Dos años después del 7 de octubre
N.B.: Este arte con motivo de la Flotilla se refiere a uno publicado por la artista Val en su perfil de Instagram: https://www.instagram.com/_valelu/.
El alto el fuego y las repercusiones de la Flotilla Global Summud
Escribimos este texto cuando se anuncia el alto el fuego en Gaza, primera etapa del llamado «Acuerdo de Paz». La noticia fue recibida con emoción y alivio por el pueblo palestino, masacrado durante dos años consecutivos por la maquinaria de muerte del Estado sionista, sostenido por las potencias occidentales. El mismo día en que se anunció el acuerdo, llegó a Brasil la delegación que participó en la Flotilla Global Summud tras más de un mes de viaje y casi una semana de detención en la mazmorra israelí de Nzoit, en el desierto del Neguev.
Más allá del heroísmo de los 13 participantes —entre ellos tres militantes del MES, Mariana, Gabi y Nico—, es importante reflexionar sobre el significado político de la Flotilla como parte de la lucha internacional contra el genocidio palestino. Gaza sintetiza hoy el enfrentamiento entre dos proyectos antagónicos: el del neofascismo dispuesto a la «solución final», con limpieza étnica y exterminio, y el de un nuevo internacionalismo antifascista, arraigado en la resistencia y la solidaridad con la causa palestina y la lucha contra el imperialismo neocolonial. La lucha antifascista y la lucha anticolonial convergen: Israel ganó militarmente, pero quedó más aislado que nunca ante un mundo que repudia el genocidio. La causa palestina se ha convertido en una bandera de masas.
Un genocidio de nuestro tiempo
Durante dos años, el mundo fue testigo del genocidio meticulosamente ejecutado por el gobierno neofascista de Netanyahu. Como anticipó Gilbert Achcar, crítico de Hamás, la respuesta de Israel sería brutal, y así fue. La masacre, retransmitida en tiempo real, destruyó el 78 % de los edificios de Gaza y dejó más de 79 000 muertos (considerando 11 200 desaparecidos), entre ellos más de 20 000 niños y un número similar de mujeres. En una conferencia de prensa, la relatora de la ONU, Francesca Albanese, afirmó que debemos empezar a pensar que el número de asesinatos podría ascender a 680 mil personas, una cifra muy superior a los datos oficiales presentados hasta ahora. Hospitales, escuelas y redacciones fueron blanco de ataques; periodistas, médicos y civiles murieron de hambre y por falta de atención médica. Fue el genocidio más sistemático desde el Holocausto nazi.
Con el apoyo de Estados Unidos, Netanyahu trató de concluir rápidamente la limpieza étnica, pero se encontró con una resistencia mayor de la que esperaba: de Hamás, de otros grupos armados, de la población palestina, de Hezbolá, de los hutíes y de Irán. Aun así, infligió una derrota militar a Hamás y debilitó a sus aliados regionales. En una agresión sin precedentes, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) también atacaron la capital de Catar, Doha, con el supuesto objetivo de atacar a los líderes políticos de Hamás. Esta incursión, duramente condenada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Catar como un «ataque criminal» y una violación flagrante de las leyes internacionales, elevó la apuesta de Israel, amenazando la soberanía de un país mediador y desestabilizando el precario equilibrio regional.
El Estado de Israel ha revelado su verdadera naturaleza: un proyecto sionista de ocupación total de Palestina y de expansión territorial mediante la muerte y el desplazamiento. La ideología que lo mueve, de raíces fascistas, repite, con los papeles invertidos, el mismo principio de exterminio que los nazis aplicaron contra los judíos, pero ahora expuesto sin disimulos y defendido abiertamente por la derecha israelí. Otra característica de este genocidio es su transmisión en tiempo real, sobre todo en las redes sociales. La masacre israelí muestra también el papel de Israel como polo de desarrollo de tecnologías de control y vigilancia militar. El país ha consolidado un salto en el capitalismo de guerra con el uso de drones de nueva generación, escudos antimisiles y operaciones cibernéticas como el ataque a Hezbolá mediante la invasión de sistemas de comunicación. Durante décadas, Israel ha utilizado el territorio ocupado de Palestina como laboratorio para probar tecnología armamentística y hoy exporta esta tecnología de ocupación a todo el mundo, combinando metadatos, inteligencia artificial y vigilancia global extrema.
