Sobre la izquierda y los progresistas
Por Félix Hernández Ortiz
[Esta es la primera de una serie de columnas de Félix Hernández Ortiz que, bajo el título general Reflexiones sobre el pasado reciente, publicaremos en momento crítico.]
Escribo estas líneas con el propósito de expresar algunas observaciones e inquietudes que me han surgido durante la pandemia global del Covid-19. Recuerdo un texto que leí hace cinco años en Mínima Política: textos breves y fragmentos sobre la crisis contemporánea (La secta de los perros, Nomo Impresores, 2015) del profesor de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Carlos Pabón Ortega. En este texto, Pabón cita al escritor cubano Leonardo Padura Fuentes sobre la situación de la ciudad de La Habana en la conmemoración del quincuagésimo aniversario de la Revolución Cubana. Me di a la tarea de revisar el texto nuevamente. En este libro, Pabón Ortega hace una mención breve de la alocución de Padura Fuentes y cuestiona de entrada: “¿Qué veo ahora mismo a mi alrededor?”:
“Calles destrozadas, como abandonadas para siempre, llenas de furnias y charcos de agua pestilente (que incluso puede ser albañales, como las que corren frente a una panadería cercana a mi casa); aceras que fueron perforadas y que, al ser tapadas, se convirtieron en camellones agrestes; un hueco en la esquina que alguien abrió, nadie selló y gracias a las lluvias exhibe una frondosa vegetación; contenedores de basura insuficientes y, por ende, generalmente desbordados; timbiriches y vendutas hechos no conservan ninguno de los vidrios que antes tuvieron, oficinas estatales con techos descarnados y paredes sucias, edificios destartalados; hordas de perros callejeros, famélicos y enfermos; gentes como zombis que caminan por la calle en lugar de hacerlo por la acera y que remueven por la vía ante la mirada indolente de los agentes del orden, buzos que registran entre los desperdicios … Veo pobreza individual y colectiva. Gente que se preocupa solo por la supervivencia y cuyo único sueño del futuro - si lo tienen - es encontrar una salida individual a sus dificultades materiales, dentro y fuera del país” [1].
Reconozco la enorme tarea de lograr responder, en términos de las dimensiones y matices de esta breve narrativa sobre la situación cubana, lo que revela este cuadro de la situación, no solo de Cuba, sino del Puerto Rico de hoy.
Abordar seriamente esta problemática es difícil ante la falta de información y análisis crítico de los medios de comunicación masiva sobre los asuntos económicos, políticos y sociales de la sociedad cubana actual. La discusión intelectual abierta, plural, de diversas ideas, opiniones y perspectivas es otro elemento notable que el espacio público carece y que no ha permitido que la discusión fluya efectivamente ante cualquier forma de coacción o difamación. Por lo tanto, esta contingencia asume una posición pragmática sobre la mentalidad de los individuos en la sociedad.
En la sociedad puertorriqueña, por otro lado, es inexistente en términos prácticos el diálogo común, honesto y de respeto a la diversidad de pensamiento entre sectores políticos, sociales y culturales. Más bien, se está al margen de los expertos o gurús de la clase dominante. Es despreciable ver cómo en Puerto Rico y en otras partes del mundo se ha propagado vertiginosamente la corrupción moral en las instituciones sociales y estatales. Este caso apunta directamente al bipartidismo o partidocracia de las dos formaciones políticas dominantes, el Partido Popular Democrático (PPD) y el Partido Nuevo Progresista (PNP). Sin embargo, algunos sectores sociales y políticos de la generación presente comienzan a demostrar cierto interés por examinar, estudiar y comprender reflexivamente la herencia histórica que ha dejado la tradición de las luchas liberales y progresistas del pasado en Puerto Rico, los Estados Unidos y América Latina. Estas nuevas generaciones intentan despertar su curiosidad al tratar de entender y reconocer la importancia de interpretar estos asuntos cruciales. Esta iniciativa representa la comunicación desde lo individual a lo colectivo y es condición fundamental para toda vida social, pero reconozco que, a pesar de la urgencia a cambios sociales, persiste todavía una parte significativa de la población aún dormida en muchos aspectos sobre los problemas en Puerto Rico como en el exterior.
