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La complejidad de lo político como conflicto, según la concepción materialista de la historia

Por Ramón Rosario Luna


La complejidad de lo político como conflicto, según la concepción materialista de la historia


Introducción


Esta redacción pertenece a una serie de escritos que discuten cómo la concepción materialista de la historia (CMH) teoriza la organización social. La primera expuso unos fundamentos filosóficos de esa teoría. La segunda y la tercera plantearon cómo la CMH concibe la economía. La cuarta presentó cómo el ordenamiento político defiende el modo de producción. La anterior a esta expuso cómo lo político consiste en conflictos, lo que incluye luchas de clases, étnicas, raciales, de género, de orientación sexual, internacionales y ecológicas, las que existen a múltiples niveles (económicos, políticos, ideológicos…).

Este artículo examina la complejidad ontológica y epistemológica de los procesos de conflicto social. Muestra la complejidad ontológica de lo estudiado al discutir sus múltiples dimensiones, la contradictoriedad de las conquistas parciales y su mutabilidad histórica. Revisa la complejidad epistemológica de los conocimientos vinculados a los conflictos notando la pluralidad de perspectivas sobre ello, observando las relaciones entre esas miradas, y cierra discutiendo los alcances y los límites de los acercamientos científicos y críticos al asunto.


Complejidad ontológica


En el artículo anterior reconocimos el carácter complejo del asunto que nos concierne al plantear que las luchas suceden entre muchas clases y alianzas de clases, que existen conflictos que no son de clase y que los conflictos son multidimensionales. Ese reconocimiento de la complejidad de lo conflictivo se complementa registrando los entrelazamientos de las dimensiones de los conflictos, las conquistas parciales de los subordinados, la historicidad de dichos procesos y la constructividad del conocimiento sobre el fenómeno, todo lo cual debe tomarse en cuenta al investigar estos asuntos. Esta conceptualización parte de las teorizaciones realizadas desde la CMH, pero también desde las reflexiones epistemológicas sobre complejidad desarrollada por Edgar Morin (1990, 1992, 2004, 2005) y sus continuadores; es pertinente señalar que esas dos tradiciones intelectuales tienen una continuidad epistemológica que usualmente no es reconocida por ninguna de las dos partes (Rosario, 2023).


Presentamos por separado lo económico, lo político y lo subjetivo para facilitar un entendimiento inicial. Pero en lo concreto del fenómeno sociohistórico esas dimensiones están entrelazadas de modo que cada una es parte de la otra: lo que denominamos como económico es político, lo que usualmente pensamos como político incluye muchos asuntos económicos, y esos dos ámbitos están atravesados por lo ideológico. Las luchas sindicales se refieren principalmente a asuntos económicos; pero hay asuntos no monetarios que también son cardinales en los centros de trabajo, como la estabilidad laboral, el discrimen por género y por orientación sexual, el racismo y la xenofobia; además, debido a que la política consiste en los conflictos de poder, tan pronto la situación en cada uno de esos asuntos resulta de las luchas de poder entre clases y entre otros sectores sociales, debemos concluir que la dimensión sindical es una cuestión política. También debemos decir que en el nivel Estatal-partidista de la lucha de clases se tramitan cuestiones económicas (impuestos, leyes laborales, propiedad…); pero igualmente dicho nivel contiene asuntos no económicos (relaciones entre los géneros, orientación sexual, racismo, xenofobia, currículo educativo, relación con el ecosistema, código penal, servicios de salud, educación…).


Similarmente, lo sindical y lo Estatal-partidista siempre incluyen lo ideológico, a la vez que muchas de las principales instituciones de difusión de ideología son empresas capitalistas (la prensa escrita y televisiva, la industria musical y cinematográfica, las iglesias, las escuelas…) y al interior de esas instituciones ideológicas existen relaciones de poder (entre patronos y trabajadores, clérigos y feligreses, productores y consumidores, educadores y educandos…).

