Por Vanesa Contreras Capó
La idea de las alacenas populares o comunitarias no son nuevas. Las personas que han pasado hambre siempre han buscado soluciones colectivas para combatirla. Sin embargo, a la hora de pensar en las Alacenas Feministas que se han ido propagando este año de COVID-19, nos tenemos que remontar a la primera Primavera Feminista de la Colectiva Feminista en Construcción (CFC) en 2017. En ese año, meses antes del paso de los huracanes Irma y María, las compañeras que militábamos activamente en la CFC organizamos diferentes actividades no solo para demostrar la precariedad y violencia que se vivía en Puerto Rico, sino también como parte de las diferentes acciones que se hicieron en contra de la Junta de Control Fiscal impuesta en Puerto Rico el año anterior. Y aunque ese año no se pudo poner en práctica la alacena, después del paso de María se multiplicaron por todo el país los Centros de Apoyo Mutuo (CAM) que surgieron para atajar el mismo problema: el hambre.
No es casualidad que, en un año tan nefasto como el que nos ha tocado vivir, tanto a nivel local como mundial, se empiecen a organizar las Alacenas Feministas en diferentes partes del país y que la iniciativa parta, como en 2017, de grupos feministas y de mujeres como la Coalición 8 de Marzo (C8M). Estas alacenas, más allá de atender una necesidad básica y urgente, son también lugares de denuncia que confrontan un sistema que se jacta de ser democrático aunque una gran cantidad de su población no tenga cubiertas las necesidades más básicas como la comida, la salud y la educación. También impulsan otras formas de relacionarnos entre nosotrxs.
La idea que se discutió en la C8M en torno a la Alacena Feminista partía de dos conceptos: el cuidado colectivo y el intercambio abierto. Cuidado colectivo para contrarrestar el concepto del “auto cuido” que se ha fomentado dentro y fuera de los grupos en lucha. Auto cuido que, si bien reconocemos que es necesario para poder bregar y sanar si queremos ayudar a lxs demás, se puede presentar como una alternativa individualista e incluso, en algunas ocasiones, promueve un distanciamiento entre las personas y el colectivo. De ahí la idea del cuidado colectivo que, aunque no hay una fórmula concreta para este, parte de la premisa que las acciones individuales afectan al colectivo y que para cuidarnos, “individualmente”, debemos hacerlo partiendo del colectivo, considerando al colectivo, cuidando al colectivo. La difusión de las Alacenas Feministas en diferentes partes del país, así como ocurrió con los CAM en 2017, demuestra una vez más la sensibilidad que hemos desarrollado como país y el reconocimiento de nuestra precariedad y la ajena. Es un compromiso de no dejar a nadie afuera.
Podríamos pensar que desde estos espacios se trata de impulsar el concepto del “buen vivir”. El filósofo decolonial Enrique Dussel explica, en su ponencia en el “Primer Congreso de Buen Vivir: poder, estado, autonomías, colonialidad y violencia”, este concepto indígena con la oración: “yo soy si tú eres”. Es decir, la relación con lxs demás es imprescindible para el yo. Como muy bien comenta Dussel, el “buen vivir” no es la buena vida, es una convivencia consciente y solidaria en comunidad. “Yo soy si tú eres” rompe con el individualismo y la competitividad tan arraigada al sistema capitalista y colonial. “Yo soy si tú eres” antepone el tú, el bienestar del otro, para que haya posibilidades para el bienestar del yo. Y más allá de eso, “yo soy si tú eres” no solo se queda en la relación entre las personas, sino la relación de estas con el todo, con el cosmos, el mundo animal y natural. Para Dussel, el “buen vivir” requiere tener una concepción distinta de la existencia misma de los seres humanos en relación con el todo. Exige romper con las epistemologías occidentales y acercarse a otros saberes desde otras lógicas no modernas.
