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No puede haber programa grande con actitud pequeña (V)

Por Félix Córdova Iturregui

Durante la primera fase del proceso de industrialización promovido por la Administración de Fomento Económico, se manifestaron varios inconvenientes. Dos aspectos importantes acentuaban la fragilidad del nuevo proyecto industrial: la falta de vínculos internos entre las empresas y su carácter liviano. Al ser industrias de poco desarrollo tecnológico, con la misma facilidad que se establecían en Puerto Rico, cerraban y abandonaban la isla. A esto se añade la susceptibilidad de tales industrias ante el ciclo económico. Apenas comenzó el proceso, los efectos de la recesión estadounidense de 1953-54 pusieron al descubierto la vulnerabilidad de la emergente economía industrial. Según Hubert C. Barton, la proporción de fábricas cerradas en su relación con las que abrían aumentó de 16% en 1953, a 29.86% en 1954. Al año siguiente esa proporción creció notablemente y llegó al 59.95%. Durante el resto de la década no bajó de 25% [1]. Los sectores más importantes de la nueva economía industrial exportadora establecida en Puerto Rico experimentaron durante la recesión un declive en la producción superior al promedio que prevaleció en la economía estadounidense [2].


El impacto de la recesión, por consiguiente, provocó una re-evaluación del programa en 1954-55. Se había hecho patente la urgencia de atraer otro tipo de industria de mayor desarrollo tecnológico, con más capacidad de resistencia ante el ciclo económico y los aumentos salariales. Ya en 1951, desde el inicio de la industrialización, Stuart Chase había señalado la necesidad de combinar la industria liviana con industrias más sólidas, con un componente tecnológico más avanzado. “Many of the enterprises are small, requiring little capital equipment, engaged in producing novelties for which the market is capricious. Their root do not run deep into the economy. Such industries are inevitable, indeed welcome, in the experimental stage, but for an enduring economy the more solid type of industry is needed – such plants as Puerto Rico Rayon, the cement works, – with relatively high investment per worker, high productivity, and potential high wages” [3]. Además, los incrementos en los costos de transportación acentuaron la necesidad de pensar y atender la posibilidad de producir materias primas en Puerto Rico, que pudiesen ser utilizadas por grupos industriales locales.


Desde muy temprano se percibió la necesidad de establecer una relación entre promoción e investigación, con el objetivo de atraer empresas más complejas y estables, orientadas hacia la formación de una estructura económica más integrada. “The link between promotion and research was made closer and businessmen with the larger and more technical projects were brought to the industrial economists for quick checks of feasibility, for suggestions as to the possible enlargement of scope and scale, and to increase the knowledge of the economists about the new producing units which would soon become part of the structure of the economy” [4]. La atracción de las llamadas corporaciones “blue chips”, con mayor estabilidad ante el movimiento cíclico de la economía, más avanzadas en tecnología, con el fin de crear familias industriales, fue fomentar el eslabonamiento industrial, “to have imports come to the island in as ‘prime’ a form as possible, and to ship the products out as close as possible to marketable form” [5].


Apenas comenzó el nuevo proceso de industrialización en 1950, ya se hablaba de la necesidad de establecer refinerías de petróleo, industrias farmacéuticas y otras empresas de tecnología avanzada [6]. El proceso se hizo más organizado y consciente a mediados de la década. Se buscaban industrias con la capacidad de importar y procesar materias primas flexibles, que pudiesen alimentar procesos de diversificación industrial y darle a la economía una mayor coherencia y organicidad, con el fin de reducir los costos de transportación. La posibilidad de traer a la isla materias primas a gran escala, procesables en ulteriores actividades productivas establecidas en Puerto Rico, era lo más que se podía acercar la isla a la situación de poseer recursos naturales. Una materia prima que se consideró muy atractiva en aquel momento fue el petróleo. “This has also been the idea behind the promotion of oil refineries. Although it is quite capital intensive, it is regarded as a source of ‘raw materials’ for industries growing up around it – petrochemical industries using much of the by-products of the refinery” [7]. Además, con el ritmo acelerado de la industrialización se hacía más urgente abaratar los costos energéticos.


El programa grande y su movimiento hacia el desarrollo pleno: su fundamento ideológico.