La complejidad de las opresiones de clase, raza, etnicidad, género, orientación sexual y ecológicas también radica en que estas existen mezcladas. Eso es lo que Kimberlé Crenshaw (1991) denominó interseccionalidad, el hecho de que todo individuo está sujeto a una simultaneidad de posicionamientos en los diferentes ejes de relación social. Por ejemplo, dentro de las clases trabajadoras encontramos personas de distintas razas y géneros; hay mujeres de diferentes clases sociales y nacionalidades; al interior de grupos oprimidos por razones étnicas y raciales existen varias clases sociales y géneros. En todos esos casos, la combinación de variables (de clase, género, orientación sexual, etnia y raza) generan diversas situaciones, resultantes de las múltiples combinaciones de privilegio o de exclusión, aun dentro del mismo grupo. Esta complejidad de díadas de privilegio/exclusión, ayuda a comprender por qué las luchas suelen presentar un reto. Yendo más allá, podemos notar que existe un alineamiento tanto para el privilegio como para la exclusión: los más ricos tienden a ser hombres y eurodescendientes; entre los pobres están sobrerrepresentadas mujeres, afrodescendientes e indígenas. Las teorías de interseccionalidad y la CMH suelen distanciarse: pues la primera condena a la segunda por reduccionista o mecanicista economicista; a la inversa la imputación es de constituir pensamiento burgués por su escasa teorización sobre, y crítica a, el capitalismo. Pero autoras como Ashley Bohrer (2018), que nos recuerdan que muchos pensadores marxistas, incluyendo las feministas marxistas, manejan la multidimensionalidad propuesta por los interseccionales; ejemplos son autores como Engels (1884) en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Angela Davis (1981/2018) en Woman, Race and Class y Elizabeth Armstrong (2020) en Marxist and Socialist Feminism. Study of Women and Gender. Esto enriquece la semántica del enunciado “lo concreto es la síntesis de múltiples determinaciones” planteado por Marx (1857-58/1971).


Otro sentido de la complejidad de lo político como conflicto es el carácter contradictorio de las conquistas parciales de los grupos subalternos dentro de la formación social burguesa. Definitivamente que cada una de las victorias dentro del Estado burgués es imprescindible. Pero también hay que afirmar que son insuficientes, pues crear una sociedad de bienestar para todos requiere erradicar las bases socioeconómicas a partir de las cuales se construyen esas opresiones. Esto no le niega el valor a cada pequeña conquista; solo indica la necesidad de rebasar los linderos de dicha sociedad. Es importante subrayar que todos estos aspectos sociales son cambiantes; las situaciones laborales, de género, de orientación sexual, de las minorías étnicas, raciales y medioambientales se transforman, por lo que las metas políticas de los diversos grupos oprimidos mutan, las relaciones entre unas dimensiones y otras se alteran y los proyectos de una nueva sociedad varían con el tiempo: lo que en un momento era necesario luchar se torna en parte de lo establecido cuando se conquista, y lo que en un momento fue un derecho posteriormente pasa a estar amenazado y requiere defenderlo. Esto implica la historicidad de las luchas.


