El régimen iraní en un aprieto que él mismo ha creado
Traducido por César Ayala de la versión en francés suministrada por el autor. El original en lengua árabe apareció en la revista londinense Al-Quds-al-Arabi el 17 de junio de 2025. Siéntase en libertad de reproducir o publicar en otros idiomas, con mención de la fuente.
Una de los aforismos más famosos sobre las revoluciones se atribuye a uno de los líderes más eminentes de la Revolución francesa durante su fase más radical, Louis Antoine de Saint-Just (1767-1794): "Los que hacen revoluciones a medias no han hecho más que cavarse una tumba". Esta máxima también se aplica a los conflictos armados, porque la experiencia histórica demuestra que quienes se enzarzan en estos conflictos y enfrentamientos sin determinación contra pueblos a los que han declarado enemigos absolutos, induciendo así en estos últimos la determinación de aplastarlos a su vez, están condenados a la derrota. Este es sin duda el caso de la "República Islámica" de Irán. Desde su creación tras el derrocamiento del sha, ha declarado su hostilidad absoluta a lo que denomina el "Gran Satán", es decir, Estados Unidos, y el "Pequeño Satán", es decir, el Estado de Israel.
Sin embargo, el comportamiento de Teherán ha sido bastante tortuoso en comparación con estas afirmaciones. Aceptó la ayuda de Israel y Estados Unidos durante su guerra de ocho años contra Irak, luego cooperó con la invasión estadounidense de ese país, y sus aliados iraquíes participaron en la autoridad de transición creada por el ocupante. Luego vimos cómo las fuerzas iraníes desplegadas en Siria por Teherán para sacar del apuro al régimen de Assad recibían sucesivos golpes del Estado sionista sin responder jamás. Finalmente, cuando el límite de su tolerancia fue sobrepasado por el bombardeo israelí de su consulado en Damasco el año pasado, Irán llevó a cabo un ataque limitado, casi simbólico, contra Israel como represalia.
Hamás lanzó la Operación Inundación de Al-Aqsa el 7 de octubre de 2023, apostando a que el "Eje de la Resistencia" entraría en la contienda de manera decisiva, creyendo ingenuamente en las grandilocuentes declaraciones que emanaban de los líderes del Eje en Teherán. De estas declaraciones se hicieron eco el Hezbollah libanés, las Fuerzas de Movilización Popular en Irak y el régimen houthi de Ansar Allah en el norte de Yemen (solo el régimen de Assad se abstuvo de unirse a este coro, manteniendo el favor de Israel por haber garantizado durante mucho tiempo la seguridad de su ocupación de los Altos del Golán sirios).
El resultado fue típico: Teherán se detuvo a mitad de camino en la confrontación, absteniéndose de entrar en la batalla junto a Hamás mientras permitía a sus aliados en el Líbano y Yemen intervenir de forma limitada, lanzando misiles a distancia, en el caso de Yemen, y participando en una guerra de desgaste geográficamente restringida en el caso del Líbano. El resultado fue que Israel —que, como mínimo, nunca actúa a medias en su hostilidad hacia sus enemigos— lanzó un ataque devastador contra Hezbolá en cuanto hubo completado su reinvasión de la Franja de Gaza en una guerra genocida de un grado de violencia sin precedentes en la historia contemporánea. Después asestó dolorosos golpes al régimen Houthi, y sigue haciéndolo, hasta que finalmente lanza un ataque a gran escala contra el propio Irán.
La posición a medias de la "República Islámica" también se aplica a su programa nuclear. En lugar de adquirir armas nucleares en secreto, como hicieron Israel en los años sesenta, India en los setenta, Pakistán en los ochenta y Corea del Norte a principios de este siglo, Teherán ha enriquecido públicamente uranio más allá de lo necesario para la producción pacífica de energía nuclear, pero se ha detenido en el umbral del 60%, sin llegar a lo necesario para un programa militar. Este comportamiento indeciso se intensificó, sin embargo, después de que Estados Unidos se retirara en 2018 del acuerdo nuclear alcanzado con Irán tres años antes, una decisión adoptada por Donald Trump durante su primer mandato. Esto exacerbó los temores de Israel a que Teherán adquiriera armas nucleares en un momento en el que Irán no tenía y sigue sin tener, la capacidad de disuasión que conllevan dichas armas.
