradicarlo; y dicho conflicto puede manifestarse de diversas maneras y en varias dimensiones, sean estas económicas, políticas o ideológicas. A esa conflictos económicos debemos añadir que también existen pugnas con respecto a cuestiones étnico-raciales, sexuales y ecológicas. Esa conflictividad genera que esas estructuras sociales son históricas, de modo que las transformaciones sociales suelen ser producto de los conflictos sociales, cuya cúspide es la lucha de clases.


Asumir los principios ontológicos de totalidad, conflictividad e historicidad tiene importantes implicaciones epistemológicas en cuanto a cómo producir y organizar el conocimiento. Una es la crítica al orden gnoseológico dominante en la academia burguesa. En esas instituciones predomina lo que, a partir de la Comisión Gulbenkian (1996), podemos llamar la organización disciplinaria del conocimiento. Dicho disciplinarismo parte de un paradigma epistemológico simplificador que descompone la totalidad en partes como si esas partes no tuvieran vínculos entre sí y como si esa totalidad no fuera resultado de esos lazos (Morin, 2005). Así la academia burguesa institucionaliza la división entre economía, política, sociología, antropología, psicología… y escinde lo diacrónico (la historia) de cada una de esas disciplinas como si lo histórico fuera algo aparte de esos ámbitos de materialidad. Más certero es asumir a la formación social como un todo integrado, lo que exige conocer el fenómeno social como una totalidad, como un sistema, holismo que debe realizarse sin perder de vista la especificidad de las partes; la síntesis entre ese holismo y ese particularismo plantearía enfatizar en las ligaduras entre esos aspectos. Con respecto al tema que nos ocupa, esto sugiere concebir lo político como un asunto ecológico, tecnológico, económico, jurídico, psicológico, lingüístico, de género, de identidades sexuales, religioso, estético, sociológico, cultural, e histórico, entre otros aspectos.


La relación entre lo político y el conocimiento que se construye merece un comentario epistemológico y otro metodológico. El epistemológico concerniente a la relación entre lo político y la relación sujeto-objeto. Una razón por la cual la CMH concibe todo como cambiante, incluso lo político que aquí nos atañe, es por su objetivo de transformación política: sustituir el orden burgués por uno socialista. La CMH propone que el pensador asuma como meta el desarrollar conocimiento que permita transformar el mundo, esto es, estudia el poder como histórico porque quiere un cambio en las relaciones de poder. Interesantemente, esa intención política también apuesta a un cambio en la posición del sujeto en la historia, pues conoce históricamente para pasar de ser objeto de la historia a ser sujeto que la construye (Marx, 1845). Esto no significa que la CMH interpreta el proceso social como uno de flujo temporal solo por su interés en la transformación, como si esa cualidad fenoménica fuera un engendro del pensamiento: el socialismo científico (sinónimo de CMH) complementa esa dimensión política de promover el socialismo con su asunción de conocer científicamente los procesos sociohistóricos; esa cientificidad lleva a confirmar que existen cambios sociales, fenómeno que es independiente de si existe o no una perspectiva teórica que reconozca el carácter central del cambio. Esto solo subraya que las disciplinas burguesas, en la medida en que están comprometidas con el orden que las contextualiza, no adjudican prominencia a la historicidad de las ontologías que estudian; por contraste, quien asume la crítica al ordenamiento establecido y desea la transformación, opera partiendo de la premisa de la mutabilidad de los fenómenos y estructuras sociales, lo cual le facilita entender la historicidad de todo. Debemos reconocer que buena parte de sus obras, Marx se dedica a revisar la producción conceptual de los pensadores que le antecedieron en el área de estudio de la que se ocupa, tomando las aportaciones valiosas, criticando sus errores, explicitando sus premisas y vinculando esas limitaciones con el contexto sociohistórico en el que vivieron, así develando al sujeto social que hablaba por las bocas de dichos pensadores (la clase dominante o alguna facción de la misma). En vez de pretender neutralidad, Marx asumía que la crítica a la investigación producida y al ordenamiento social vigente del cual aquella es expresión, es condición para descartar categorías cuyo propósito es reproducir dicho orden y no explicarlo, por lo que la construcción de conocimiento objetivo (sobre el orden burgués) supone la ruptura simbólica con (la crítica a) dicho orden: el comunismo es episteme que permite inteligir la sociedad burguesa (Quinteros, 1985).


El comentario metodológico se refiere a cómo los historiadores se acercan al carácter cambiante de los fenómenos socioculturales. Algunos, con respecto a la cuestión de la relación teoría-observación, solo recolectan datos (sin reconocer la teoría de la que parten para observar), cuando intelectualmente lo responsable sería reconocer la insolvencia epistemológica del empirismo (Chalmers, 1990) y explicitar las premisas y conceptos desde los cuales estudian los procesos sociohistóricos. Otros historiadores, en cuanto a la cuestión ontológica de la relación ideas-sociedad en el fenómeno estudiado, abordan los cambios socioculturales desde marcos teóricos idealistas que asumen que los cambios ocurren por decisiones (manejos de ideas) de grandes hombres o de masas; esto desconoce que las ideas surgen de la experiencia social y que, en los procesos en los que unas ideas cobran gran vigencia (como cuando guían el derrocamiento de un gobernante, de una estructura política o de un sistema socioeconómico) esto sucede porque esas ideas aportan soluciones a los problemas concretos de ese momento histórico. Estudiar los procesos sociohistóricos desde una epistemología idealista oculta el sentido social y político de las ideas, lo que encubre a qué clases y grupos sociales les son instrumentales esas ideas;. Similarmente, proceder en términos de un empirismo que desconoce la relación entre los hechos y los factores que los generan pone un velo sobre los intereses en juego. Por el contrario, teorizar los fenómenos históricos como producto de los intereses materiales de sujetos sociales permite captar cómo los eventos y las ideas resultan de las relaciones entre las clases y sectores sociales. Entonces, qué perspectiva teórica asume el investigador es un asunto político, pues investigar desde distintas teorías produce diferentes tipos de conocimiento, los cuales tienen efectos políticos disímiles: la CMH explicita lo político, el idealismo y el empirismo lo ocultan.