Las bases del llamado «Acuerdo de Paz»
El Estado sionista obtuvo una victoria militar, debilitando la resistencia armada en Gaza y ampliando los asentamientos en Cisjordania. Al mismo tiempo, debilitó a los aliados de Hamás —Hezboláh, Siria e Irán—, rediseñando el mapa de Oriente Medio a favor del eje Israel-EE. UU. y las autocracias petroleras. El acuerdo anunciado consagra esta victoria y la derrota de la resistencia armada palestina, con el apoyo de gran parte de los gobiernos del mundo, incluidas potencias como China, Rusia, India y las potencias europeas. El Reino Unido de Starmer, aún más con Blair como figura cercana al sionismo, y Brasil, que tras un papel progresista acabó felicitando a Trump por el acuerdo, muestran cómo el imperialismo ha recuperado su unidad, aunque no sabemos hasta dónde.
Aún no se conocen todas las repercusiones del pacto, pero es evidente que consolida el dominio imperialista sobre Palestina. Trump aparece como el gran garante político del alto el fuego. El acuerdo no agradó al ala más derechista del gobierno israelí y supuso un cambio en los planes del propio Trump y Netanyahu de un mes antes, cuando hablaban de limpieza étnica y de convertir Gaza en un resort de lujo expulsando a los palestinos. Esto se debió al rechazo de los árabes tras el ataque a Catar y, más especialmente, a la ampliación de la movilización de masas en solidaridad con Palestina.
Trump está reorganizando a las burguesías árabes en torno a los Acuerdos de Abraham, poniendo a los Estados petroleros a la ofensiva y relegando la causa palestina a un segundo plano a pesar de la persistente solidaridad popular. El imperialismo pretende consolidar un nuevo orden regional sobre las ruinas de Gaza.
Pero es pronto para evaluar plenamente las repercusiones del acuerdo. Quedan muchas cosas por saber que abren un panorama incierto, incluso que sea roto por Netanyahu, que ahora puede utilizar el pretexto de que Hamás no devuelve los cuerpos de los rehenes muertos para ello. Por otra parte, es incierto que se cumplan los puntos de la segunda fase, especialmente el desarme de Hamás. La tensión continuará y la causa palestina permanecerá abierta, independientemente de los acuerdos y de su ruptura. Por lo tanto, no podemos tener dudas sobre el carácter neocolonial de los términos y debemos estar atentos a la ruptura unilateral que puede llevar a cabo Israel.
Una nueva situación en la solidaridad
Dos años después del 7 de octubre, se ha abierto una nueva etapa en la solidaridad internacional. La Flotilla fue el detonante, pero el proceso es más profundo: expresa una solidaridad global sin precedentes, que ha traspasado los círculos militantes y ha llegado a amplios sectores de la juventud y del movimiento obrero, polarizando a los gobiernos y convirtiéndose en un tema central en todo el mundo, especialmente en Europa y los países árabes.
La nueva movilización combina la indignación moral y la conciencia política. A medida que avanzaba la masacre, la brutalidad del sionismo se hizo imposible de ocultar, provocando una reacción mundial. El genocidio televisado reveló el verdadero carácter del Estado de Israel y expuso al imperialismo occidental como cómplice. El horror, visto en tiempo real, catalizó manifestaciones masivas y acciones concretas de solidaridad.
La Flotilla Global Summud (GSF) fue la chispa de esta nueva ola. Su viaje, ampliamente seguido, provocó huelgas, bloqueos y protestas, como el paro en Italia y las gigantescas manifestaciones en Europa y el mundo islámico. Millones de personas salieron a las calles con el grito «¡Detengan el genocidio! ¡No tocarán a la Flotilla!». Este movimiento marcó un punto de inflexión en la conciencia global: por primera vez, el sionismo es ampliamente reconocido como una fuerza genocida y colonial.