Ciertamente, hemos visto poco a poco la movilización de sectores sociales y políticos locales con la posibilidad del surgimiento de un amplio movimiento con voluntad política y social, pero, en mi opinión, falta establecer y desarrollar una red de organización y de estrategias en unión, colaboración y, sobre todo, con un compromiso genuino. Esto último quiere decir reconocer los errores y las faltas cometidos en el pasado y enmendarlos con el objetivo de fortalecernos y adquirir el poder colectivamente. Eventos recientes tales como las movilizaciones sociales, la corrupción política e institucional o la revelación de la pandemia en relación con la profunda crisis del sistema de salud pública con el resto del mundo merecen ser examinados y sujetos a la interpretación crítica con rigurosidad y honestidad intelectual de modo que podamos avanzar efectivamente.
Por otra parte, debo hacer mención de la situación actual del independentismo histórico y hegemónico que, a pesar del aumento en el porcentaje de electores y simpatizantes de sus candidatos a la gobernación, a la Cámara de Representantes, al Senado y asambleas municipales en los comicios de 2020, continúa demostrando ser uno conservador, ya que, genealógicamente su inclinación es un “socialismo” de carácter nacionalista y sobretodo de la ausencia de desarrollar un movimiento socialista de base, fundamentado en los trabajadores. Hoy se observa que ha habido cierto cambio a estas tendencias progresistas pero ha sido uno de apariencia leve y/o gradual. Esto, a pesar de que, como indica Pabó Ortega en Después del “Fin de la Historia”, “en la cultura política puertorriqueña se presume que es lo mismo”, refiriéndose al independentismo y a la izquierda [2].
Paralelamente a estos hechos, la visita del senador estadounidense Bernie Sanders, quien ha manifestado ser un político a favor del socialismo democratico y candidato a la presidencia de los Estados Unidos en el 2016 y 2020, y que fue criticado por los medios de comunicación dominantes y la elite política del país, resultó ser un obstáculo al fortalecimiento del independentismo hegemónico y la izquierda (as) en la isla.
(Foto: Prensa Asociada)
Algunos sectores de la izquierda presuntamente recibieron una cantidad notable de críticas dentro del círculo de la élite política puertorriqueña por haber apoyado la candidatura de Bernie Sanders, con ofensas y epítetos tales como de “haberse vendido al americano” o de ser “traidores” dentro del sector del independentismo hegemónico. Esta expresión demuestra el rechazo que dio paso a varios alegatos de este sector sobre el derecho a adjudicarse ser la autoridad absoluta, al manifestarse como únicos entendedores y custodios de la moralidad y la política. Pabón Ortega argumenta acertadamente que este sector entiende que puede decretar prohibiciones, excomuniones y dictaminar quién es traidor de la “sagrada causa” o colabora con el “enemigo”. Es precisamente el regreso de la retórica anquilosada, endeble y dogmática extraída de la Guerra Fría. Por tal razón, estos tiempos exigen más que nunca el ejercicio del pensamiento crítico, tanto en el ámbito político como de otros asuntos apremiantes en Puerto Rico y del mundo contemporáneo.
Debo aclarar que, a pesar de las tendencias progresistas mencionadas anteriormente – desde la movilización social del verano del 2019 hasta la formación y desarrollo de los partidos políticos alternos en el país –, todavía la clase política, social y económica conservadora y de derecha dominante argumenta sin descanso lo que considera la única solución a la problemática existente: el discurso del fin del estatus político territorial. La situación en la sociedad puertorriqueña, por el contrario, evidencia el desgaste y el derrumbamiento súbito del bipartidismo, el problema de la deuda pública por causa de la condición endeble y disfuncional de gobernabilidad y la insuficiencia de la burocracia administrativa, y la falta de programas sociales universales y de una justa y equitativa redistribución de la riqueza. Solo la corrupción estatal en Puerto Rico mantiene anclada en el poder a esta clase política. Sin embargo, no podemos ignorar el apoyo que recibe la clase dominante por parte de las corporaciones, el sector adinerado y la banca privada, entre otros es lo que todavía mantiene vivo el bipartidismo.