El nuevo proyecto de industrialización nació, pues, con una nota de grandeza que vinculaba la fase inicial de industria liviana con una fase posterior compuesta de industrias consideradas pesadas, por vía del contraste. El ensamblaje de estas dos fases, desde muy temprano, fue un aspecto importante de la forma en que se concibió la industrialización. El optimismo que acompañó el proceso encontró su mejor versión en los discursos de Luis Muñoz Marín. Una vez abandonó su posición independentista, la celeridad de la industrialización le sirvió de cabalgadura para presentarse como la encarnación de un propósito radicalmente nuevo: la posibilidad de que el proceso industrial progresivamente se desplazara hacia manos puertorriqueñas, de manera que “nuestro pueblo” tomara las riendas de su destino. Muñoz Marín no abandonó esta ilusión. En su último mensaje a la legislatura, en 1964, expresó lo siguiente: “Se me hace difícil concebir que un pueblo consciente de sí mismo no tenga el propósito de que en su empresa privada económica lleguen a predominar las decisiones de sus residentes, de los que son parte del propósito colectivo del país. En lo que se refiere al cooperativismo, juzgo que debemos poner nuestras miras muy altas en que no menos de una cuarta parte de nuestra actividad económica llegue a efectuarse en esa que es la forma más alta de la iniciativa privada” [8].


Desde su primer mensaje a la legislatura, en 1949, Muñoz Marín expresó con una frase concisa y poderosa la motivación del movimiento representado por él: “No puede haber programa grande con actitud pequeña” [9]. El programa grande no solamente se proyectó hacia el futuro, sino que tal proyección se presentó como una ruptura decisiva con el pasado histórico. Fue una pieza con una importante función ideológica para contrarrestar el avance político de los sectores independentistas que rompieron con el PPD en diferentes momentos. La amenaza de estos sectores, organizada en el escenario electoral por vía del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), fundado en 1946, fue en aumento hasta llegar a su punto máximo en las elecciones de 1952. Si a la presencia del PIP se añaden las acciones de confrontación e insurrección del Partido Nacionalista entre 1950 y 1954, se puede captar la urgencia por consolidar la nueva sociedad industrial. En ese contexto social convulso, el gobernador recién electo destacó la conexión de la nueva visión del futuro con un ingrediente que consideró fundamental de su concepto sobre la democracia. “Las generaciones futuras no votan, pero una democracia cuya única preocupación fueran los que votan, sería espiritualmente una muy mala democracia y difícilmente podría transferirse de una generación a otra” [10].


El discurso de Muñoz Marín proyectaba un tono de seguridad muy efectivo para comunicar sólida confianza en el futuro. No expresaba duda con respecto a la capacidad del pueblo de moverse con firmeza “borrando el cuadro de limosnero pidiendo limosna”. Desde esta perspectiva confiada, Muñoz elaboró un persuasivo quiasmo contrastando la vida buena con la buena vida. “La buena vida no es siempre la vida buena”. Como la inversión de los términos no pretendió ser un simple juego de palabras, es importante comprender lo que entendía Muñoz por la vida buena. Desde su primer mensaje a la legislatura, se propuso conferirle a su programa económico unas características específicas. No es extraño que si la dirección que se le quería dar a la economía buscaba eliminar la pobreza, el concepto de vida buena tuviera un estrecho enlace con una determinada manera de concebir la producción. “¿Producción para qué? ¿Producción para que sirva a qué clase de vida? La producción económica por el mero impulso de producir, sin objetivo de vida que la guíe, solo conduce en el mundo moderno a glotonerías de propiedad y a enredos del espíritu. Se produce para que la gente tenga vida buena…” [11].


Muñoz Marín no pudo ser más enfático, en términos de la orientación general que debía presidir su movimiento. “El pueblo no es para la industrialización. La industrialización es para el pueblo, y la mayor parte del pueblo son los trabajadores” [12]. Una vez ofrecida esta orientación general, expresada en este segundo quiasmo, no debe sorprender que en su segundo mensaje a la legislatura, el 23 de febrero de 1950, elaborara otro concepto clave expresado en un enunciado conciso: la batalla de la producción. En el umbral de la industrialización, Muñoz no estaba haciendo un llamado a la clase trabajadora para que se movilizara de forma autónoma y pusiera la producción a su servicio. Por el contrario, su gobierno había hecho todo lo posible, con mucho éxito, por destrozar y limitar todo intento de organización independiente de las trabajadoras y los trabajadores. No consideraba necesario un movimiento autónomo debido a que la clase trabajadora tenía en La Fortaleza a su representante. En su discurso se expresaba la idea de que el gobierno del PPD era la figura que encarnaba el sujeto histórico “pueblo”, cuya mayoría estaba compuesta por trabajadores asalariados.