Se volvió evidente, por tanto, que el Estado sionista atacaría el territorio iraní más temprano que tarde en un esfuerzo mayor por destruir el potencial militar del régimen, en particular su programa nuclear, como he señalado en varias ocasiones (véase, por ejemplo, "Aplazado el ataque israelí contra Irán," en la revista Viento Sur, 25 de abril de 2024.). Ello se debe a que, a los ojos del Estado sionista, se trata de una batalla decisiva, mientras que la "República Islámica" gestiona su enfrentamiento con Israel a la manera de los antiguos regímenes árabes ultranacionalistas de Irak y Libia, que ladraban desde lejos para sobrepujar a sus vecinos árabes, creyéndose a salvo de una guerra directa. El carácter decisivo de la batalla para Israel se deriva principalmente de su firme deseo de mantener el monopolio de las armas nucleares frente a sus enemigos, e incluso frente a sus aliados árabes. El Estado sionista considera que si se neutralizara su fuerza de disuasión nuclear, ello lo pondría en peligro e impondría límites a su desenfrenado comportamiento agresivo en Oriente Próximo, que ha alcanzado su apogeo en los últimos meses con el asalto a Hezbolá, la destrucción de las capacidades militares de Siria y, ahora, el asalto a Irán.
Por supuesto, la libre agresión de Israel se basa no solo en su propio poder de disuasión, sino también en la protección y la asociación de la que goza por parte de sus aliados occidentales, Estados Unidos en particular. Gran parte de los medios de comunicación mundiales se han dejado engañar una vez más por el supuesto "desacuerdo" entre las intenciones supuestamente "pacíficas" de Trump y las agresivas de Netanyahu. La verdad es que ambos hombres están inmersos en un juego de "policía bueno, policía malo" en pos del mismo objetivo: obligar a Irán a capitular y desmantelar por completo su programa de enriquecimiento de uranio. Para Washington, este objetivo debe alcanzarse de la forma más sencilla posible, ya sea pacíficamente mediante la sumisión de Teherán a las amenazas militares lanzadas por Israel y Washington, o militarmente mediante un ataque devastador por su parte, como está ocurriendo actualmente ante nuestros propios ojos.
Trump dio a la "República Islámica" sesenta días para aceptar los términos de su rendición, mientras él y su aliado Netanyahu amenazaban con la guerra si no cumplía. Cuando expiró el plazo, y Teherán siguió negándose a abandonar su programa de enriquecimiento, Trump dio luz verde al Estado sionista para que lanzara su ataque el día 61, fingiendo una falsa neutralidad que solo engañó a quienes toman sus deseos por realidades. La postura aparentemente neutral de Trump ante el asalto (apoyado plenamente por sus fuerzas, pero sin su implicación directa hasta ahora) pretendía convencer al mundo de que había hecho todo lo posible para evitar comprometer a sus fuerzas en una guerra directa con Irán.
Este es un ejemplo más de la postura irresoluta de Teherán: ha amenazado en varias ocasiones, por boca del propio "Líder Supremo", que consideraría que cualquier agresión israelí en su contra cuenta con el respaldo de Washington, y que sus represalias no perdonarían a las fuerzas estadounidenses desplegadas en la región. Sin embargo, se ha abstenido de llevar a cabo esta amenaza, incluso a través de la intermediación de sus auxiliares regionales, porque sabe perfectamente que Trump aprovechará el más mínimo ataque iraní contra fuerzas estadounidenses como pretexto para unirse directamente al esfuerzo bélico israelí, en condiciones políticas que silenciarían a la fracción de sus propios partidarios que se oponen a la implicación de Estados Unidos en guerras ajenas.