La situación política, social y económica de Cuba y Puerto Rico históricamente ha sido objeto de una transgresión constante ante la falta de un entendimiento claro sobre esta problemática compleja en el Caribe. Es importante estar consciente de, y rechazar, cualquier suposición o argumento sin sentido sujeto al chantaje personalista que no permite llegar a un entendimiento claro de esta problemática. En primer lugar, hay que subrayar que en Cuba la vertiente actual de un socialismo nacionalista y paternalista durante el periodo pos-revolución cubana desde el 1959 a 1962 y luego el periodo anticapitalista posterior al 1962 se debate entre la hegemonía, el autoritarismo e imperialismo de las potencias globales. Los cambios vistos en varios países latinoamericanos como Brasil, Argentina, Paraguay o Perú no representan un quiebre con la lógica capitalista: son estados a favor del capital, conservadores y de derecha, por lo cual no existe o se favorece mayoritariamente un socialismo adecuado en estos países. De hecho, es necesario cuestionar cómo en Cuba la desigualdad económica y social ha abierto la brecha entre los más privilegiados y los menos privilegiados, lo cual ha sido una interrogante en la situación económica y política del país particularmente.
Aun así, lo expresado en la narrativa de Leonardo Padura Fuentes sobre la situación cubana actual ha sido examinado también por académicos, analistas críticos y periodistas provenientes de la sociedad civil de Cuba desde otras coordenadas. De acuerdo al columnista cubano Mauricio De Miranda Parrondo, en su artículo “Revolución, socialismo y democracia”, la relación existente entre la sociedad cubana y los dirigentes políticos no ha sido interpretada de una manera apropiada por parte de los medios de comunicación masiva y de sectores de la intelectualidad pública occidental [3]. En su análisis, Miranda Parrondo plantea que en Cuba se vive un proceso de cambios que ha sido interpretado desacertadamente por la dirección política. Su argumento se basa en que, luego de siete décadas del triunfo de la Revolución, el estado de situación económica actual del país es menos favorable y equitativo, es más dependiente de las condiciones externas y a su vez posee una menor capacidad productiva:
“… [las] inmensas extensiones de tierra, otrora sembradas de caña y frutales, son pasto de marabuzales (arbustos de marabú); varias de sus industrias, incluida la azucarera, padecen de un estancamiento crónico; edificios de viviendas o parte de ellos se desploman por la falta de maestros, escasa producción de libros y baja cobertura y calidad del acceso a Internet; y el de salud enfrenta una grave escasez de medicamentos e implementos médicos, además del deterioro de muchos hospitales”.
Otra coordenada que presenta Miranda Parrondo en su artículo es en términos de cómo los gobiernos estadounidenses de las últimas seis décadas han pretendido obstaculizar, ya sea con acciones directas o socavadas, en los asuntos internos de Cuba por medio de la intervención e imposición de sanciones económicas dirigidas en teoría al gobierno cubano, pero que afectan sobre todo a la población en general.
La posición del estado cubano, de acuerdo a Miranda Parrondo, se basa en su argumentación de la “ fortaleza sitiada” para explicar la difícil situación económica y a no asumir su responsabilidad en los desaciertos cometidos en asuntos de política económica. Al mismo tiempo, pretende relacionar a esa noción cualquier desacuerdo interno denunciado como resultado de acciones enemigas desde el exterior. Sin embargo, para el columnista han pasado más de sesenta años desde que el estado cubano pretende establecer la noción de asociar cualquier disenso interno como resultado de acciones enemigas desde el exterior. El autor explica, también, que sus políticas económicas deficientes se traducen en un empeoramiento del bienestar y en la ola migratoria constante de jóvenes y trabajadores profesionales en búsqueda de otras opciones de vida. Asimismo otros han emigrado ya sea por una u otra razón sienten impedidas sus oportunidades de desarrollo debido a las sostenidas políticas de exclusión por distintas esferas de poder.
A esto se le añade el anquilosamiento de un sistema político que responde cada vez menos a las expectativas de importantes sectores de la sociedad, especialmente a gran parte de las jóvenes generaciones. Su liderazgo abandonó el ideal democrático y se encaminó a un sistema socialista utilizando herramientas utilizadas en otras experiencias internacionales.