El movimiento obrero, al igual que los demás movimientos, se transforman históricamente. Según Hobsbawm (1962), la lucha obrera en el contexto sindical inició espontáneamente a finales del siglo 18 en Gran Bretaña destruyendo las máquinas, materia prima, productos terminados y hasta medios de producción que eran propiedad de los patronos; esto fue un medio de ejercer presión para alcanzar mejores condiciones laborales, dentro de lo cual el ludismo se destacó a inicios del siglo 19 como resistencia a las máquinas que desplazaban a los trabajadores y los dejaban en la miseria. El pensamiento político que de algún modo da importancia al bienestar de la clase trabajadora comienza alrededor de 1800 con el socialismo utópico de pensadores como Owen, Fourier y Saint-Simon, que buscaban mejorar la sociedad y las condiciones del proletariado, aunque sin eliminar el capitalismo y sin mayor vínculo con el movimiento obrero. Alrededor de 1830 comienza a formarse el tradeunionismo, sindicalismo que primero organizó a trabajadores de un mismo oficio y evolucionó a aglutinar trabajadores de una misma empresa, rama industrial o hasta el nivel nacional; intentó lograr mejoras en las condiciones laborales desde una perspectiva económica y tendió a estar vinculado a partidos reformistas (laboristas, socialdemócratas, progresistas…). En 1838 surge el cartismo, que intentaba democratizar el Estado mediante el sufragio universal masculino, elecciones periódicas de los parlamentarios, abolir los requisitos de propiedad para poder postularse como candidato a un puesto electivo gubernamental, salario para los funcionarios electos (para que los pobres también pudieran ejercer dichos cargos) y propuso reducción de la jornada laboral a diez horas. A mediados de siglo 19 ganaron presencia el anarquismo y el marxismo, tendencias revolucionarias que coinciden en derrocar al capitalismo y establecer la primacía de la propiedad colectiva de los medios de producción, pero que difieren en que los marxistas proponen defender dicha propiedad mediante un Estado obrero y los anarquistas prefieren abolir el Estado y establecer una democracia directa como forma de evitar que la burocracia estatal se convierta en una nueva clase dominante. A partir de la década de los 1880, el sindicalismo y la socialdemocracia se masifican; y debido a la presión de las revoluciones socialistas en Rusia (1917) y en China (1949), al crecimiento de los partidos obreros (socialdemócratas y comunistas), a la significativa fuerza sindical, y como medidas ante la Gran Depresión, la burguesía hace concesiones y el reformismo de la socialdemocracia y del sindicalismo tendió a ser adoptado a partir de la institucionalización del keynesianismo-fordismo durante la década de los 1940; a nivel de los centros de trabajo esto planteó permanencia en el empleo, seguro médico y plan de jubilación pagados por el patrono, y a nivel político significó una expansión del Estado de bienestar que estableció leyes de salario mínimo, educación pública y salud pública como derechos, y subsidios de alimentos y vivienda; ese reformismo, tan pronto satisfizo una serie de exigencias del proletariado, tendió a domesticar al movimiento obrero. Cuando surgió la crisis económica de la década de los años 70 y los patronos arreciaron la opresión laboral, el sindicalismo recobró cierta radicalidad, pero no la suficiente como para evitar la victoria de los patronos y de las derechas políticas, que desde los años 80 impusieron su proyecto neoliberal. Eso tuvo como efecto una degradación de las condiciones de trabajo y de vida del proletariado y una reducción de la tasa de sindicalización, la que a su vez facilitó la intensificación de la desigualdad socioeconómica. En la medida en que el neoliberalismo ha generado crisis económicas (la iniciada a nivel mundial en 2008 es la más grande luego de la Gran Depresión, y aún no hemos salido de ella) y de otro tipo (sociales, ecológicas, gnoseológicas, políticas…), ha iniciado un resurgimiento del movimiento político de las clases subalternas en términos progresistas-reformistas.


Es meritorio notar que los conflictos en las otras dimensiones sociales son igualmente históricos. Si bien es cierto que luchas como las anti-patriarcales y las antirracistas anteceden a la sociedad burguesa, también lo es que estas cobran auge con el desarrollo de dicho tipo de organización social. Debido a que las relaciones sociales mercantiles en las que se basa el capitalismo incluyen elementos de igualdad y de libertad, en dicho ordenamiento se generalizan las ideas de igualdad y libertad. Como las diversas opresiones (de clases, género, orientación sexual, étnicas y raciales) no desaparecen con la sociedad burguesa, los sujetos de dicha formación social reclaman igualdad y libertad en todos esos ámbitos en los que no existe; en eso consisten principalmente las luchas feministas, LGBTTIQ+, antixenofóbicas y antirracistas. Similarmente, la lucha ambiental no surge hasta que el capitalismo destruye el ecosistema, lo que sucede en épocas posteriores de dicho modo de producción.


Complejidad epistemológica


La sección anterior se refiere a la complejidad ontológica, a cómo el fenómeno es multidimensional, contradictorio y cambiante. Pero estudiar los conflictos también acarrea complejidad epistemológica: lo complejo del fenómeno permite distintas teorizaciones, las que a su vez hacen sentido de acuerdo al acceso a unas u otras teorías que haya tenido quien está investigando el asunto, lo que depende de qué teorizaciones estaban disponibles en el momento y lugar en el que se formó el intelectual, lo cual remite en última instancia a las relaciones de poder entre las clases y cómo los intereses de unas y otras se manifiestan en los diversos espacios de las instituciones académicas. Un comentario mínimo sobre la diversidad de perspectivas es el siguiente. Pensar desde la CMH, cuyo otro nombre es socialismo científico, implica que es posible pensar en términos no socialistas y en términos no científicos. Así, existen interpretaciones de la sociedad en estos cuatro tipos de términos: burgueses científicos, socialistas no científicos, burgueses no científicos y socialistas científicos.