Había también otras premisas sorprendentes en el pensamiento de Muñoz. Nos referimos ahora a conceptos no expresados explícitamente en los mensajes citados. En su nuevo discurso político subyacía la noción de que la historia de nuestra sociedad en este siglo podía dividirse en dos partes tajantemente diferenciadas. El concepto de vida buena fue muy bien pensado y tuvo un influjo poderoso en la conciencia de las masa trabajadoras y marginadas por lo que contenía de promesa y de intensa ruptura. Se presentó como la antítesis de la vida mala que había vivido el pueblo empobrecido y explotado durante las primeras décadas de dominación imperialista estadounidense. El mensaje de Muñoz, como portavoz del PPD, llevaba en su estructura profunda un concepto de mutación radical del devenir histórico. Las primeras décadas, afirmaba su discurso, con toda la explotación y miseria que había sufrido y vivido el pueblo trabajador puertorriqueño, estuvo dominada por unas fuerzas imperiales que ya habían cesado de operar.


En el interior de su mensaje explícito, Muñoz llevaba otro mensaje oculto, pero fundamental para la creación del optimismo histórico del cual él era portavoz: el imperialismo estadounidense se había transformado. El monstruo había cambiado de piel. Años más tarde en su vida, en sus Memorias, expresó este contenido interno de su nueva ideología de una manera explícita. Con el Nuevo Trato durante la administración de Franklin D. Roosevelt, el imperialismo estadounidense dejó de existir. “Mi teoría sobre la responsabilidad moral de los Estados Unidos en hacer factible económicamente la independencia de Puerto Rico encontraba expresión concreta en el Nuevo Trato, no ya por confrontación de Puerto Rico con el imperio americano, sino porque el Nuevo Trato se convertía en opositor del imperialismo” [13].


Por consiguiente, el programa grande de industrialización, como expresión de un proyecto concebido en acentuado contraste con el desarrollo económico-político de las primeras décadas del siglo XX, venía sobrecargado de una ideología reparadora de la mala vida impuesta por el viejo imperialismo estadounidense. Para la construcción de este contraste era necesario defender la idea de la abolición del imperialismo. El programa industrializador requería la construcción imaginaria de otra relación entre la isla y Estados Unidos, con la proyección de que algún paso significativo se había dado en la solución de la relación colonial. El cambio de piel fue una condición necesaria para formular con éxito la posibilidad de otra relación entre Puerto Rico y Estados Unidos. Construir otra imagen de la relación fue imprescindible para presentar la idea, como hizo Stuart Chase, de que Puerto Rico entraba en una economía de nueva dimensión [14]. Muñoz tuvo que superar la idea del imperialismo bobo y referirse a una superación del viejo imperialismo. Era urgente limpiar la imagen deteriorada de Estados Unidos en la conciencia colectiva. El profundo cambio que comenzó a manifestarse en la vida material, con la rápida transición de una sociedad agrícola hacia otra urbana industrial, con mejores condiciones de vida, facilitó la credibilidad del contraste histórico propuesto por Muñoz Marín. Logró imponer una profunda transformación ideológica, con la nueva visión de la “democracia” contenida en el programa grande elaborado por su gobierno.


Dicho programa le abría el camino a la nueva sociedad industrial, pero también exigía, para su avance efectivo, una nueva configuración ideológica en el país. La efectividad de la transformación ideológica de grandes sectores de la sociedad puertorriqueña se apoyó en la onda larga de crecimiento acelerado del capitalismo de posguerra. Esta expansión capitalista a nivel mundial a partir de 1945 se llevó a cabo bajo la hegemonía indiscutible de Estados Unidos. Por consiguiente, la impresionante hegemonía del PPD durante más de dos décadas (1944-1968), expresó a nivel político y económico, en el interior de Puerto Rico, por medio de profundos cambios sociales, los efectos de la onda larga de crecimiento económico acelerado en un contexto internacional bajo la hegemonía del capitalismo estadounidense. En este contexto específico fue articulado el proyecto grande expuesto por Luis Muñoz Marín.


El concepto de vida buena, para ser efectivo como enunciado de amplia resonancia, tuvo que articularse con una amplia transformación visible y comprobable en las nuevas apariencias que se manifestaban en la superficie de la sociedad. La poderosa carga apelativa de los conceptos elaborados por el gobierno de Muñoz Marín – vida buena y batalla de la producción – dependió de que el nuevo proyecto histórico diera frutos visibles. Los dos quiasmos muñocistas, vida buena versus buena vida, así como el postulado de que la producción era para los trabajadores y no los trabajadores para la producción, ambos entrelazados en una unidad ideológica con fuerte capacidad apelativa, si bien tuvieron una gran efectividad, hasta lograr la transformación ideológica del país, eventualmente se agotaron ante los acontecimientos y dejaron su función retórica operando sobre las profundas contradicciones de una sociedad urbana industrial que los despojó de sentido. Por ello es importante considerar cómo se articularon estos conceptos en el llamado proyecto grande, para luego observar con objetividad sus resultados.