El que lo social sea histórico exige teorización respecto a cómo y por qué suceden las transformaciones del sistema social. En Contribución a la crítica de la economía política Marx también teoriza sobre los cambios sociales:


En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa”.


Esta explicación del cambio social puede interpretarse así. El cambio tecno-económico hace que el viejo ordenamiento político sea inútil; esto requiere otra estructura política compatible con las nuevas relaciones socioeconómicas de producción y de propiedad; a partir de esa transformación económica-política surge un nuevo sistema social; en su experiencia en ese orden social novel, los sujetos desarrollan otras formas sociales de la conciencia. Tan pronto el desarrollo tecno-económico se constituye como uno de alcance internacional, los cambios en esa base gatillan transformaciones en los procesos políticos, en la subjetividad y en las múltiples esferas de interacción social. Lo anterior obliga a pensar dos asuntos: las ideas y el conflicto.


Sobre las ideas debemos criticar los manejos burdos del materialismo que dirían que las formas sociales de la conciencia (las ideas) son un mero reflejo de la experiencia social y que, por lo tanto, el cambio social engendra cambios en las ideas. Dicho materialismo unidireccional asume un sujeto pasivo y desconoce que las ideas son productos materiales del cerebro, que aquellas resultan de la interacción del humano (y su cerebro) con su contexto (relaciones sociales, naturaleza…), y que las innovaciones tecnológicas son propuestas de los sujetos ante problemas concretos del momento sociohistórico que viven. Mejor le va al entendimiento del proceso de cambio social si reconoce que el cambio tecnológico resulta del pensamiento de sujetos que intentan transformar la actividad y la existencia, lo cual implica que el cambio social es producto de la actividad intelectual (neurosocial) de los sujetos. Esto supone abandonar el pensamiento mecánico que asume un itinerario lineal de causación (tecnología, economía, política, sociedad, conciencia) y reconocer que la conciencia (el pensamiento y el sujeto que realiza el acto de pensar) es la que produce la tecnología, por lo cual el desarrollo en fuerzas productivas es producto del intelecto humano; esto no es epistemológicamente idealista, pues ese intelecto que no es más que el cerebro enfrentándose a sus problemas reales (Engels, 1883; Rosario, 2022).


Lucha de clases: origen

La cuestión del conflicto amerita espacio aparte. Los cambios sociales no suceden automáticamente ni de forma pacífica: hay pugna al respecto. Las transformaciones son promovidas por aquellos a quienes les interesan y son resistidas por aquellos a quienes le son adversas; y suceden solo cuando los primeros derrotan a los segundos, lo cual frecuentemente incluye eventos violentos. El hecho de que el conflicto sea el principal factor en la transformación social requiere teorización; el que lo económico sea lo fundamental en el ordenamiento social implica que los conflictos acaecidos en ese contexto son cruciales.

Partiendo de Lenin (1918), en el artículo anterior planteamos que el principal rol del Estado es de funcionar como instrumento de la dominación de clase (Rosario, 2023); con la colonización europea de América, esta dominación cobró un alcance intercontinental, el que permaneció intacto con el advenimiento del predominio del capitalismo en su fase imperialista. Pero garantizar el dominio de la clase explotadora no es el único sentido de los Estados, pues estos también operan como espacio de lucha entre las clases. Esas luchas sostienen una relación dialéctica con el ordenamiento político dentro del cual existen: usualmente lo reproducen, en ocasiones lo modifican moderadamente, y excepcionalmente generan cambios radicales, lo cual no excluye que las modificaciones parciales (reformas) lo estabilizan. Entonces, decir que el Estado burgués reproduce al capitalismo es certero, pero incompleto; y precisar que la democracia liberal es un Estado burgués es imprescindible, pero insuficiente; a ambos niveles debemos reconocer las dinámicas conflictivas que generaron dicho Estado, que ocurren a su interior y que pudieran engendrar otro Estado y otra formación social: las luchas de clases.


Pero hablar de Estado, y dentro de eso del Estado burgués, supone la comprensión de las razones por las cuales emergió el Estado: el surgimiento de las clases sociales. Para captar esto, CMH parte de que la producción social de la vida (la economía) es el fundamento de la formación social y de que los cambios en dicho ámbito gatillan transformaciones en los demás, incluyendo el político. Una vez comenzó a desaparecer el comunismo originario (hace unos 7,000 años) y surgieron sistemas socioeconómicos basados en la dominación de clases, la lucha de clases pasó a ser el principal determinante de la organización social y de sus cambios (Engels, 1884; Harman, 2007; Graeber & Wengrow, 2023). Ese es el significado de la máxima “la lucha de clases es el motor de la historia”, de la cual podemos criticar de la interpretación simplista y lineal que se deriva de la metaforización mecánica que contiene. De todos modos, para entender la organización y la transformación social resulta imperativo estudiar los procesos de luchas entre las clases sociales; y para quienes intentan erradicar el orden burgués, es imperativo comprenderlas.


Sin embargo, proponer que la lucha de clases determina todo evento histórico y cada componente del ordenamiento social es incurrir en un reduccionismo socioeconómico que no sobrevive la prueba empírica y que es ajeno al pensamiento de Marx y de Engels. Engels (1890) planteó que para la concepción materialista de la historia, la producción y la reproducción de la vida real es el factor que en última instancia determina la historia; también dijo que pensar lo económico como el único determinante es una tergiversación, pues los procesos políticos, jurídicos, militares, filosóficos, religiosos y subjetivos son importantes y existe un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores. Los énfasis son de Engels. Dado eso, el entendimiento de esa totalidad que es lo sociohistórico requiere examinar sus múltiples dimensiones y cómo cada una es factor activo que genera cambio en las demás. De paso, asumir esa unidimensionalidad, creer que el único conflicto es el de clases (ignorando las opresiones de género, orientación e identidad sexual, étnicas, raciales y ecológicas), es políticamente contraproducente, pues desatiende una serie de problemas sociales que quienes más intensamente los viven son las clases trabajadoras, a cuya liberación le es inmanente la erradicación de esas opresiones.

