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Tejer La Alianza

Por Francisco Fortuño Bernier



La palabra alianza fue conjetura y luego acuerdo partidario, negociación. Ahora tendrá que ser nombre de identidad y emoción popular.


Es posible darse cuenta cuando una palabra encierra tanto significado como emoción. Si un discurso reciente entretejió ambas cosas, fue el pronunciado el domingo, 19 de noviembre, en la asamblea del Movimiento Victoria Ciudadana en el Teatro Tapia por su Coordinadora General de la Juventud, Gabriela Flores. Al describir la “búsqueda ardua” y entusiasmada por un espacio donde luchar que ha sido su politización desde la temprana adolescencia –del momento en que se dijo “vamos a todas” por primera vez hasta el de llorar con su madre al reconocerse mutuamente comprometidas y conscientes– sus palabras lograron articular el vínculo necesario entre biografía y política para que una identidad, sea de partido, movimiento o alianza, cale y adquiera apoyo multitudinario. Hubo otros momentos emotivos desde aquel podio, pero fue ese discurso, según reverberó en ese teatro, el que mejor tejió, como expresión política, el entusiasmo palpable de la militancia congregada para deliberar y aprobar La Alianza con el entendimiento claro de las tareas del momento.


En respuesta a los eventos de la semana del anuncio de La Alianza entre el MVC y el Partido Independentista Puertorriqueño, un periodista sensato escribió en un periódico corporativo que tras meses de “tremendo hermetismo”, ahora “parecería ser que la historia está desperezándose”. Pero de igual manera hizo una advertencia que vale escuchar: ¿cómo será posible “ganar apoyo en un país alérgico al cambio y a los sobresaltos”? Incluso entre el optimismo de estos días, no se debe menospreciar las posibilidades de reconstitución que tiene cualquier sistema de poder elitista, aunque su existencia se sostenga por simple inercia.


Otro comentarista, menos sensato, escribió en las mismas páginas que esta nueva “coalición” no es más que “dos colectivos en tensión”, cuya victoria anunciaría un desastre: “un escenario de fuerzas repartidas y diluidas, ninguna de las cuales contará con mandato claro para nada”. Es índice del subdesarrollo del comentariado puertorriqueño que un esfuerzo de deliberación y consenso, sin borramiento de diferencias y posiciones propias, sea tomado como anuncio de inestabilidad o caos y no como la puesta en práctica de los principios de organización democrática que supuesta y contradictoriamente fundamentarían el sistema político de esta colonia.


Hay consideraciones que tomar en cuenta y otras que evidencian mala fe. Sin embargo, no deja de ser cierto que el reto que enfrenta La Alianza sea el de cómo convencer al electorado de que salga a votar por ella. Y, antes de eso, está el de persuadir a la gente de que se identifique y crea en ella con fe, como pueblo de La Alianza. No habrá sido coincidencia que la primera canción en el playlist de la Asamblea del MVC fuera la canción “Tengan fe”, de Rubén Blades, que nos previene de que “esto no acaba aquí”.


Es cierto que el periodo de especulación y negociaciones necesariamente cerradas ha sido largo. No era algo que se pudiera conseguir a la carrera ni cuajar sin diálogos francos. Evidentemente, el anuncio se precipitó por la inminencia del año electoral. A pesar de que parece faltar mucho, esta campaña, que requerirá contestar muchas preguntas abiertas, se irá en un abrir y cerrar de ojos. La prisa no es una virtud y en la política los tiempos son cruciales. Pero si hay que pecar de algo en la temporalidad de la acción, mejor que sea acercándose al tren de trabajo de la militante que olvida cenar por cumplir una tarea más que al letargo del grupo que de tanto discutir pierde la ocasión y solo se decide por tornar la procrastinación en principio estratégico.


A pesar de la impaciencia que invitó a las dudas, ya La Alianza es una realidad concreta. El anuncio lo dieron el miércoles, 15 de noviembre, Juan Dalmau y Manuel Natal sentados ante una mesa en la acera frente a la Comisión Estatal de Elecciones. Como denunció Natal, no fue por elección que se diera ahí, sino por las quejas de un asustado Partido Nuevo Progresista.


¿Qué mejor metáfora para la relación entre La Alianza y el sistema político electoral existente, el bipartidismo? Aquí, un par de líderes –de dos grupos que se han esforzado por unir fuerzas y crear “la posibilidad de que triunfe la esperanza”, en palabras de Dalmau– expulsados a la intemperie frente a las puertas cerradas de las instituciones del país. Puertas cerradas que no solo lanzaron fuera ese miércoles a los representantes de dos partidos, sino que excluyen todos los días al pueblo del control del poder político, aquello a lo que más nadie debe tener derecho.


Es difícil pedirle a la gente que se identifique con una hipótesis; la política demanda la producción de certezas, aunque sean provisionales. La Alianza hoy es una certeza. Su existencia real demanda, ahora, la tarea de construir un vínculo popular con ella. Se requerirá establecerla como algo más que un acuerdo sobre cómo votar en tres papeletas. Antes de y para que pueda ser alianza de gobierno de un país, habrá que construirla como identidad de pueblo –como nombre de una unidad que quiere tener como signos el cambio y la esperanza.


