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La mayoría de los anhelos




Una multitud embravecida ocupó el Centro de Convenciones, convocada por el Partido Independentista Puertorriqueño para su Asamblea General el 10 de diciembre de 2023. En la espera por empezar los trabajos, Mikie Rivera ha puesto esta masa de sobre cuatro mil independentistas a cantar. 


Es un estruendo ensordecedor: 


“Oye boricua yo te canto esta canción…”


Pienso en el colectivo de compañeros y compañeras que corre de un lado para otro haciendo este evento una realidad concreta. En este día, para estos militantes, siempre habrá un asunto apremiante más; otra tarea que cumplir.


Me pregunto qué apreciación de la asamblea tendrán desde su perspectiva ahora mismo: ¿cómo se ve desde adentro, desde el punto de vista de las militantes inmiscuidas en el meollo del asunto? Su accionar, en este preciso momento, se encuentra dominado por la demanda del instante práctico. Desde ahí, pienso, se le haría difícil a cualquiera constatar si lo que se siente y piensa es producto de la ilusión emocionada o apreciación clara de la situación. Hasta las mejores mentes dadas a la estrategia política –y aquí hay recogidas y activas muchas de ellas– sospechan que el entusiasmo puede nublar la vista. 


Pero este es, por demás, un problema lindo que tener. Y un problema que deberán asumir cada día más personas, según se vayan comprometiendo seriamente con el triunfo de la Alianza entre este PIP renovado y su contraparte de coyuntura histórica, el Movimiento Victoria Ciudadana.


Así, de prisa y entre los coros animados de esas cuatro mil voces que casi no dejan escuchar los pensamientos propios, comienzo un esbozo de análisis: Aquí lo que hay es agitación. Ánimo de batalla.


No es espejismo. El pulso de esta gente es claro: miles de personas que se ven, por primera vez y luego de una vida en la oscura marginalidad de la política minoritaria, ante la posibilidad de un triunfo. 


Ya el sacrificio no será la abnegación moral de quien se sabe minoría, pero con la línea correcta. Podrá ser, al fin y meramente, el sacrificio de una marginalidad impuesta por el pasado y el poder. Tendrá que ser el empeño en construir una mayoría que dé expresión a un torrente inacabable de descontentos subterráneos.


“…Viva la patria, viva la revolución.”


Respondiendo a esa dinámica entre minoría y mayoría, María de Lourdes Santiago, vestida de blanco en honor a las defensoras históricas del voto femenino, articuló una estrategia factible para transitar hacia la victoria electoral. Recordando que en el Capitolio la denominan “portavoz de la minoría”, por ser la única senadora del PIP, Santiago describió el método para construir la amplitud multitudinaria capaz de llevar a Juan Dalmau a Fortaleza: asumirse portavoz de la amplia mayoría que vive con consciencia de que “el Estado se ha convertido en enemigo del pueblo”. De esa forma, esta otra mayoría, concebida ya no en términos partidistas, sino sociales, se compondría de quienes denuncian el deterioro de la educación, se indignan ante el desplazamiento y saben que los corruptos que nos gobiernan lo hacen con odio a los pobres.


Esa otra mayoría agregada, que Santiago denominó la “de lo anhelos, … de las aspiraciones, … de la esperanza”, sería la única que podría traducir la Alianza, con mucho esfuerzo, en triunfo en noviembre del año que viene.


En toda la Asamblea, se evidenció la conciencia de este terreno estratégico cambiado. En su evaluación coyuntural, Fernando Martín dio la mitad de un discurso clásico. Remontándose al momento que asumió la candidatura del PIP a la gobernación en 1984, rememoró la clásica estrategia pipiola: asegurar con firmeza la supervivencia del independentismo en el campo electoral. Pero solo dio una mitad de ese discurso. Ahora, la segunda mitad partió de reconocer “el reto de la nueva circunstancia” y giró en torno a la posibilidad, inédita, de ir al ataque.


De forma peculiar, este reconocimiento de la emergente situación impone ciertas necesidades de carácter pedagógico. No solo porque en la campaña hará falta educar al electorado sobre cómo votar por la Alianza, sino también porque la militancia independentista tendrá que aprender en la marcha a hablar de una forma nueva. A establecer un vínculo distinto con el resto del pueblo a quien hace el llamado para movilizarse.