Pero a la vez es certero afirmar las luchas de clases no son lo único, es correcto decir que para la CMH lo socioeconómico es primordial y que, una vez surgidas las clases sociales, la lucha entre estas es el principal generador de los cambios sociales más relevantes. El concepto de lucha de clases exige definir cuáles son esas entidades que están en conflicto. Una manera de definir las clases es como una relación entre unos que explotan y dominan a otros, y otros que son explotados y dominados por aquellos. Estos conjuntos de personas sostienen distintos tipos de relación con los medios de producción y con las relaciones de producción: unos son dueños de aquellos medios y otros no lo son; unos tienen autoridad sobre otros en el trabajo y otros están una situación de subordinación a la autoridad en los procesos de trabajo. Dicho de otra manera, micropolíticamente unos deciden y ordenan en el trabajo, y otros ejecutan y obedecen; en términos económicos, unos controlan la riqueza sin producirla y otros producen la riqueza pero no la controlan. Las clases sociales no han existido siempre. Autores como Morgan (1877), Engels (1884), Childe (1950), Harman (2007) y Sahlins (2017) reconocen que, desde que surgió el Homo sapiens hace al menos 150,000 años, el modo de producción era comunista, no existía la división en clases. Esto era así porque el bajísimo desarrollo de las fuerzas productivas impedía que surgiera una parte de la sociedad que viviera de explotar a otra. Lo rudimentario de esa base técnica requería que, para sobrevivir, colaboraran en el trabajo (recolección y cacería) y compartieran en la distribución. En estos comunismos originarios el ordenamiento político consistía en democracia directa (no había una estructura decisional separada de la población) y las decisiones tomadas se sustentaban en que la población estaba armada: había anarquía (ausencia de Estado). La aniquilación del comunismo originario, el surgimiento de las clases sociales, advino con el desarrollo de las fuerzas productivas y la propiedad privada de los medios de producción: la metalurgia incrementó la productividad de modo que, cuando unos se apropiaron privadamente de los medios de producción, esos propietarios pasaron a controlar el proceso de trabajo y sus productos aunque no eran quienes realizaban la producción, y los no propietarios pasaron a trabajar sin controlar dicho proceso ni sus productos; y así los propietarios vivieron explotando a los no propietarios, apropiándose de su plustrabajo. Esta situación fue tremendamente antagónica en cuanto a la distribución de la riqueza producida, pues el bienestar de cada una de esas clases se logra solo a costa de restarle bienestar a la otra clase; y también es profundamente adversarial en cuanto las posturas ante ese ordenamiento económico, pues los intereses de los explotados tienen su máxima expresión en la eliminación de la dominación de clase y los explotadores procuran preservar la dominación. Esta intensa lucha está presente en todos los modos de producción en los que hay división de clases: entre amos y esclavizados en la esclavitud, entre señores y siervos en el feudalismo, entre capitalistas y trabajadores en el capitalismo, y entre burócratas y trabajadores en el estatalismo, ordenamiento que suele denominarse estalinismo a partir del modelo dirigido por Stalin en la Unión Soviética.


Tan problemáticamente conflictiva es la relación entre explotadores y explotados, que desde el origen de dicha escisión apareció como necesario crear un poder que sustituyera el dúo de democracia directa y pueblo armado del comunismo originario por una estructura decisional separada de la población y que estuviera dotada del monopolio de las armas: surgió el Estado como la violencia política-militar mediante la cual la clase económicamente dominante perpetúa la explotación. Por lo tanto, todo Estado es el Estado de la clase dominante, pues es el instrumento mediante el cual esas clases ejercen violencia política contra las clases dominadas (Engels, 1884; Harman, 2007), o es el medio mediante el cual unas clases dominantes implantan la dominación, como fue el caso en la conquista de América (Jennings, 2010; Quijano, 2014). El surgimiento del Estado, como extensión de la violencia a lo político para estabilizar la violencia económica, no elimina la conflictividad, solo la modera (evita que pase a su expresión armada) al desarmar a las clases subalternas; dicho de otro modo, la expande. En la medida en que las clases subalternas desarrollan su lucha, esta pasa al nivel estatal: al intento de modificar, y en última instancia derrotar, al Estado de la clase dominante y así poder implantar otro modo de producción y organizar otra sociedad.


Tipos de conflicto

Existen luchas de clase. Pero también existen pugnas en otras dimensiones sociales: con respecto al patriarcado hay conflictos de género y sobre orientación e identidad; con respecto al racismo y a la xenofobia existen conflictos entre quienes los combates y quienes defienden esas opresiones o las niegan; en el contexto internacional hay conflicto entre naciones opresoras (coloniales o capitalistas imperialistas) y naciones oprimidas (colonias y neocolonias); con respecto a la relación cultura-naturaleza hay conflicto entre quienes promueven la relación extractivista que la cultura contemporánea sostiene con el ecosistema y quienes critican esa relación y promueven otra. Usualmente estas opresiones están entremezcladas.