Los conceptos expuestos fueron de gran importancia en la propuesta industrializadora de la Administración de Fomento Económico concebida como un amplio proyecto contra la pobreza. Si el punto de partida fueron condiciones de extrema pobreza, fue necesario reconocer que el desarrollo social anterior se había caracterizado por un desequilibrio agudo. El proyecto grande de que hablaba Muñoz Marín, con su acento decisivo en la industrialización, destacó precisamente que la estructura económica de Puerto Rico estaba asediada por una incoherencia extrema. Los primeros cuarenta años estuvieron caracterizados por un desarrollo del capitalismo con una base agrícola combinada con un desarrollo industrial urbano extremadamente débil. El programa grande debía resolver esa situación de aguda incoherencia y posibilitar una amplia industrialización capaz de vincularse, como contrapartida necesaria, con un nuevo desarrollo de la agricultura.


Por consiguiente, Muñoz Marín no puso todo su énfasis en la industrialización. Su intención fue clara. “Una parte ha de estar en la agricultura”. Afirmaba, como ya hemos visto en los artículos anteriores, que era un delito no poner a producir cada cuerda de terreno utilizable en Puerto Rico. Cuando se refería a la gran hazaña económica que era urgente realizar, la agricultura fue claramente parte del proceso. Mantenía, por tanto, la premisa de que el proyecto de vida buena y de modernización industrial exigía que la agricultura se desarrollara como un conjunto variado y complementario de la industria urbana. La combinación del desarrollo agrícola con el nuevo proceso de industrialización era imprescindible para poder establecer un fundamento económico capaz de absorber la gigantesca sobrepoblación relativa de trabajadores y trabajadoras que las primeras décadas de penetración imperialista había generado. Sin la solución de este magno problema era imposible darle contenido ideológico a la idea de la mutación y liquidación del imperialismo. La importancia de la agricultura afectaba la forma del desarrollo de las ciudades. Muñoz aspiraba a ciudades “vivibles”, “no gigantescos almacenes de gente” [15].


En pocos años, era evidente, no se podía resolver el intenso desequilibrio que sufría la economía isleña. No obstante, el ritmo acelerado de la industrialización a base de importación de capital fortaleció el optimismo. “Puerto Rico está definitivamente en marcha”, afirmó con seguridad Muñoz Marín en 1951 [16]. La batalla de la producción, en el ambiente de posguerra y en los albores de la primera guerra fría, consistía en la intensificación del ritmo de la marcha para atender un objetivo principal: la eliminación del desempleo. No se puede olvidar, como ya señaláramos, que Muñoz Marín tuvo que enfrentar el desprendimiento del PPD de grandes sectores independentistas a partir del viraje de su partido en 1945. En las elecciones de 1952, el Partido Independentista desplazó al partido estadista de la segunda posición en cantidad de votos. La rápida transformación económica de Puerto Rico era, pues, una urgencia para Muñoz Marín derrotar a sus opositores. La amenaza era real.


Su cambio de trayectoria había sido justificado, entre otras razones, mediante la necesidad de un ritmo económico mucho más acelerado. La celeridad, como vemos, tuvo también una función política muy concreta: detener el ascenso del movimiento anticolonial. Como gobernador recordó y justificó las causas de su cambio de trayectoria. “Pero habiendo habido en Puerto Rico en 1940 más de 112,000 desempleados, el solo lograr reducir el desempleo en un promedio de mil por año nos da una idea de la magnitud del problema que le presenta a Puerto Rico su propio crecimiento poblacional. A este ritmo no lograríamos abolir el desempleo en menos de cien años. Queremos hacerlo prácticamente en 10 años” [17].