Rubén Berríos, advirtiendo que la culpa del fracaso esta vez conocerá sus progenitores, dio un discurso enfocado en lo práctico: se notaba el esfuerzo meticuloso en explicar cómo expresarle al electorado que ya votar por un independentista no les debe preocupar. Ahí la importancia de la Asamblea de Status, que llamó “vehículo”, como promesa de campaña. El PIP se compromete no solo a luchar por la independencia, sino también a combatir por el derecho de todos a defender sus preferencias de status. Construir una mayoría electoral, en un país donde el independentismo es exigua minoría, ha requerido este cálculo hace tiempo. Es impresionante ver las voces que hoy asumen esta realidad estratégica. La coyuntura impone sus tareas y la militancia aprende rápidamente a apalabrarla.


Quien claramente tendrá la tarea más difícil en ese juego discursivo para construir una victoria será Dalmau: su discurso al concluir la Asamblea demostró una conciencia profunda de esta realidad. No es posible, ni debería ser deseable, que ni Dalmau ni un solo independentista renuncie a su ideal. Pero, a la vez, todos saben que tampoco es posible, en estos momentos, ganar la elección a base del apoyo a la independencia por sí mismo. Por esa razón la insistencia en subrayar las “manos limpias” contra las asquerosas de corrupción. De ahí la denuncia del bipartidismo, que inverosímil promete ahora sí cambiar, luego de seis décadas dominando la política nacional.


Lo que hace posible esta nueva estrategia política y pedagógica es que Dalmau sube al escenario como candidato del PIP y de algo más. En una sociedad corrupta, uno de los problemas políticos fundamentales es la asignación de responsabilidades. Está claro, en sus palabras, que como líder Dalmau sabe a quien le deberá explicaciones: no sólo a los militantes del PIP, sino también a un conjunto creciente de gente que, a pesar del cinismo que permea todo lo electoral, empieza a estar dispuesta a reconocer la franqueza y verdad de lo que ofrece su candidatura. Ese domingo, el público en y más allá del Centro de Convenciones pudo ver el ofrecimiento de un hombre nuevo.


Quienes estuvimos en ese salón inmenso también pudimos sentir un ambiente que será crucial transmitirle al resto del país. La agitación no es un asunto trivial. Como ya he observado, requiere cuidar todos los aspectos de la práctica, desde lo que se ve hasta lo que se escucha. ¿En cuántos piquetes o marchas las personas no terminan moviéndose calladas por la calle porque hay una guagua “tumbacocos” espeluznantemente ruidosa ahogando cualquier intento de cantar una consigna? En esa Asamblea se entendió la importancia cardinal de que la gente use su propia voz: en vez de usar los altoparlantes para desparramar jingles o música, el ánimo lo mantenían pleneros en las alas con cueros de verdad. Los vítores había que entonarlos: no se proveyó sustituto electrónico para la tarea más básica de un militante, que es hacer ruido donde se pare.


Si el ánimo era de batalla, el ambiente era de campaña, a la boricua: baile, música, banderas en cada asiento. Quienes se reconocían para saludarse veían en sus compañeros un camarada de lucha.


Pero, a pesar de la seriedad del asunto y el ambiente militante, también se supo diversificar afectos. Uno puede estar consciente de que tiene que vivir a la altura del momento histórico y vacilar, solo que nunca en el sentido de trastabillar. Hubo vacilón literal allí. Luego de que Mikie Rivera cantara sobre ser el “cantor de una brigada”, Los Rivera Destino pusieron a una Asamblea del Partido Independentista –desprendido ya de su fama (justa o no) de conservadurismo– a hablar malo y elogiar el verde… de la marihuana. El discurso de Dalmau no solo habló de asuntos programáticos, sino que incluyó también varios chistes: desde ridiculizar el ELA “en combo agrandado con apple pie” hasta reírse de los cabilderos de la estadidad, posando con sus letreros en Crayola. El candidato entendió que la mejor forma de desarmar al “cuco” es reírse de él.


¿Qué más se puede decir de un candidato que culmina su discurso hablando del amor, sino que sabe que en la política hace falta también prometer alegrías? No hay garantías en una campaña electoral, sea el momento el más propicio y la entrega la más completa. Se sale de esta asamblea en consciencia de que ese ofrecimiento de “amor y alegría” puede ser rechazado. ¿Es posible que no se alcancen los objetivos trazados? Lo es. En la voz de quienes allí se permitieron decir “¡vamos a ganar!” se notaba quizá un breve temblor. ¿Estas palabras verdaderamente salen de la boca de un independentista? Esa duda –y siempre es necesario dudar en política– se veía sustituida rápidamente por la convicción de quien sabe que creer no es repetir para auto-engañarse, sino hacer. 


De lo que sí hay garantías, muchas, es de que sin atreverse, nada pasa. Y aquí hay gente atreviéndose y algo pasando: Todo es victoria para quienes llevan sufriendo golpes ininterrumpidamente desde 1868.


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