El ensayo de Yoanis Rojas Rodríguez titulada "La ofensiva revolucionaria" manifiesta cómo el inicio de esta campaña [4] en 1968 se hizo cargo de la confiscación de la propiedad capitalista nacional y extranjera, al igual que los pequeños negocios privados con la apropiación de las grandes extensiones de tierra, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, y se produjeron otras transformaciones sociales importantes y profundas en la población en cuanto al acceso universal y gratuito a la educación y a la salud para todos los ciudadanos. Estas fueron inequívocamente grandes conquistas, a diferencia de las medidas implementadas por la campaña de 1968 en el proceso político del país. El énfasis del estado cubano en el desarrollo de estos servicios sociales durante el periodo posrevolucionario el autor lo considera “… en sí mismo una revolución en la Revolución”. El objetivo fundamental de esa campaña fue acabar, de una vez y por todas, con los vestigios de la época prerevolucionaria, lo cual era fundamental para la construcción de una sociedad nueva y la forja del "Hombre Nuevo”, que no era más que el concepto del revolucionario austero y virtuoso, dispuesto a cualquier sacrificio y alejado de todo tipo de ambición material. Estas palabras fueron dichas por Fidel Castro en el discurso pronunciado el 13 de Marzo de 1968 en la escalinata de la Universidad de La Habana, en un acto conmemorativo del asalto al Palacio Presidencial:“(...) hay que decir que no tendrán porvenir en este país ni el comercio ni el trabajo por cuenta propia ni la industria privada ni nada. Porque el que trabaja por cuenta propia que pague entonces el hospital, la escuela, lo pague todo, ¡y lo pague bien caro! (…)”.
Por otra parte, el sector del socialismo democrático en los Estados Unidos se ha manifestado en defensa de la libre expresión, las elecciones multipartidistas, los sindicatos independientes y una mayor democracia laboral en su país. El columnista y profesor de filosofía Ben Burgis [5] se expresa de la siguiente manera sobre la situación actual en Cuba:
“No debemos negar que la sociedad cubana tiene fallas en estos y otros aspectos. Tampoco debemos asumir que cada cubano frustrado que ha salido a la calle es un títere de la CIA o un defensor de la privatización del sistema de salud de Cuba. Pero cualquiera que piense que la intervención de Estados Unidos conduciría a mejores resultados, y no a mucho peores, ha perdido el contacto con la realidad. Para ver qué tipo de gobierno produciría la intromisión de EE. UU., fíjese en el vecino Haití, cuyo presidente fue destituido por la infantería de marina de los EE. UU. en 2004”.
Ante esta interpretación, Burgis presenta la siguiente objeción: “si la intervención de EE. UU. en Cuba traería consigo una democracia liberal próspera y estable, primero debe explicar por qué ocurren niveles distópicos de pobreza, desigualdad, corrupción y violencia política”. De otra manera, si hubiese un intento serio de derrocar al gobierno de Cuba para imponer un solución amistosa con los Estados Unidos, como bien dice el columnista, podría terminar pareciéndose más a las desagradables pero relativamente breves intervenciones que ejecutaron en Haití. De acuerdo a Burgis, es importante subrayar que el gobierno cubano llegó al poder mediante la revolución popular, con una importante base de apoyo. Es, por lo tanto, absurdo pensar que estos fenómenos sociales tales como el intervencionismo estadounidense podrían derrocar a ese gobierno sin que un gran número de personas tomen las armas en respuesta. La guerra eterna de Estados Unidos en Afganistán ha estado ocurriendo durante casi dos décadas. Las olas de derramamiento de sangre y caos causados por la invasión de Irak en 2003 todavía están con nosotros.
Una intervención militar sería un desastre en todos los niveles posibles. Burgis sostiene que si el gobierno de los Estados Unidos realmente quisiera ayudar al pueblo cubano, hay una manera fácil y obvia: poner fin a las sanciones. Cada una de las escaseces de productos esenciales de las que hablan los manifestantes ha empeorado con el embargo estadounidense. La respuesta para el columnista no es más intervención, sino menos. Concluye Burgis que el mes pasado, las Naciones Unidas votaron abrumadoramente para pedir a Estados Unidos que levantara el embargo. Solo Estados Unidos e Israel votaron en contra. (Ucrania, Colombia y el Brasil de Jair Bolsonaro fueron las únicas abstenciones). Y 184 países votaron a favor. "Es hora de escuchar la condena del mundo. El embargo debe terminar”.