El debilitamiento político y moral del proyecto sionista
Gracias a esta movilización, Israel se convirtió en un paria internacional. Su imagen, antes protegida por décadas de propaganda, se derrumbó ante la opinión pública mundial. Lo que antes se limitaba a la vanguardia militante se ha convertido en un sentimiento de masas, sobre todo entre los jóvenes, los estudiantes, los inmigrantes y los trabajadores precarios.
Israel ganó militarmente, pero se debilitó políticamente y perdió moralmente. No conquistó legitimidad ni reconocimiento, solo repudio. El movimiento de masas no va a retroceder. Puede cambiar de forma, pero seguirá expresándose en campañas de boicot, protestas, exigencias de ruptura de relaciones comerciales y acciones directas de solidaridad.
De esta nueva situación surgen dos rupturas simbólicas: Cae el mito de la singularidad absoluta del Holocausto, ya que la comunidad internacional reconoce el genocidio palestino como un crimen de la misma naturaleza. Se debilita la ecuación ideológica entre antisionismo y antisemitismo. Aunque todavía se utiliza para intimidar, ha perdido gran parte de su fuerza ante la evidencia de la barbarie israelí. La lucha continúa a una nueva escala, con mayores responsabilidades para los sectores que impulsaron la solidaridad.
El programa para este nuevo período debe combinar acciones humanitarias concretas y denuncia política: exigir la asignación de recursos para la reconstrucción de Gaza a través de Estados, ONG y movimientos sociales; promover misiones médicas y académicas; responsabilizar a Netanyahu ante la Corte Penal Internacional; y exigir una comisión internacional independiente para investigar los crímenes de guerra de Israel. Es necesario denunciar el carácter colonial del acuerdo y afirmar que el futuro de Palestina debe ser decidido por su propio pueblo.
Como bandera política y de agitación, se debe reivindicar la liberación de Marwan Barghouti, figura capaz de unificar a los palestinos, y la ruptura de las relaciones comerciales con Israel, especialmente por parte de gobiernos progresistas como Indonesia, Malasia y Colombia.
El acuerdo fue recibido con alivio en Israel, pero trae nuevas contradicciones en su interior. El mismo acuerdo puede llevar a la caída de Netanyahu y al desmantelamiento del actual gobierno. En última instancia, el alto el fuego es más una victoria de Trump que de Netanyahu, que tiene procesos por corrupción abiertos.
La coyuntura internacional está en movimiento
La situación en torno a Israel se desarrolla en medio de nuevas oleadas de protestas protagonizadas por la Generación Z en todo el mundo. Esta juventud, que hace unos años parecía seducida por figuras neofascistas «antiestablishment», se sitúa hoy en primera línea de la lucha contra el neofascismo y el capitalismo. Las rebeliones en Marruecos, Madagascar, Kenia, Indonesia, Nepal, Perú y la huelga general indígena en Ecuador expresan un nuevo ciclo de resistencia global. Todavía no se trata de un cambio en el equilibrio mundial de fuerzas, sino de una reacción internacional en gestación, que puede abrir el camino a un cambio si se desarrolla. La Conferencia Antifascista de Porto Alegre se inscribe plenamente en este escenario.
El futuro de Palestina dependerá, en gran medida, de la evolución de estas luchas internacionales. El ascenso juvenil, aún desigual, se combina con una nueva situación política en el continente europeo. En España, las movilizaciones alcanzaron una escala histórica; en Italia, la huelga general unió a los estibadores —que amenazaron con «pararlo todo» si la Flotilla era atacada— y a los estudiantes de secundaria, que ocuparon calles, plazas y universidades. Las manifestaciones en Holanda y las marchas en Australia, con cientos de miles de personas, confirman que la solidaridad con Palestina se ha convertido en la mayor causa internacional de los últimos veinte años.