La perspectiva burguesa científica, o científica social burguesa, es la que predomina en la academia de esa formación social. Teorizaciones como las de Durkheim (1895/2001), Weber (1922/1958) o Parsons (1951) pretenden neutralidad, a partir de lo cual no desarrollan mayor conceptualización sobre la dominación y no toman partido ante los conflictos que surgen en ese contexto relacional. Desde este tipo de teorías, es posible captar que existen diversos problemas sociales, pero las explicaciones y las soluciones son particularistas, puntuales, pues desconocen que dichos problemas son inherentes al ordenamiento capitalista. Un problema epistemológico de esta perspectiva políticamente conservadora es que, en la medida en que la opresión es parte integral del ordenamiento social que se examina, estudiarlo ignorando la dominación y las pugnas que esta genera es desarrollar una interpretación de la sociedad intelectualmente incapaz. Así funciona el grueso de la sociología, la ciencia política, la economía, la psicología y la historia; ejemplo de esto son las vertientes teóricas estructuralistas-funcionalistas (que no captan, o que minimizan, lo histórico y los conflictos) y las empiristas (que por no mirar más allá de los hechos no captan las relaciones de poder que los producen). Esta oposición entre ciencia social crítica (CMH) y ciencia social burguesa es la expresión epistemológica con respecto a la ciencia de la lucha de clases entre proletariado y burguesía.


También es posible interpretar la sociedad en términos socialistas no científicos. Desde este punto de vista está claro que hay opresión y que es necesario eliminarla. Pero, tan pronto no conceptualiza rigurosamente ni observa sistemáticamente, esta mirada se reduce a opiniones basadas en intuiciones y en anécdotas personales. Dadas esas formas de construir conocimiento, es predecible que esta perspectiva no alcanza mayor poder explicativo y que su capacidad para informar y guiar las luchas es limitada. Esa incapacidad explicativa se acerca a lo que Engels llamó socialismo utópico. Dentro de esta tendencia utopista podemos incluir al pensamiento anarquista, pues este se concibe más como una filosofía que como una ciencia, lo que se evidencia en su pretensión de abolir el Estado sin que hayan desaparecido las condiciones que lo hicieron surgir. A pesar de las limitaciones de esta mirada por su escasa cientificidad, es un logro que al interior de una sociedad burguesa estas miradas críticas se difundan entre las clases trabajadoras. El debate entre estos socialismos no científicos es uno relativamente amistoso que acaece al interior de las clases trabajadoras.


El pensamiento burgués no científico es otra tendencia. Esto es lo que habitualmente la CMH llama ideología burguesa, la que incluye una amalgama de vertientes y alcanza un alto grado de difusión en la sociedad burguesa, incluyendo entre las clases trabajadoras, pues es lo que principalmente se difunde en las instituciones de socialización (iglesia, escuela, prensa, industria cultural…). Estos tipos de ideas suelen provenir de la experiencia cotidiana, lo cual incluye las relaciones de producción y genera principalmente ideas que reproducen esas relaciones; pero también las instituciones de socialización. Ese dúo de factores conforma la cosmovisión de los sujetos de la sociedad burguesa, de modo que se generalizan ideas como estas: hay que agradecer al patrono porque nos da trabajo, el que es pobre es porque quiere, los ricos lo son porque trabajan duro, la propiedad privada es mejor que la colectiva, el capitalismo es bueno, el socialismo/comunismo es malo, hay democracia, no hay dominación de clase, siempre ha habido ricos y pobres, y siempre ha habido opresión. Debido a que esta tendencia de pensamiento es la más burda y generalizada expresión de la perspectiva burguesa, la pugna entre esta y la CMH puede ser intensa, aún cuando sus portadores sean proletarios.


Distinto a conocer los procesos sociohistóricos no sistemáticamente, a conocerlos de un modo no crítico de la opresión, o a hacerlo de modo no sistemático y no crítico, la CMH propone entender científicamente los procesos sociales humanos y usar ese conocimiento para facilitar la construcción del socialismo: el otro nombre de la CMH es socialismo científico. Estudiar científicamente una sociedad opresiva exige adoptar una postura crítica ante la dominación. Un crucial paso inicial para conocer en esos términos es abandonar las categorías cognitivas que surgen dentro de las relaciones opresivas por una razón epistemológica: esas categorías no tienen capacidad explicativa porque no fueron confeccionadas para explicar; esa incapacidad explicativa está vinculada a la función política de esas ideas, que consiste en reproducir la opresión dentro de la cual emergieron. Entonces, la CMH hace ruptura epistemológica con la psicolingüística de la ideología burguesa (con el pensamiento burgués no científico), pero también con la ciencia social burguesa (aunque coincidan en el intento de conocer rigurosamente) e incluso con las ideas socialistas no científicas (aunque haya concordancia en la intención política), conflictividad que es altamente compleja, además de histórica y geográficamente variable. Entonces vemos cómo la teorización es un campo de conflicto: la lucha de clases está presente en los debates sobre cómo conocer los procesos sociohistóricos.