No obstante, debemos entender que en este momento de la historia humana, ya sea Cuba, Puerto Rico, la región del Caribe u otras regiones del mundo, la transformación hacia una vida decente y más justa parte de una lucha consistente, sin antagonismos internos de poca monta, infructuosos y sinsentido. Más bien, implica converger, elaborar estrategias de manera abierta y consecuente, organizarse para delinear y proponer un proyecto colectivo al país con el propósito de ganar y alcanzar el poder político. De ese modo, se podrá proveer mejores condiciones sociales colectivas en áreas como la salud, el trabajo, la educación, la vivienda, y rechazar todo tipo de intervención política o militar. La colaboración y solidaridad internacional es el lema que debemos seguir en este momento, y continuar avanzando hacia un entendimiento claro de su importancia. Por tal razón, debemos enfrentarnos específicamente a esta fase del capitalismo tardío de alta tecnología dominante y reiterar la importancia de iniciar un verdadero proceso de colaboración y solidaridad internacional.
Existe la labor analizada y discutida por diversos grupos económicos, sociales, políticos y académicos de impulsar una red de colaboración y solidaridad internacional para enfrentarnos a las posibles situaciones catastróficas que el mundo se encuentra a su paso. Estas posibles catástrofes pueden ser el surgimiento de una nueva pandemia o la eventualidad de eventos ecológicos extremos que lleven al mundo aceleradamente a su fin.
Afirmo que ante estas situaciones conflictivas de la actualidad, debemos darle prioridad a resolver la crisis climática de manera que podamos evitar la extinción total de ciertas formas de vida en el planeta. La mayoría de las personas tenemos que avanzar a obtener cambios reales y tomar posiciones radicales ante una posible cadena de catástrofes ecológicas por el cual no ha habido realmente esperanza que se materialice a buen término. Por ejemplo, al adelantar consignas como "comunismo total ahora" o "abolir el trabajo", o al reiterar la obsesión con teorías académicas extremadamente oscuras, no se promueve de manera, adecuada y efectiva esta política. La demanda de Vladimir Lenin de un “análisis concreto de la situación concreta” como dictamen al problema existencial del cambio climático se aplica hoy más que nunca.
Lo que considero erróneo de la izquierda es que, al argumentar en este estilo de radicalismo, se crea que se desembocará en una revolución armada alrededor del mundo. Incluso la pandemia ha significado para varios sectores de la izquierda y progresistas la búsqueda de una vara mágica, un proyecto de ley para finalizar el capitalismo, o sea una solución final e inmediata para que el capitalismo sea erradicado completamente. Como bien dice el filósofo, psicoanalista, teórico y crítico cultural Slajov Žižek, “hay momentos en que la confrontación radical es el único camino; y hay momentos en que un silencio aleccionador (y un lindo par de guantes) hablan más que mil palabras”.
Žižek argumenta de manera provocadora cómo la epidemia global del Covid-19 y el sistema capitalista se entrelazan con la ideología. El filósofo esloveno parte su análisis desde una perspectiva de la realidad práctica, material y cotidiana al expresarnos que: “esto no significa que acabará con el capitalismo. El sistema capitalista intentará reinventarse por sí mismo. La pandemia a mi entender abrirá un nuevo camino al movimiento progresista. Es una situación de apertura sobre la historia que todos conocemos; los ricos son hoy más ricos, las minorías raciales y las mujeres son aún más dominadas y castigadas”.