Sin embargo, el epicentro de la cuestión sigue siendo el mundo árabe. Tras la derrota de la Revolución Árabe, algunos movimientos —como el de Argelia en 2019— mantuvieron viva la llama de la protesta, pero la represión en Egipto y Siria impuso retrocesos. La simpatía popular por Palestina en Jordania y Egipto puede, sin embargo, reavivar las movilizaciones masivas, como las que están empezando a surgir en Marruecos.
Europa se mueve. En Francia se consolidan dos polos: por un lado, la combativa izquierda de Mélenchon y la LFI, activa en la solidaridad con la Flotilla y la causa de los inmigrantes; por otro, la extrema derecha de Le Pen, que se prepara para gobernar. En Alemania, la juventud rompió el cerco del sionismo y, con Die Linke, organizó las mayores manifestaciones a favor de Palestina en décadas. En Bélgica y Grecia hubo huelgas generales.
En Estados Unidos, el desenlace será decisivo. El segundo gobierno de Trump se fortalece en el plano externo, pero enfrenta contradicciones internas: parálisis administrativa, conflictos sobre inmigración y protestas en las grandes ciudades. La solidaridad con Palestina persiste, aún fragmentada, pero con nuevos puntos de apoyo, como la posible victoria electoral de Zohran Mamdani en Nueva York. Lo que suceda en Estados Unidos será fundamental para definir el rumbo de la lucha internacional.
Nuestra participación en la Flotilla y en el movimiento de solidaridad con Palestina
La presencia de la Cuarta Internacional y del MES en la Flotilla representó un verdadero triunfo político y militante. La participación de Gabi, Mariana y Nico no solo fue un acto de valentía, sino una experiencia formadora de acción internacionalista concreta. La IV la apoyó desde el primer momento, articulándose con parlamentarios como Mariana Mortágua, del Bloque de Izquierda, y Paul Murphy, de Irlanda, y difundiendo la información en tiempo real a través de Inprecor. A esto se sumaron otras expresiones como la FITU (MST e IS) en Argentina, la CUP en Cataluña, además de figuras de peso como Ada Colau, Rima Hassan (y varios parlamentarios de la LFI), Mandla Mandela, organizaciones de la izquierda asiática y europea, así como líderes latinoamericanos, africanos y de los 44 países que estuvieron en la Flotilla.
Nuestra corriente mantuvo, a lo largo de dos años, una posición intransigente en defensa de Palestina. Participamos en todas las campañas de solidaridad y, a través de la Fundación Lauro Campos Marielle Franco produjimos el principal material didáctico sobre el tema, hoy en día una referencia en la izquierda. Somos parte activa de movimientos como el Frente Palestino de São Paulo y la FEPAL. Nuestras parlamentarias y figuras públicas ganaron autoridad y respeto.
También hemos ganado nuevos militantes árabes y judíos, como los miembros del grupo Voces Judías, y hemos dado un salto cualitativo en la solidaridad internacional con la participación de Thiago y Greta, que se perfilan como referentes mundiales en este frente.
Ahora, en Brasil, tras las manifestaciones del 21 de septiembre, que pusieron momentáneamente a la extrema derecha a la defensiva, tenemos condiciones más favorables para planificar los próximos pasos. Además de unir fuerzas para la Conferencia Antifascista de Porto Alegre, en marzo de 2026, tenemos iniciativas prácticas concretas.
Vamos a fortalecer las campañas de BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), principalmente en relación con el embargo militar a Israel y el fin del envío de petróleo por parte de Petrobras, la ruptura de relaciones entre Brasil e Israel y, como punto fundamental, la liberación de Marwan Barghouti.
El ejemplo de Mariana, Gabi y Nico es inspirador, junto con el de los demás miembros brasileños de la flotilla. Demuestra que el internacionalismo no es un discurso, sino una práctica militante, hecha de valentía, disciplina y convicción. Esta experiencia nos prepara para los nuevos retos que se avecinan, en un escenario mundial en transición y marcado por enfrentamientos cada vez más duros entre la barbarie neofascista y la resistencia socialista internacionalista.