A su vez, la Alacena Feminista propone que sea un intercambio abierto, es decir, que nadie medie entre la persona que dona y la persona que recoge la comida y/o los artículos de primera necesidad. Por lo tanto, rompe con el policing tan arraigado a este sistema. En un mundo donde la propiedad privada se ha vuelto más importante que la vida de las personas, plantear que los artículos que ahí se dejan son propiedad colectiva, que no tienen dueño y nadie va a vigilar qué se lleva cada persona, rompe la extrema vigilancia entre nosotrxs. Este ha sido uno de los puntos más difíciles de aceptar para muchas personas, y entendemos por qué. No vigilar a lxs demás y confiar que las personas van a llevarse solo lo que necesitan es confrontar el policing cada vez más arraigado, especialmente en tiempo de COVID-19.
Desde las Alacenas Feministas fomentamos que las personas que dejan los artículos se vayan con la expectativa, y la esperanza, de que las personas que cogen las cosas solo se llevarán lo que necesitan. De ahí el repetido lema: dona lo que puedas y llévate lo que necesites. De hecho, este también refuerza la idea del cuidado colectivo, porque no llevarse más de lo que se necesita es un acto de solidaridad con las demás personas. Es pensar en el colectivo, en el otro que también pasará eventualmente a llevarse lo que necesite.
Sin embargo, no debemos romantizar el proyecto, uno de los grandes retos ha sido, y sigue siendo, romper con el individualismo que hemos aprendido de este sistema. Pero debemos reconocer que en un sistema que promueve que las personas no solo consuman lo que no necesitan, sino que pasen horas en una fila para hacer compras, que se formen peleas por conseguir artículos para comprar o incluso que se racionen o congelen los precios de los artículos de primera necesidad, es muy difícil (no imposible) promover el concepto de “llévate lo que necesites”. En muchas ocasiones hemos visto que la Alacena se vacía completamente en menos de 10 minutos y solo 4 o 5 personas se han llevado una compra entera pensada para más de 15 personas. De hecho, la primera noche que montamos la Alacena Feminista, unos vecinos indignadxs nos enviaron un video de un carro que se llevó prácticamente toda la compra donada, incluyendo uno de los muebles donde se ponen los artículos para donar. Pero cuando pensamos y organizamos el proyecto sabíamos que eso era una gran posibilidad, y aunque a veces esas experiencias nos frustran, también estamos conscientes de que hay que seguir apostando a otras formas de hacer las cosas. Si hay algo que los movimientos feministas de estos últimos años nos han enseñado es a hacer las cosas de forma diferente. Probar nuevas fórmulas, o repetir fórmulas viejas desde otras perspectivas, porque si no lo hacemos, ¿cómo rompemos con nuestras lógicas capitalistas?, ¿cómo nos acercamos a otras lógicas si no las intentamos poner en práctica?¿Cómo se construyen otros mundos si no los pensamos, organizamos y tratamos de acercarnos a estos en nuestro quehacer político?
En un país en donde cada vez pagamos más al estado por los servicios que cada año son menos, y más precarios, estas iniciativas no pretenden sustituir las obligaciones de los gobiernos. Las Alacenas Feministas son otra forma de acompañarnos desde la solidaridad y la empatía. Son espacios que no solo fomentan acciones colectivas y tratan de enfrentar, de forma muy limitada, la pandemia del capitalismo, sino que denuncian y se arriesgan a hacer las cosas de forma diferente. Porque solo la puesta en común y la discusión de por qué se hace de esa forma, considerando los posibles riesgos o desengaños que la acción pueda acarrear, nos acerca un poco más a esos otros mundos que queremos y nos merecemos.
Referencia
Dussel, E. Ponencia de Enrique Dussel en el Primer Congreso del Buen Vivir: Poder, Estado, Autonomías, Colonialidad y Violencia?, en Puebla, México. Recuperado el 3 de septiembre de 2020. <https://www.youtube.com/watch?v=ieRwuIurppo>
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