La proyección de Muñoz Marín fue reducir el desempleo del 13% existente en el momento del discurso, el 14 de marzo de 1951, a 5% en 1960. Aunque el gobierno ya conocía el impacto positivo de la emigración como una alternativa para descongestionar el mercado de fuerza de trabajo, el ambicioso objetivo era parte del programa grande. Para cumplir con el plan de abolir el desempleo, mediante una reducción al 5%, Muñoz Marín se refirió a la necesidad de crear durante esa década unos 200,000 puestos adicionales de trabajo. No pareció percatarse que la misma aceleración del proyecto industrializador bloqueaba la posibilidad de establecer la relación complementaria, propuesta por él, entre el sector agrícola y el sector industrial en desarrollo. No obstante, atento como estaba a la cuestión de los salarios, desde el comienzo del proyecto de industrialización, vio la necesidad de acelerar el proceso mediante la articulación, durante esa misma década (1950-1960), de la industria liviana con industrias de más avanzada tecnología. Con el propósito de abolir el desempleo y elevar los salarios presentó, entonces, la viabilidad de combinar dos propósitos diferenciables, uno siguiéndole los pasos al otro, en el interior de la primera década de Operación Manos a la Obra.


"Es debido a estos dos propósitos conjuntamente que debemos estimular durante la primera mitad de la década aquellas industrias y actividades que tienden a producir más oportunidades de trabajo en relación al capital invertido, mientras que en la segunda mitad de la década debemos acelerar el estímulo a aquellas industrias y actividades que requieren más capital en relación con el número de empleos que proporcionan pero que remuneran estos empleos a niveles más altos de salarios y jornales. Naturalmente nadie espera que estos propósitos puedan ejecutarse con precisión y proporción matemáticas. Es evidente que no rechazaríamos mañana el establecimiento de una industria pesada, ni nos opondríamos al aproximarnos al 1960 al de una industria liviana. El énfasis, sin embargo, me parece que debe estar, al principio de estos 10 años, en las industrias que puedan aliviar más el desempleo, y hacia el fin de estos 10 años en las que puedan ayudar más a levantar los ingresos de cada trabajador" [18].


Desde los albores de la industrialización, como puede verse, la dirección del PPD adoptó la idea de combinar la industria liviana con empresas de mayor composición técnica y orgánica de capital, considerada como industria pesada. Se pensó que este tipo de empresa no sólo permitiría crear empleos mejor remunerados, sino generar mayores vínculos industriales entre las empresas operando en el país. Las industrias de alta tecnología permitían mejorar los salarios y al mismo tiempo pensar en una estructura económica más integrada. “Esta es la base para el concepto de industrias maestras (core industries) y las satélites que se establecen a través de eslabonamientos anteriores y posteriores” [19]. El gobierno buscó promover las llamadas industrias maestras con el objetivo de proveerle a la economía local lo que no tenía: la existencia de un tejido interno de intercambios. La combinación de los dos propósitos, como los nombró Muñoz Marín, parecía caminar con paso firme cuando a mediados de la década, en 1955 y 1956, dos refinerías comenzaron a operar en Puerto Rico: la Caribbean Gulf Refining Corp. y la Commonwealth Oil Refining Co. (CORCO).


La instalación de estas dos refinerías a mediados de la década, parecía darle cuerpo visible al programa grande del gobierno de Muñoz Marín. H. C. Barton observó lo siguiente: “When a refinery is operating, its tail gases are as indigenous from an economic standpoint as if they were found in a natural state. Tail gases from the larger of the refineries are used as feedstock for a large ethylene glycol plant whose output is presently being exported for use as anti-freeze. It probably has a higher use as the major input for synthetic fiber and plastic plants. The ultimate objective of the research and promotion work now being carried on is to link them with labor intensive apparel and plastic fabricating industries which are already of substantial size but which could expand much more with a lower-cost, local material base” [20]. Todo indicaba, por tanto, que la base para una economía más integrada cobraba existencia. ¿Cuáles serían sus consecuencias?


El programa grande: Puerto Rico y Estados Unidos serían espacios homogéneos.


En la nueva estructura conceptual desarrollada por el gobierno, además de la supuesta mutación del imperialismo, como si respondiera a una decisión voluntaria de la metrópoli, se fue articulando la noción de que Puerto Rico y Estados Unidos dejarían de ser espacios económicos diferenciados. Por consiguiente, con una base industrial más amplia se podría también extender a Puerto Rico el desarrollo avanzado de los Estados Unidos. El cuadro de miseria que existía en la isla iría desapareciendo en la medida en que la modernidad, en su forma plena, se desplazara desde el continente hacia Puerto Rico. Al lograr dicho objetivo se abría la posibilidad de que la industria, por primera vez, pudiese estar en manos de “nuestro pueblo”. Muñoz no abandonó esta idea mientras gobernó. Por el contrario, insistió en ella. La importación de capital, como etapa necesaria del desarrollo sería superada. La preponderancia del capital importando, que al final de su gobernación controlaba 66% de las nuevas industrias frente a “sólo un 34 % en manos de puertorriqueños”, quedaría eventualmente superada. Concibió el desarrollo industrial de Puerto Rico como uno semejante al de Estados Unidos.