Pero aun dentro de la CMH hay debate sobre cómo interpretar los procesos sociohistóricos. Algunos pensadores de esa perspectiva asumen una epistemología simplificadora. Esta epistemología es lo que Edgar Morin llamó el paradigma de simplicidad, que asume premisas como estas: asumir un objetivismo que cree que es posible y deseable un conocimiento universal; suponer el principio de escisión, reducir la totalidad a sus partes, como estrategia metodológica; partir del presupuesto de que los fenómenos están determinados por una o unas pocas causas; creer ontológicamente que el mundo es como una máquina. Esa vertiente “marxista” cae en reduccionismo (lo económico como lo único importante) o en mecanicismo economicista (lo económico determina unilateralmente todo lo demás), suele interpretar los procesos históricos linealmente y tiende a concebir el conocimiento como si este fuera solo un reflejo de la realidad.

Es imprescindible criticar esa perspectiva simplificadora: científicamente no sobrevive la prueba empírica; políticamente tiene fuertes vínculos con el autoritarismo burocrático; además, es incompatible con la CMH. Tanto el reduccionismo economicista como el mecanicismo metodológico menosprecian la importancia y el rol activo de las demás dimensiones sociales (política, sexualidad, etnicidad, raza, ecología…) y también las complejas intersecciones entre todas esas dimensiones del sistema social y prefieren estudiar sólo o principalmente la economía o examinar las otras dimensiones solo como efecto de lo económico; esta desatención de las demás opresiones (de género, orientación sexual, raciales, étnicas, ambiental…), reduce la lucha política a la de clases sociales y deja intocado al patriarcado, el racismo, la xenofobia, las relaciones internacionales y los desastres ambientales que son parte del orden social burgués; mirar solo la economía es compatible con los intereses de la burocracia de los socialismos estatalistas, que asume que con el paso de la propiedad capitalista a la estatal ya ocurrió el cambio necesario y prefiere no mirar más allá de lo económico, pues encontraría ausencia de democracia y su usurpación del poder político, además de la necesidad de transformación perenne de la sociedad para erradicar a las demás opresiones. La interpretación lineal de los procesos sociohistóricos propuso construir el socialismo en un solo país (la Unión Soviética) y que las burguesías de los países subdesarrollados lleven a cabo revoluciones democráticas antes de desarrollar el socialismo allí; contrario a eso, otros marxistas insisten en el internacionalismo, y evalúan que las burguesías de los países subdesarrollados son demasiado débiles para impulsar las transformaciones democráticas y que sólo el proletariado (en alianza con otras clases subalternas) podrá asumir el proceso revolucionario, el que incluiría tanto las transformaciones democráticas como las socialistas. El objetivismo ignora que conocer es una construcción, un proceso que incluye una serie de decisiones realizadas por un sujeto ante un contexto, y que el carácter activo del sujeto lleva a una diversidad de conocimientos; esto es adverso a los intereses de la burocracia, pues es el reconocimiento de una pluralidad que propende al debate, lo que es incompatible con el autoritarismo de la dictadura burocrática. El máximo exponente de tergiversar la CMH en términos economicistas, lineales y objetivistas fue Stalin (1913, 1938). Distinto a eso, el pensamiento de autores como Marx (1848, 1845, 1850, 1852 1857, 1857-58), Lenin (1917, 1918, 1919), Trotsky (1930), Gramsci (1975/1981) y Lukács (1923/1970) está más cerca de epistemologías constructivistas, reconoce la relación dialéctica entre lo económico y las demás dimensiones sociales, otorga importancia a las ideas y capta lo tortuoso de los procesos históricos; dicho de otro modo, la CMH asume una epistemología de la complejidad (Rosario, 2023). Notemos que este debate entre estas dos interpretaciones es una manifestación epistemológica al interior de la CMH de la lucha entre la burocracia y la clase trabajadora.