Dado que en la sociedad burguesa la economía es capitalista, es pertinente examinar la principal lucha de clases al interior de ese modo de producción: la existente entre burguesía y proletariado. Esto ha sido investigado ampliamente desde la CMH y ha sido expandido en la medida en que el capitalismo se ha transformado y se ha expandido a la periferia económica. La teorización sobre clases sociales desarrollada por Marx (1844, 1850, 1852, 1957-58) se refiere al contexto europeo del siglo 19 y la de Lenin (1919) al de finales del siglo 19 e inicios del 20; ambas anteceden a la reforma compuesta por la política económica keynesiana, la política laboral fordista y la asistencia social provista por el Estado benefactor que fue implantada a mediados del siglo 20 y plantean que las clases sociales son burguesía, proletariado, pequeña burguesía, campesinado y lumpenproletariado. Mandel (1975), Poulantzas (1977), Harnecker (1971) y Wright (1992, 1997) teorizan considerando dicha reforma; esto los lleva a conceptualizar la aparición de nuevas clases o sectores medios que se añaden a la pequeña burguesía, pero, a excepción de Harnecker, lo hacen desde el contexto de las potencias económicas. Portes & Hoffmann (2003) toman la adaptación a la nueva época del capitalismo propuesta por Wright y la ubican en el contexto de la periferia, específicamente en el latinoamericano, a partir de lo cual conceptualizan la existencia de grandes sectores de trabajadores precarios y de sectores permanentemente excluidos de los procesos productivos. A grandes rasgos, estimamos que esta última teorización es la más correcta (Rosario, 2021a; Rosario, 2021b). Pero todos estos pensadores coinciden en que la relación de clases sociales básica en el capitalismo es la relación entre capitalistas y trabajadores; revisemos esas dos clases y sus relaciones.


La clase capitalista es una de las dos clases más importantes en la sociedad contemporánea porque, aunque es pequeña, es la dominante: controla la economía por ser la propietaria de los medios de producción, de los productos (alimentos, vivienda, vestimenta, transporte, entretenimiento, salud, educación…) y del valor en el que se convierten los productos al venderse, de los medios de intercambio (los comercios) y de los medios de financiación de la actividad económica (la banca), todo lo cual le permite controlar las condiciones laborales y el plusvalor que los trabajadores generan; y ese poder se estabiliza al esta clase manejar directa o indirectamente los medios de difusión de ideas mediante los cuales se conforma la interpretación del proceso social y las instituciones de socialización de los individuos (la prensa escrita y televisiva, la escuela, las iglesias, el aparato publicitario, la industria cinematográfica y la musical…); además, la burguesía reafirma su poder al dominar la política mediante el financiamiento de las campañas de políticas, cuenta con el ordenamiento jurídico que legitima las relaciones de propiedad y con aparato represivo del Estado (policía, ejército, tribunales, cárceles…) que perpetúa las relaciones de propiedad (defiende por la fuerza la propiedad capitalista). Del otro lado está el proletariado, que por no poseer medios de producción solo puede vivir de vender su fuerza de trabajo; pero en las economías capitalistas es mayoritario, produce casi todo (alimento, vivienda, vestimenta…), y realiza las labores comerciales y financieras; pero no controla los procesos de trabajo ni el valor en el que se convierten los productos; tampoco controla los medios de difusión de ideas ni de socialización de los individuos, aunque son quienes allí realizan las tareas; igualmente, esta clase está excluida del control del Estado, tanto del liderato de los principales partidos, de las decisiones políticas, como de las armas usadas para defender las relaciones de propiedad.


La relación entre estas dos clases sociales es antagónica. De un lado, la burguesía tiene como principal objetivo acumular ganancias: intenta conseguirlas explotando a los trabajadores, haciéndolos producir lo más posible (sea prolongando la jornada laboral o intensificando la productividad mediante tecnologías más sofisticadas); a la vez que intenta pagar el menor monto de salarios (contratando tan pocos trabajadores como puedan y otorgando a cada uno el salario más bajo posible). Del otro lado, los trabajadores quieren incrementar su bienestar material, sea evitando que los despidan (en oposición al desplazamiento por maquinarias propio de la industrialización), o reduciendo la jornada laboral (para tener más tiempo libre) o aumentando los salarios (para obtener mejor alimentación, vivienda, servicios de salud y educativos…); ambos actos merman las ganancias de los capitalistas, pues evitar despidos y reducir la jornada laboral imposibilitan la reducción de puestos laborales, y aumentar los salarios eleva los costos de operación. Entonces, como el incremento en el acceso a los recursos de cada una de estas dos clases depende de restárselos a la otra clase, esta relación es inevitablemente adversarial. Es cierto que la dimensión jurídica-política-militar (el Estado) funciona como instrumento de la clase dominante: las relaciones de propiedad aparecen como leyes, las que son defendidas por las fuerzas armadas estatales, y el Estado suele ser administrado por partidos de la clase dominante; pero a la vez, la política es espacio de conflictos entre diferentes clases sociales con distintos intereses y entre sectores con diferentes proyectos de sociedad, que en última instancia son proyectos que encarnan de modo diferenciado los intereses de distintas clases; por lo tanto, la política es el contexto crucial de la lucha entre clases sociales. Similarmente, las instituciones de socialización (escuela, iglesia, prensa, publicidad, industrias musicales y filmográficas…) están controladas por la clase capitalista o por sus aliados, por lo que difunden ampliamente ideas cónsonas con el orden social, se las implantan a los sujetos, quienes actúan en esos términos y así reproducen dicho sistema; pero en estos contextos también se escenifica la lucha entre ideas que perpetúan el sistema social e ideas que lo impugnan.


Metodológicamente, debemos recordar la complejidad de todo esto en varios sentidos. Uno de ellos es que, en la medida en que el gran capital monopólico de las potencias capitalistas establece operaciones en países pobres mediante lo que Lenin llamó imperialismo, la lucha de clases se torna internacional, pues los intereses de la clase explotadora metropolitana están en contradicción con los de la clase explotada (neo)colonial (Lenin, 1917).