"Esto fue así en los Estados Unidos durante el siglo XIX. Y debió de ser así en Noriega y en Suecia y Dinamarca y dejó de ser así en esos países al desarrollarse plenamente su economía. En todo país, desde luego, por desarrollado que esté, siempre existe capital del exterior; y no es objetable que así sea. Pero todo país debe aspirar a que llegue el día en que la mayor parte del capital responda en sus decisiones a los residentes del país, a los que forman parte de la manera de vida, de las aspiraciones básicas del propósito colectivo del país" [21].


Muñoz Marín veía en la historia del capitalismo estadounidense, y de otros países desarrollados, la imagen de Puerto Rico. Dicha posibilidad se desprendía de su apreciación de que el imperialismo había sido abolido. Esta ideología que postulaba la posible homogeneidad de los espacios económicos fue el arma más conveniente para la expansión imperialista estadounidense después de la guerra. Adquiría un rostro tan nuevo como el nuevo panorama social brindado por la industrialización. Las mismas condiciones económicas “desesperadas” de Puerto Rico y la necesidad de ‘soluciones drásticas y rápidas”, frente al nacimiento de un Estado Libre Asociado vinculado al cambio acelerado, justificaron en la conciencia colectiva la nueva estrategia de dominación colonial bajo el brilloso ropaje del progreso industrial. La importación de capital se vio como la forma de hacer de Puerto Rico una sociedad parecida al resto de los Estados Unidos.


El programa grande destacado por Muñoz Marín respondía a un complejo entramado conceptual. No debe subestimarse el impacto de la transformación ideológica que provocó. Antes de señalar cómo se fue trabando en sus propios pasos, es necesario considerar las expectativas que generó en sus promotores. Muñoz Marín pensó que los bajos salarios y la exención contributiva, dos de los pilares principales del proyecto industrializador, debían ser temporeros. Los mismos cambios estructurales de la sociedad, como ya vimos en el artículo anterior, impusieron aumentos en los salarios, con el resultado de debilitar ese importante pilar. La exención contributiva, a su vez, se concibió como una medida temporera, porque según el propio Muñoz Marín no era “el mejor sistema”, ya que le recortaba fondos a la salud, la educación y a los servicios necesarios de la población. Con la solidez del desarrollo industrial, sería superado hasta desaparecer. Además, Muñoz señaló que a medida que la transformación esperada ocurriera, Puerto Rico estaría en condiciones adecuadas para que su población aportara al Tesoro federal. Todas estas posibilidades contempladas eran parte de la homogenización del espacio económico que el programa grande permitiría.


La perspectiva económica muñocista, por tanto, contenía en su fondo un proyecto que no era incompatible con la estadidad como objetivo final. Ahora bien, no se puede olvidar que la premisa del programa grande era que el espacio económico de Puerto Rico no tenía determinaciones particulares que bloquearían su integración a Estados Unidos, una vez conquistara la forma plena del desarrollo económico. La ilusión de convertir a Puerto Rico en un espacio semejante al de un país avanzado como los Estados Unidos fue uno de los fundamentos del optimismo muñocista. Su programa grande le permitió, a su vez, hacer unas predicciones que hoy pueden parecer sorprendentes o hiperbólicas. Muñoz Marín pensó que dirigía a Puerto Rico, en un plazo de tiempo corto, hacia una sociedad con dos millones y medio de habitantes, según fuese la emigración, con una fuerza trabajadora de 950 mil personas, incluyendo a todo el que aportara a la producción. En su mensaje a la legislatura del 26 de febrero de 1953, esa fuerza trabajadora fue segmentada de la siguiente manera: “De estos, si nuestro desarrollo económico ha sido el que necesitamos que sea, habrá alrededor de 450 mil en los servicios, 50 mil en la construcción, 150 mil en la agricultura y 250 mil en la industria” [22].