Pero esa discusión sucede al interior de una perspectiva científica crítica del conocimiento. Si somos consecuentes con el pensamiento dialéctico, debemos decir que no es posible captar ni entender todo desde la crítica ni desde la ciencia. Por lo tanto, la perspectiva científica crítica (la CMH) también es incompleta, lo que la epistemología de complejidad postula como inherente a todo sistema de conocimiento, pues todo mapa es siempre inferior al territorio. Entender que la perspectiva crítica es epistemológicamente superior a la de las ciencias sociales burguesas no equivale a decir que estas no describen y explican certeramente una serie de asuntos, incluyendo algunos de los cuales las miradas críticas ni se ocupan. Similarmente, habría que tener cuidado con que la gran capacidad epistemológica de la CMH de explicar genere arrogancia, la que en parte proviene del cientificismo de raigambre burguesa que identifica a la ciencia con la verdad absoluta y desprecia el conocimiento no científico. Es más certero no asumir que el conocimiento científico es o pueda ser omnisapiente, lo cual es el caso particular para la ciencia del principio ontológico que reconoce que todo sistema tiene límites. Es adecuado asumir que parte del conocimiento desarrollado por las clases subalternas es valioso, especialmente si se desarrolla desde una perspectiva crítica, pues proviene de interactuar directa y prolongadamente en las relaciones (capitalistas, racistas, patriarcales…) que los científicos sociales críticos intentan investigar. Los dos fanatismos son problemáticos: el populismo, pues cree que solo el conocimiento desarrollado por las clases populares es apreciable, lo que desconoce sus límites metodológicos y las relaciones de poder de las cuales dichos saberes suelen ser síntoma; también el elitismo, porque asume que solo el conocimiento científico es valioso, lo que ignora que muchas veces las ciencias reproducen prejuicios y funcionan como instrumento de los proyectos explotadores, militaristas y ecocidas del capitalismo.


Algunas síntesis, como la planteada por las perspectivas transdisciplinarias, pueden interpretarse como una superación de la dicotomía populismo/elitismo. Autores como Fern Wickson, Anna Carew y Alice Russell (2006) critican las jerarquías epistemológicas predominantes en la sociedad contemporánea y proponen que las ciencias y los saberes populares se compenetren epistemológicamente y que cooperen en una reconstrucción mutua. Esto facilita a una fusión del conocimiento académico, que combina integradamente las aportaciones de diversas disciplinas, con el conocimiento generado por las diversas comunidades y sectores populares (trabajadores, pobres, minorías étnicas y raciales, mujeres, colonizados…). Eso se asemeja a lo que sería una combinación de epistemologías de complejidad y educación popular freireana; recordemos que Paulo Freire (1970) era marxista. Es interesante notar que la dicotomía académico/popular impugnada por las propuestas transdisciplinarias es una expresión epistemológica en cuanto a la organización social del conocimiento de la división de la sociedad en clases (Rosario, 2022a); por lo tanto, la superación de la dicotomía académico/popular es un presagio metafórico del comunismo. Esto es muy cercano a la propuesta materialista dialéctica de delinear una filosofía que supere escisiones como las de trabajo intelectual/trabajo manual, mente/cuerpo y humano/naturaleza, las que fueron originadas con la división social en clases y de la cual la relación de clase capital/trabajo es la forma actual (Rosario, 2022b).


Síntesis


Esta redacción presentó la complejidad ontológica los conflictos explicitando el entrecruce entre lo económico, lo político y lo ideológico, pero también la contradictoriedad de las victorias parciales de las clases y grupos oprimidos, y la historicidad de estos procesos. Luego expuso la complejidad epistemológica inherente a los procesos de conocimiento de estos fenómenos, proponiendo asumir una perspectiva científica y crítica, palpando que esa ciencia crítica puede ser falseada, advirtiendo contra el cientificismo y el populismo, y apuntando posibles síntesis superadoras de las dicotomías institucionalizadas en las sociedades divididas en clases.


En el próximo artículo expondremos la meta propuesta por la CMH: el comunismo. Esto incluirá la propiedad colectiva como superación de las contradicciones del capitalismo, los actores e instrumentos disponibles para dicha superación y la relación de ese proceso socioeconómico con otras opresiones.


Referencias


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