Otro sentido de la complejidad de las relaciones entre clases es que la centralidad ontológica de las luchas de clases entre burgueses y proletarios no niega conflictos entre otras clases. ¿Qué pugnas existen entre los capitalistas y las demás clases sociales? La pequeña burguesía intenta evitar que los capitalistas industriales y comerciales los desplacen y que el capital bancario los asfixie con intereses impuestos mediante condiciones usureras. La burguesía, especialmente en tiempos neoliberales, intenta reducir la asistencia social para que, con un Estado más pequeño, puedan reducirse los impuestos y así quedarse con una tajada mayor de sus ganancias; esto degrada las ya muy precarias condiciones de vida de los sectores marginados. Los gerenciales pugnan con los capitalistas por mayor salario y autonomía, lo cual es resistido por la clase dominante. Otro sentido de la complejidad de este fenómeno es que existen choques entre otras clases, como cuando la pequeña burguesía ataca a la lucha obrera por mejores salarios que dificultarían el crecimiento de su negocio y convertirse en capitalistas, o cuando diversas clases (incluida las capas más altas de las clases trabajadoras) la emprenden contra los marginados apoyando la reducción de los subsidios que reciben del Estado. La complejidad de estos conflictos se agudiza cuando en las entrañas de cada clase se desatan riñas: entre capitalistas, como sucede entre el capital financiero, el industrial y el comercial, por la proporción de la tajada de las ganancias; entre trabajadores asalariados cuando compiten individualmente por puestos laborales; y entre pequeños burgueses por espacios en el mercado. Esta complejidad se intensifica más aún cuando entra en juego la dimensión internacional resultante del imperialismo, pues los intereses de la clase explotadora metropolitana están en contradicción con los de las burguesías criollas de las (neo)colonias debido a que el capital imperial y el criollo compiten por espacio en el mercado y por el control del Estado colonial; estas contradicciones pueden generar un posicionamiento anti-colonial por parte de la burguesía criolla, pero en muchos casos esa burguesía no puede asumir la descolonización porque, al ser una burguesía dependiente, vive de operar como socio menor del capital imperial, del cual el Estado colonial y no van a emprender una ofensiva en contra del Estado que defiende sus intereses como clase dominante.


Tan importante como reconocer las luchas de clase es notar que en las sociedades burguesas existen otros conflictos que no son de clase. Es estas formaciones sociales existe el patriarcado, LGBTIQ+fobia, el racismo, la xenofobia y el (neo)colonialismo. Dichas opresiones provienen de sistemas sociales precapitalistas, específicamente de sociedades esclavistas o feudales, en los que el fundamento socioeconómico era tan brutalmente opresivo que la idea de la igualdad entre los seres humanos era extraña, de modo que a partir de esa base se construían ordenamientos socio-sexuales, étnico-raciales e internacionales tiránicos. En la medida en que se generalizan las relaciones sociales mercantiles y el capitalismo, las experiencias de los sujetos contienen unos elementos de libertad y de igualdad formales que son inexistentes en los anteriores modos de producción. A partir de esas experiencias, surgen las ideas de igualdad y de libertad, las cuales son instrumentales para organizar los movimientos sociales que impugnan las opresiones de género, de orientación sexual, étnicos, raciales y coloniales. Estas luchas logran ser parcialmente victoriosas; recordar las conquistas de los movimientos feministas (derecho al voto, derecho a divorciarse, derechos reproductivos para las mujeres…), la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, los derechos civiles logrados por los afroestadounidenses, la prohibición del discrimen por razones de género, orientación sexual, raza u origen étnico en el grueso de las democracias liberales es importante y los procesos de descolonización (en América durante el siglo 19 y en África durante el siglo 20); pero también lo es notar cuán difíciles fueron esas luchas para cada una de esas comunidades y que dichas opresiones han sido suavizadas, no erradicadas. Eliminar dichas opresiones exige que la sociedad se dedique explícita y sistemáticamente a eso, y que el fundamento económico-político de la sociedad consista en uno que no tenga como premisa la dominación, pues la economía-política condiciona y modela a las demás esferas de relación social. Por lo tanto, un modo de producción que elimine la dominación de clase es crucial para erradicar las diversas opresiones: esto se logra con la preeminencia de la propiedad colectiva de los medios de producción y con el control democrático de dichos medios por parte de sus trabajadores. Pero en las colonias resulta imposible desarrollar una economía socialista (propiedad colectiva y democracia obrera), pues el Estado colonial es la defensa de la dominación capitalista extranjera; por lo tanto, es necesario destruir el Estado colonial para desarrollar un proyecto socialista y con él la erradicación de las demás opresiones; de esto no se deriva que las luchas antipatriarcales, antirracistas, antixenofobia y anticapitalistas son imposibles hasta la independencia política, de hecho surgen en la medida en que dentro del marco colonial se desarrolla la economía capitalista; a los socialistas les corresponde apoyarlas, al igual que apoyan la descolonización. Pero, solo cuando la base (socioeconómica) de la existencia consista en la solidaridad y la equidad, esos principios regirán en el conjunto sociocultural, lo que convertirá al sexismo, a las LGBTIQ+fobias, al racismo y a la xenofobia en formas de relación social completamente inaceptables y no solo en términos formales, que es como existen en la sociedad burguesa. Dicho de otro modo, no solo es cierto que la emancipación del proletariado libera a las demás clases sociales sometidas a la clase capitalista; también lo es que aquella emancipación es condición para la más profunda eliminación de las opresiones de género, orientación e identidad sexual, raza y etnicidad. Resumiendo, la impugnación de antiguas dominaciones (étnicas, raciales, de género, de orientación sexual…) solo cobra algún grado de presencia social relevante con el desarrollo capitalista, pero dicho modo de producción imposibilita la eliminación de dichas opresiones, lo cual solo puede advenir con una economía socialista.


Otra dominación y fuente de conflictos que no es idéntica a la relación capital/trabajo, pero que es producto directo de la economía política capitalista, es la del especismo antropocéntrico. La consecuencia de este antropocentrismo es la incipiente devastación ecológica. ¿De dónde surge esta forma de existir que arrasa con el ecosistema? Una vez el humano creó el desarrollo tecnológico que permitió cierto desarrollo de sus capacidades, este dejó de adorar a la naturaleza como un poder superior y creyó dominarla. En la medida en que surgieron la propiedad privada y la explotación de clase, comenzó a generalizarse el interpretar a la naturaleza como cosa que se posee y se explota. También, tan pronto fue surgiendo el patriarcado hace unos 5,000 años (Lerner, 1967), se dejó de ver a la naturaleza como madre que provee vida y se le trató como dicho orden socio-sexual trata a las mujeres: como cosa a dominar. La sociedad burguesa incluye y fusiona esos tres factores: la explotación, el uso de portentosas fuerzas productivas para dicha explotación y el patriarcado. Así va generando un ecocidio de alcance planetario en nombre de la acumulación de valor y lujos para la burguesía. Entonces surge otro conflicto entre los intereses capitalistas y el bienestar común, el cual necesita de una relación sana con la naturaleza. La lucha contra la destrucción ambiental perpetrada por las grandes corporaciones capitalistas y por los niveles de consumo de los más ricos es una de las más importantes de este momento sociohistórico. Por supuesto, la plutocracia tiene de su lado el poder estatal y los medios de comunicación masiva; pero cada vez más los científicos desarrollan la comprensión de este problema y las causas que lo generan, lo que a su vez promueve el crecimiento de este movimiento.