Si observamos la cantidad de empleos proyectados para la agricultura, en ese futuro cercano, se puede corroborar la importancia que todavía Muñoz Marín le otorgaba a este importante sector. En el curso de su pensamiento no hay indicio de que tuvo un entendimiento de las causas que bloquearon el intercambio económico entre la agricultura y la industria, entre el campo y la ciudad, como expresión de la división del trabajo en su nivel más general. En su último mensaje a la legislatura, en 1964, insistía en la diversidad y la descentralización económica. Junto a estos dos objetivos añadía la necesidad de justicia rural, “justicia hacia los campos” como fuerzas que “compelen a una política de mayor vitalidad agrícola y de llevar a los campos, hasta el límite de lo posible, servicios idénticos o equivalentes a aquellos disponibles en para la zona urbana”. Su visión mantenía la urgencia de “lograr el máximo aumento posible de la producción agrícola que sea compatible con la existencia de agricultores medianos y pequeños en nuestros campos” [23].


La realidad fue que el proyecto de industrialización, como señaló correctamente James Dietz, “dejó a la agricultura a la deriva” [24]. Al descoyuntarse la relación entre el desarrollo agrícola y el industrial urbano, ante la imposibilidad de combinar trabajos productivos entre ambos espacios, desaparecía una pieza fundamental en el camino hacia un desarrollo pleno. Quedó así bloqueada de forma sistemática un aspecto clave en la posibilidad de lograr la conversión del espacio económico de Puerto Rico como uno homogéneo al de Estados Unidos. Con el deterioro y eventual colapso agrícola se produjo un quiasmo histórico que Muñoz Marín no parece haber captado en su profundidad, a pesar de que en sus últimos mensajes observó fuerzas antagónicas a la sociedad balanceada a que su gobierno aspiraba. Si durante las primeras décadas de la dominación estadounidense impuso un intenso desarrollo del capitalismo agrícola-industrial con una relativa ausencia de industrias urbanas, con la nueva modalidad industrializadora a partir de 1950, el desarrollo acelerado del urbanismo industrial se combinó con un acelerado declive agrícola. Es decir, se invirtieron los términos. En la vida material del país se produjo un quiasmo terrible.


Muñoz Marín pretendió abolir el imperialismo con sus persuasivos quiasmos entre vida buena y buena vida, producción para los trabajadores y no los trabajadores para la producción, pero sus inversiones retóricas tropezaron con la imponente inversión histórica, de complejísimo contenido material, que impuso el imperialismo: capitalismo agrícola con débil desarrollo industrial urbano versus capitalismo industrial y declive acelerado del capitalismo agrícola. La cesura que pretendió establecer Muñoz Marín con el pasado, en su imaginario camino hacia un espacio económico homogéneo entre Puerto Rico y Estados Unidos, fue real en muchos aspectos. Pero en esa ruptura con el pasado se manifestó una cruel ironía histórica.


El programa grande y la urgencia de una amplia base industrial interiormente eslabonada.

De las cifras ofrecidas por Muñoz Marín en su proyección hacia el futuro deseado, la que más llama la atención es la cantidad de personas vinculadas a la industria. Contempló la posibilidad de 250,00 trabajadores industriales. Veamos cómo los segmentó: “En la industria en sí necesitaremos 20 ó 60 mil trabajadores diestros, alrededor de 10 mil técnicos y ayudantes de ingeniería, de 2 a 4 mil ingenieros y científicos, alrededor de 10 mil administradores, alrededor de 100 mil trabajadores semidiestros y de 70 mil trabajadores no diestros” [25].


La idea aceptada desde el comienzo de la década del 1950-1960 era que Puerto Rico ya estaba sólidamente encaminado. La marcha se pensó metafóricamente como si fuera “jalda arriba”. El optimismo, sin duda, estimulaba la idea de un ascenso. “Seguimos trepando por la abrupta jalda. Estamos lejos de la cumbre, pero ya podemos discernirla” [26]. La marcha estaba aguijoneada por la efectividad del proyecto de industrialización y el programa grande había sido construido sobre esa nueva base material. Curiosamente, el corazón del programa grande no estuvo ligado al paisaje montañoso de la isla. Nuevamente la costa desplazaría la montaña. El camino de una nueva fase industrial, pensada con indudable claridad por Muñoz Marín desde muy temprano, fue parte de su programa grande, así como también fue parte de su concepción del Estado Libre Asociado. Ya a mediados de la década del 50, con el establecimiento de dos refinerías de petróleo, se podía vislumbrar el rumbo de lo que sería el nuevo corazón del proceso de industrialización: el proyecto petróleo-químico.