La capacidad para cumplir con esta tarea se evidenció en la Asamblea Ciudadana Nacional del MVC.


Más allá de los procedimientos en los manuales parlamentarios, es posible reconocer en una asamblea como la del MVC un eco consciente de la tradición asamblearia de la protesta puertorriqueña. Por ejemplo, quien haya participado de los movimientos estudiantiles de la Universidad de Puerto Rico reconocerá el estilo del proceso deliberativo que se dio en el Teatro Tapia. Existe en Puerto Rico un repertorio amplio de prácticas y formas de organización, desde consignas en son de plena hasta comités de lucha en universidades o pueblos, que ha sido recopilado a partir de la experiencia de generaciones. Asumir esas formas de acción es buscar reproducir su efecto reconocible de protesta en el escenario político.


En este caso, una de las tradiciones a las que se echó mano fue la de la apertura democrática asamblearia a la oposición. La propuesta de entendidos entre el MVC y el PIP fue aprobada por una mayoría abrumadora, pero no por aclamación. Hubo debate.


El turno más emocionante a favor lo tomó Ricky Santiago, quien ofreció su perspectiva como ciudadano comprometido con su familia y veterano del sindicalismo puertorriqueño. Habló con honor de la victoria de una huelga en 1980; del deseo de crear un “país en el que valga la pena vivir” para su nieta de 10 semanas. Se notó en su arenga, que los presentes recibieron con gritos entusiasmados, la vivencia sincera de un hombre que conoce tan bien las luchas de clases como el sufrimiento cotidiano de la gente y el impasse generacional de un futuro cancelado. Que reconoce en la posibilidad de La Alianza un nombre para la respuesta a esas frustraciones.


Tanto Flores, en su saludo inicial, como don Ricky, en el debate, demostraron en la práctica la convicción con la que se dirige a un pueblo un proyecto político con existencia real, arraigo y convicción.


Así se pone de relieve la cuestión estratégica fundamental del momento: ¿Cómo mejor presentar y evidenciar ante los ojos de todos la puesta en escena de un evento político enteramente nuevo de forma tal que se convierta en un acto colectivo transformador?


Para hacerlo, las palabras que se escojan valdrán tanto como la forma en que se enuncien. Hay repeticiones de una palabra, digamos “esperanza”, que son algo más que pronunciar una secuencia de sílabas reiteradamente. La apuesta del anuncio y aprobación de La Alianza por los partidos que la impulsan es que se haya comenzado a hacer esto. Que entre algunos, que pronto tendrán que ser más, se está constituyendo un movimiento que supera el repetir los nombres de dos partidos.


No solo es crucial poner de relieve la novedad de lo que se propone con un vocabulario energizado y un nombre distinto, sino subrayarlo con una iconografía renovada.


En un sentido, Betances no se equivocaba. Cualquier trapo sirve de bandera: lo importante no es el símbolo específico, sino su capacidad de convocarnos a marchar juntos. La simbología adquiere importancia únicamente en función del movimiento que genere.


Pero en otro sentido, se equivocaba el Padre de la P.: el contenido de la bandera, a nivel estético, también es importante. Es normal preferir marchar detrás de un símbolo precioso, ondear una bandera llamativa, pegar un pasquín que dé gusto ver. La izquierda tiene un largo historial de despreciar lo visual y hasta auditivo de la política. A su pesar, pues ignorar esta dimensión –o atarse a los códigos simbólicos trillados de la nostalgia por el mimeógrafo y tamiz– es dispararse en el pie.


Si algo podía percibir inmediatamente quien entrara en el Teatro Tapia, ya de por sí escenario elegante, era precisamente una atención curada al aspecto del diseño en la comunicación política. Desde las imágenes proyectadas hasta los pasquines que cada asistente encontró en su asiento, pasando por la música que levantó sus ánimos y les puso a gritar “¡Coño, despierta Boricua!”, cada elemento contribuyó a una experiencia emocional, fortaleciéndose así el vínculo afectivo entre militantes y proyecto político.


Se evidenció que al aliarnos para hacer política de forma distinta y masiva será fundamental que esta nueva política se visibilice a sí misma en un estilo encantador y no como un mero deber insufrible. Lejos de ser capricho o incidencia, el cuido por la dimensión estética es una tarea indispensable que demuestra evidentemente un compromiso por la representación, a través de la práctica política, de un mundo que valga la pena vivir.


Allí en el Teatro Tapia se vio una instancia, efímera y potencial aún, de lo que puede hacer un trabajo colectivo guiado por el objetivo creativo de hacer de nuestra sociedad anquilosada un lugar nuevo y más bello, en sentido literal y figurado.


Para realizar ese potencial hará falta tejer, entre miles, imagen, palabra y emoción.


Francisco J. Fortuño Bernier es profesor de ciencia política en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.


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