En un contexto colonial, la regulación de la relación humano-naturaleza está en manos del gobierno metropolitano, instrumento político mediante el cual el capital imperial implanta su agenda extractivista. Una relación armónica con el ecosistema exige que desaparezca el capitalismo y el Estado burgués, por lo que la descolonización (eliminar ese Estado burgués colonial) es necesaria para desarrollar otro orden económico-político. Pero, como los Estados independientes pueden ser capitalistas, desde la perspectiva de clase trabajadora propia de la CMH se evalúa a la independencia política como un medio para lograr un fin mayor: una sociedad superior, lo que incluye una economía socialista, el establecimiento de una relación sana con el medioambiente y la eliminación de las opresiones de género, orientación sexual, étnicas y raciales. Eso difiere de la concepción pequeñoburguesa de la independencia, que piensa ese estatus político como un fin en sí mismo. En última instancia, ese control imperial también es cierto para las demás dimensiones sociales (de género, orientación sexual, étnicas y raciales); en ocasiones eso ha resultado en la otorgación de derechos a mujeres, personas LGBTTIQ+ y minorías étnico-raciales a pesar de la resistencia de sectores anclados en la (tendencialmente tradicionalista y autoritaria) cultura nacional. Un Estado independiente puede funcionar como reproductor del patriarcado, el racismo y la xenofobia, por lo cual esa forma política no es un fin en sí mismo para los grupos oprimidos; más bien existe como un instrumento que puede facilitar procesos de liberación.


Dimensiones del conflicto capital/trabajo

Dado el carácter fundamental de lo económico y que en el capitalismo la principal relación es la del capital con el trabajo, debemos concentrarnos en examinar la pugna inmanente a dicha relación. Esta se manifiesta en tres niveles: económico, político e ideológico.

Para enfrentar la opresión económica de la clase capitalista, los trabajadores desarrollan una multiplicidad de actividades organizadas. Crean sociedades de socorro mutuo mediante las cuales comparten acceso al consumo en casos de necesidad (desempleo, huelga, enfermedad o muerte de un proveedor…); cooperativas, que son empresas de propiedad colectiva controladas por grupos de trabajadores y destinadas a mejorar su bienestar, sean estas de producción, ahorro y crédito, consumo o de vivienda; sociedades de educación obrera para desarrollar una perspectiva que facilite crear y fortalecer organizaciones y líderes para enfrentar las agresiones de los patronos; y sindicatos, que son las organizaciones creadas por los trabajadores para combatir la opresión impuesta por la clase capitalista en el contexto de los talleres de trabajo. En las luchas sindicales suelen priorizarse asuntos como los salarios, la duración de la jornada laboral, la estabilidad en el empleo, la salud laboral y la jubilación. Los sindicatos surgen inicialmente a nivel de un centro de trabajo y luego se expanden a nivel de toda una empresa, industria o región; ocasionalmente adquieren alcance nacional y a veces internacional. Es importante reconocer que habitualmente los sindicatos operan, y las negociaciones colectivas que logran existen, dentro de los confines del Estado burgués; también que, por definición, la negociación colectiva incluye que ambas partes realizan concesiones a cambio de lograr o mantener algo: cuando los trabajadores consiguen convenios colectivos, estos suelen a gravitar en torno a que los patronos conceden alguna mejora en las condiciones laborales a cambio de la continuación de las operaciones de la empresa, lo cual deja intactas las relaciones de propiedad burguesas y la explotación que allí sucede. Lo anterior implica que el sindicalismo tiende al reformismo; pero existe un espectro: a veces el sindicato existe como una oficina de recursos humanos del patrono por sus niveles de docilidad; en otras ocasiones el sindicato está dominado por una burocracia sindical que lo administra como una empresa que ofrece servicios a los trabajadores; cuando el sindicato funciona en términos reformistas, este varía en grados de cercanía con respecto a los intereses de los trabajadores, y en algunas coyunturas organiza paros o huelgas que detienen la operación de la empresa y el flujo de ganancias hacia los bolsillos de los patronos como modo de presionar para lograr mejores condiciones laborales; excepcionalmente, el sindicalismo se radicaliza y realiza huelgas generales para derribar gobiernos o hasta se torna revolucionario y participa de intentos de derrocar a la clase dominante (las tendencias comunistas-marxistas y anarco-sindicalistas se destacan dentro de estas dos últimas vertientes). Por encima de esa variedad, la lucha de clases en los talleres de trabajo existe como una fuente de experiencias que facilita comprender qué son los intereses de clase y en qué consiste la relación entre capitalistas y trabajadores. Sin embargo, captar los límites de la lucha sindical lleva a reconocer la necesidad de pasar a la lucha política.