El petróleo parecía ser la materia prima flexible, de cuyo origen podrían derivarse múltiples materias intermedias haciendo viable la formación de una gran familia industrial capaz de propiciar formas efectivas de eslabonamiento en una red de unidades fabriles interconectadas. El proyecto petróleo-químico no fue pensado inicialmente con el objetivo de superar la primera fase de industria liviana, sino de complementarla. Su objetivo más ambicioso fue proveerle al proceso de industrialización una base interior mucho más amplia y de mayor coherencia, con condiciones más estables para la fuerza de trabajo, al estimular los eslabonamientos necesarios que pudieran darle a la economía de Puerto Rico más efectividad en la retención de sus unidades productivas. Muñoz Marín, en 1957, veía el desarrollo económico como un “signo” de que Puerto Rico no dependiera “tan grandemente como hace algún tiempo de factores ajenos a su voluntad”. Destacó las causas de su optimismo:


"En los últimos dos años se ha establecido en Puerto Rico una base más sólida para la creación de nuevos grupos industriales – un nuevo tipo de industrias básicas que atraerán

a otras industrias. Son representativas de esta nueva modalidad económica las dos grandes refinerías de petróleo. También se caracterizó el último año, al igual que el anterior, por la diversificación en las industrias. Además de la expansión ocurrida en textiles y en ropa, se establecieron nuevas fábricas de productos electrónicos, farmacéuticos, químicos y metálicos. Todo ello prestó poderoso impulso a nuestro propósito de que en un número creciente de actividades el salario mínimo llegue al nivel fijado en Estados Unidos de un dólar por hora" [27].


La industria liviana del novedoso proyecto de industrialización llevaba poco más de media década de vida y ya la acompañaba lo que Muñoz Marín catalogó como una nueva modalidad económica, ejemplificada por “las dos grandes refinerías de petróleo”, establecidas a mediados de la década del cincuenta. Hubo, por consiguiente, una temprana concomitancia entre la industria liviana y la llamada industria pesada. En el próximo artículo veremos cómo se fue organizando el proyecto petróleo-químico, hasta convertirse en la criatura dorada de Operación Manos a la Obra. Una parte considerable del optimismo gubernamental se identificó con la nueva modalidad económica destacada por Luis Muñoz Marín.


Notas


[1] H. C. Barton, Puerto Rico’s Industrial Development Program 1942-1960, Prepublication copy of a paper presented at a seminar of the Center held in Cambridge, Massachusetts on October 29, 1959, 23.


[2] Véase Werner Baer, The Puerto Rican Economy and the United States Fluctuations, Río Piedras: University of Puerto Rico, 1962, 39.


[3] Stuart Chase, “Operation Bootstrap” in Puerto Rico. Report of Progress, Planning Pamphlets, No. 75, September 1951, 27.


[4] H. C. Barton, Puerto Rico’s Industrial Development Program 1942-1960, Prepublication copy of a paper presented at a seminar of the Center held in Cambridge Massachusetts on October 29, 1959, 31.


[5] Werner Baer, The Puerto Rican Economy and United States Fluctuations, 25.


[6] Véase Stuart Chase, “Operation Bootstrap” in Puerto Rico. Report of Progress, Planning Pamphlets, No. 75, September 1951, 30.


[7] Werner Baer, The Puerto Rican economy and United States Fluctuations, 25.


[8] Luis Muñoz Marín, Mensajes al pueblo puertorriqueño, San Juan: Universidad Interamericana de Puerto Rico, 1980, 345.


[9] Ibid, 3.


[10] Ibid, 7.


[11] Ibid, 9.


[12] Ibid, 10.


[13] Luis Muñoz Marín, Memorias, Autobiografía pública 1898-1940, San Juan: Inter American University Press, 1982, 107-108.


[14] Stuart Chase, “Operation Bootstrap” in Puerto Rico. Report of Progress, 45. La idea de una era post imperialista también aparece en este trabajo de Chase.


[15] Luis Muñoz Marín, Mensajes al pueblo puertorriqueño, 342.


[16] Ibid, 34.


[17] Ibid, 36.


[18] Ibid, 43.


[19] Eliezer Curet Cuevas, El desarrollo económico de Puerto Rico: 1940-1972, San Juan: Santana Printing Corp., 1976, 83.


[20] H. C. Barton, Puerto Rico’s Industrial Development program 1942-1960, 44.


[21] Luis Muñoz Marín, Mensajes al pueblo puertorriqueño, 344.


[22] Ibid, 93.


[23] Ibid, 342.


[24] James Dietz, Historia económica de Puerto Rico, Río Piedras: Ediciones Huracán, 1989, 314.


[25] Luis Muñoz Marín, Mensajes al pueblo puertorriqueño, 93.


[26] Ibid, 69.


[27] Ibid, 66.


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Félix Córdova Iturregui es profesor jubilado de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.


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