Con respecto a la propuesta de la administración de Biden en los Estados Unidos ante la crisis climática, lo considera como una versión del programa de Donald Trump con rostro humano. Pero, de acuerdo a Žižek, al mismo tiempo, estas medidas hubiesen sido consideradas como descabelladas hace dos años atrás. La propuesta del Ejecutivo se fundamenta en la inversión en una propuesta ecológica y la idea de establecer un impuesto internacional corporativo equitativo para evitar el flujo de capitales de un país a otro [6]. Hay que tomar en cuenta que esta idea de un impuesto corporativo equitativo fue defendida por Thomas Piketty. Es una medida muy radical; hace tres años a Biden se le hubiese considerado un izquierdista utópico por impulsarla. Al mismo tiempo, el sistema capitalista se adaptó rápidamente al fuerte populismo de derecha y hacia una nueva tendencia del capitalismo actual llamado corporativismo feudal [7]. Esta se concibe como una nueva forma de capitalismo. Pero estas nociones que expresa Žižek respecto a lo que ha ocurrido en la pandemia significa que el avance de los sectores conservadores y de derecha junto al capitalismo continuará.
Esta coyuntura paradójicamente tuvo otro giro desconcertante en la cumbre sobre el cambio climático COP26 en noviembre de 2021, donde solamente hubo un mínimo de avances y de meros compromisos de imponer medidas estrictas contra la quema de combustible fósil, la principal fuente del calentamiento global. A este último tema le dedicaremos la siguiente columna de esta serie.
Notas:
[1] Carlos Pabón Ortega, Mínima Política: textos breves y fragmentos sobre la crisis contemporánea, La secta de los perros (Nomo Impresores), página 73-74, 2015.
[2] Carlos Pabón Ortega, Después del “Fin de la historia”, Ediciones Laberinto, San Juan, P.R. página 57, 2020.
[3] Mauricio De Miranda Parrondo, Revolución, socialismo y democracia, 23 de octubre de 2021. La Joven Cuba.com
[4] Joany Rojas Rodriguez, “La ofensiva revolucionaria”, La Joven Cuba, 18 de agosto de 2020.
[5] Ben Burgis, "US Must End Its Brutal Sanctions Against Cuba, Not Intervene There", Jacobin magazine, 7 de julio de 2021. El columnista es miembro de la organización política Democratic Socialists of America.
[6] Esta idea fue propuesta por el economista inglés Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, página 418, 2014. En el capítulo XV titulado “Un impuesto mundial sobre el capital" hace una descripción interesante sobre la posibilidad de un impuesto progresivo sobre el capital adaptado al capitalismo patrimonial del siglo XXI. Piketty considera que este instrumento económico es una “utopía” ya que es difícil imaginar la implementación de este impuesto mundial sobre el capital, en particular si depende de que todas las naciones del mundo se pongan de acuerdo para instituir armoniosamente entre otros países. Al examinar este impuesto mundial sobre el capital según Piketty representa una utopía útil por varias razones: para empezar incluso si esta institución ideal no se crea en el futuro previsible, es importante tener presente ese punto de referencia con el fin de evaluar mejor lo que permiten las soluciones alternativas. Según Piketty hay que puntualizar que la falta de una solución de este tipo, que su forma completa exige un nivel de cooperación internacional como bien dice Piketty “…- sin duda poco realista a mediano plazo bien puede instituirse de forma gradual y progresiva en los países que así lo deseen (a condición de que sean suficientemente numerosos, por ejemplo, en el ámbito europeo), aunque sea probable que prevalezcan diversas formas de aislamiento nacional. Se presenciarán, por ejemplo, diferentes variantes de proteccionismo y de controles de capital, más o menos coordinados. Estas políticas llevarán, sin duda, a frustraciones, pues rara vez son muy eficaces, y a tensiones crecientes entre países. Personalmente considero esta instrumentación tributaria global de Piketty a pesar de ser uno de carácter sustituto y muy poco satisfactorio de la regulación ideal basada en un impuesto mundial sobre el capital su valor es el de preservar la apertura económica y la globalización. A su vez regula eficazmente la repartición de beneficios de una forma más justa dentro y fuera de los países. Habrá unos que la rechazan considerándolo una ilusión peligrosa cuando se rechazó el impuesto sobre el impuesto hace cien años atrás. Según Piketty se debe evaluar seriamente siendo esta solución menos peligrosa que las opciones alternativas.
[7] Concepto elaborado principalmente por el economista greco-australiano Yanis Varoufakis.
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Félix Hernández Ortiz es maestro retirado y graduado de la maestría en Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
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