Dado que la lucha de cada sindicato no alcanza al resto de la clase trabajadora que está fuera de cada taller de trabajo, y dado que aún en las federaciones sindicales amplias la lucha sindical suele circunscribirse a lo laboral y que la sociedad contiene un sinnúmero de dimensiones no-laborales, en algún momento los trabajadores expanden su lucha contra el capital de lo puramente económico a una lucha estatal. Esta se centra en los partidos. Así, sindicatos independientes o federaciones sindicales pasan a realizar una diversidad de actividades políticas: a veces intentan influir en partidos burgueses o pequeñoburgueses para lograr legislación favorable a los intereses de los trabajadores; en otras ocasiones se alían con partidos centrados en los intereses de la clase trabajadora ya existentes o los crean. En la medida en que partidos orgánicos a la clase trabajadora ganen espacio en las legislaturas, aumenta la probabilidad de alcanzar reformas laborales favorables en áreas como estas: las condiciones jurídicas de la lucha sindical (la legalidad de los sindicatos y las huelgas); condiciones de trabajo (subir los salarios, aumentar la paga por trabajar horas extra, reducir el tiempo de prueba previo a concederle la permanencia al trabajador, reducir la edad de jubilación, leyes de protección de la salud de los trabajadores, establecer pensiones que permitan un nivel de vida decoroso para los jubilados…); legislación social que satisfaga necesidades apremiantes del proletariado (subsidios de alimentos y de vivienda para los más pobres, sistemas de educación pública y de salud pública que sean gratuitos y universales…); asuntos económicos generales como decisiones sobre la propiedad (privada o colectiva) de las empresas, programas de desarrollo económico y una reforma contributiva que establezca impuestos progresivos que provean el presupuesto con el cual costear aquellos subsidios y servicios públicos. Pero la dimensión política-estatal también permite lidiar con una diversidad de asuntos que desbordan lo laboral y lo económico, como el racismo, la xenofobia, las cuestiones de género, la orientación sexual, los códigos penales, el medioambiente y, en casos de situación colonial, la relación con la metrópolis, asuntos que también son altamente importantes. En los contextos coloniales, la estructuración jurídica-política dentro de la cual se desenvuelve la lucha de clases es en Estado colonial, el cual funciona como instrumento de los proyectos del capital metropolitano. Esta condición colonial puede significar una limitación relevante en contra de los intereses económicos de la clase trabajadora, del desarrollo a nivel político de las luchas por esos intereses y de la posibilidad de organizar un proyecto de sociedad distinto al del orden burgués.


Las múltiples dimensiones de los proyectos de país propuestas por los partidos varían; y esa variedad se expresa a varios niveles. En última instancia (con respecto al modo de producción capitalista), los partidos tienen dos tendencias: defienden el orden establecido, la continuación del capitalismo (lo que los convierte en instrumentos de la burguesía), o impulsan un cambio de sistema social, establecer una economía socialista (encarnan la cúspide de los intereses de la clase trabajadora). Con respecto al capitalismo neoliberal como política económica dominante, existen partidos que respaldan dicha orientación y otros que la critican, sea proponiendo la combinación de capitalismo y Estado benefactor (socialdemocracia, welfareismo, reformismo social, nuevo trato/reparto…) o substituyendo el capitalismo por el socialismo; la tendencia a apoyar el neoliberalismo tienden a ser asumida por la burguesía y la crítica a dicha política económica es cercana a los intereses de las clases subalternas. Reconociendo que en los programas de gobierno de los partidos están presentes varias dimensiones (sistema económico, estructura política, posturas ante el patriarcado y el racismo, relación con el medioambiente…), podemos precisar varios tipos de partidos: los fascistas plantean intensificar las opresiones (de clase, racial, patriarcal…) en todas sus dimensiones; los conservadores combinan la defensa del capitalismo de libre mercado con valores morales tradicionales; el liberalismo clásico subraya la propiedad y las libertades individuales; la democracia cristiana pretende suavizar la opresión económica capitalista con reformas socioeconómicas a la vez que defiende la moral tradicional; el progresismo promueve reformas socioeconómicas a favor de los de abajo y libertades individuales; los partidos verdes priorizan la defensa del medioambiente y preconizan las libertades individuales; las tendencias socialistas coinciden en la propiedad colectiva de los medios de producción, pero varían en cuanto a la estructura política, pues hay tendencias autoritarias, democráticas y hasta libertarias. Contemporáneamente, la burguesía y sus aliados tienden a promover partidos conservadores; las clases trabajadoras suelen gravitar alrededor de partidos progresistas. En las colonias no es raro que el debate se centre alrededor de la relación entre la nación subordinada y la metrópolis, obliterando así la discusión de múltiples asuntos (económicos, laborales, derechos civiles y políticos, ecología, patriarcado, racismo, xenofobia…). En la medida en que las clases trabajadoras incrementan su poder político (partidos que desarrollan conciencia de clase y promueven un proyecto social orgánico a sus intereses), se encontrarán en conflicto con el ordenamiento colonial que impide el despliegue de su proyecto.


La dimensión ideológica de la lucha capital/trabajo es crucial tanto en los procesos sindicales-laborales como en los partidistas-políticos. La difusión de ideas orgánicas a los intereses de ambas clases principales a través de medios como periódicos, programas radiales, música, literatura, teatro y artes visuales es inmanente a las luchas sindicales y políticas. Debido a su gran caudal, la burguesía tiene la ventaja de poseer medios de difusión de sus ideas que están bien financiados; los medios de lucha ideológica de los trabajadores suelen ser más limitados por el menor nivel de ingreso propio de esta clase. Así, la prensa burguesa divulga una visión de mundo cónsona con los intereses de la clase capitalista y con la reproducción de dicho sistema al hablar de gigantismo e ineficiencia gubernamental, promover la privatización de las corporaciones públicas, idealizar a las empresas privadas y al mercado, justificar el despido de empleados públicos y demonizar a los sindicatos y al socialismo. Las escuelas cumplen un rol similar: reproducen las clases sociales por estar estratificadas (colegios privados de $10,000 anuales o más para la burguesía, colegios privados de $3,000 a $6,000 para los sectores medios y escuelas públicas para los pobres); y se fundamentan en un currículo que deja intocado o glorifica el dominio colonial (autodesprecio de los colonizados, exaltación de los colonizadores…), que admira a los empresarios capitalistas, que reproduce el eurocentrismo, y que no señala críticamente el patriarcado, el racismo ni la problemática relación del capitalismo con el ecosistema. Análoga función desempeñan otras instituciones: las iglesias minimizan la importancia de las relaciones de poder mediante su espiritualismo, crean sujetos sumisos mediante la condena a la rebeldía y promueven una perspectiva claramente patriarcal; el aparato publicitario fortalece una mirada hedonista, inmediatista y fetichista del mundo que identifica consumo y felicidad y oculta las relaciones sociales de poder presentes en la producción y de distribución de las mercancías y el valor; la industria cinematográfica crea un mundo de fantasía estructuralmente similar a las relaciones sociales vigentes en el que a lo sumo se resuelven algunos problemas de modo mágico e individualista centrado en un héroe; y la industria musical promueve principalmente a artistas cuyas canciones discurren sobre lo erótico o la exaltación del dinero y las armas y que tratan a las mujeres como cosa. Cercano a esto es el rol de las redes sociales de comunicación digital (Facebook, Twitter, Instagram…), cuyas estructuras facilitan comunicación y conocimiento efímeros y superficiales, agredir fácilmente al interlocutor, y que los individuos se rodeen de personas con perspectivas parecidas, todo lo cual propende a la generalización de conocimiento insustancial y a una cultura (anti)intelectual que facilita la dominación. Estas instituciones no son parte del Estado; pero, al reproducir las relaciones socioeconómicas, cumplen el mismo rol del Estado, por lo que coincidimos con Althusser (1970) en denominarlas Aparatos Ideológicos del Estado. El resultado de las interacciones sociales ocurridas dentro de estas instituciones es la generalización de formas de interpretar la sociedad y su historia que, aunque son directas y a veces se contradicen, concuerdan con los intereses de la burguesía; esto hace que la dominación de clase incluya el consentimiento de las clases dominadas, lo cual estabiliza el sistema de relaciones sociales de la sociedad burguesa, fenómeno que Gramsci (1971) llamó hegemonía. Sobre la hegemonía podemos recordar que los intelectuales son quienes principalmente la engendran y difunden-implantan; ese rol intelectual incluye a los directivos de las empresas capitalistas (quienes realizan la función de pensar, decidir y ordenar), proceso crucial en importancia en la conformación de la hegemonía burguesa. Interesantemente, en estos espacios existe una relativa autonomía que permite cierta presencia de ideas críticas del orden social y de propuestas de cambio social, por lo que este campo de intercambio de mensajes existe como uno de conflicto entre ideas promotoras de lo establecido e ideas que intentan subvertirlo.


También debemos examinar la dimensión militar de la lucha de clases. Casi nunca la hegemonía es perfecta, pues es prácticamente imposible que la clase dominante logre persuadir todo el tiempo a todos los miembros de la sociedad de que el orden vigente es deseable; el que las clases dominadas reciban la violencia de la explotación (trabajo asalariado) y de la marginación (desempleo) torna en especialmente difícil la aceptación estable de la ideología burguesa; más aún cuando las ideas de democracia, igualdad y libertad son parte del repertorio subjetivo que se generaliza en la sociedad burguesa. En la medida en que la violencia simbólica es insuficiente para reproducir las relaciones e interacciones capitalistas, las clases subalternas desarrollan luchas (sindicales, partidistas…) contra esas estructuras. Mientras más masivas sean esas luchas, más amenazadas están las clases dominantes, y más tienden a acudir a la represión para evitar que el poder organizativo de las clases subalternas crezca; y más dura es la violencia política del Estado cuando dicha masividad intenta erradicar el orden económico-político establecido. Ante eso, el proletariado puede andar uno de dos caminos: aceptar sumisamente la superioridad del poder burgués y conformarse con el ordenamiento social establecido o defenderse mediante la lucha armada y abrir la posibilidad de implantar un nuevo sistema social si alcanza la victoria. No hay duda de lo terrible de este nivel de la lucha de clases; pero, si intentamos entender rigurosamente los procesos sociohistóricos, debemos reconocer estos fenómenos y las razones por las cuales suceden. Estos procesos de guerra civil se desatan en los contextos en los que se intensifican contradicciones entre las principales clases sociales: dura dominación económica que pauperiza a las clases subalternas, impugnación de esas condiciones por parte de esas clases, represión brutal de esa lucha de los oprimidos y respuesta defensiva contra la represión. Dicho de otro modo, dado que el Estado, incluido el burgués y su variante colonial, se instauró mediante la violencia y se mantiene reprimiendo las luchas de las clases dominadas, el que el conflicto de clases alcance el nivel de guerra civil es el resultado del encuentro de dos fuerzas antagónicas: el poder de los subalternos de impugnar la opresión socioeconómica y la represión que la defiende, y el poder de las clases dominantes para defender sus privilegios y usar las fuerzas represivas para mantener el orden social vigente. El derecho vigente legitima las relaciones de propiedad (y el ordenamiento socioeconómico), y la fuerza pública es la garantía de la estabilidad de ese derecho, de ese sistema económico-político; y relega los derechos de las clases subalternas y desconoce la legitimidad de su uso de la violencia. El alto nivel de conflicto resulta de opresión socioeconómica desbocada, de ausencia de hegemonía, de disposición de los subalternos a descartar las relaciones actuales, de su intención de explorar otras, y de ausencia de prestigio de las instituciones de las clases dominantes y de la cancelación del temor a la represión.


Cierre

Esta redacción inició planteando unas bases teóricas que permiten dilucidar la relación entre conflicto, estructura y transformación social. Luego conceptuó a lo político como el contexto de la diversidad de conflictos de clase, étnicos, raciales, de género, de orientación sexual, internacionales y ambientales. Abundó en la principal lucha dentro de la sociedad burguesa, el conflicto de clases entre capitalistas y trabajadores, y en sus múltiples niveles (económico-sindical, político-Estatal, ideológico-subjetivo y militar).


En el siguiente artículo desarrollaremos el reconocimiento de la complejidad de los conflictos. Examinaremos la complejidad ontológica como resultante de su historicidad, contradictoriedad y multiplicidad de niveles. Discutiremos el vínculo entre la complejidad epistemológica de los conflictos y la cientificidad y politicidad de los procesos de conocimiento de esos fenómenos.


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