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La guerra en Ucrania: cuatro reducciones que debemos evitar

Por Rafael Bernabe



El “reduccionismo” es un error que ha sido muy discutido en la historia del marxismo. Se trata del error de reducir un proceso o un fenómeno complejo a uno de sus elementos. Es una forma de sobresimplificación o de unilateralidad. Las consecuencias políticas y prácticas de tal unilateralidad pueden ser considerables. En ese sentido, nos parece que hay cuatro reducciones que debemos evitar al analizar y reaccionar al conflicto armado desatado por la invasión de Ucrania por la Federación Rusa.


Primera reducción. No debemos reducir la guerra a un conflicto entre democracia y autoritarismo (o despotismo, dictadura, etc.) Del carácter autoritario y antidemocrático del gobierno de Vladimir Putin no debe existir ninguna duda, pero eso no quiere decir que debamos ver a la OTAN o sus integrantes como una fuerza democrática. Algunos de esos integrantes (Turquía) están lejos de ser gobiernos democráticos, incluso según los criterios menos exigentes. Algunos de sus aliados y gobiernos favorecidos son francamente antidemocráticos (Arabia Saudita). En más de una ocasión han apoyado el derrocamiento de gobiernos electos democráticamente y protegido a quienes los derrocaron (Grecia). La OTAN es uno de los brazos armados del imperialismo occidental y, algunos plantean, del imperialismo de EUA dentro del bloque imperialista occidental (existen y han existido tensiones al interior de ese bloque). La idea de que la OTAN se disolvería luego de la desaparición de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia partía de la idea de que su razón de ser era la Guerra Fría contra la Unión Soviética y sus aliados. Pero eso era parte de su objetivo: el objetivo más amplio es la defensa del dominio imperialista (y capitalista) occidental a nivel global, contra cualquier amenaza. En las últimas décadas esto ha incluido la imposición del orden neoliberal en todo el planeta. Por eso la desaparición del Unión Soviética y del Pacto de Varsovia, lejos de conducir a la desaparición de la OTAN, fue seguida por su expansión hacia el este. Y las fricciones provocadas por esa expansión condujeron, como se previó desde mediados de la década de 1990, al agravamiento de tensiones que sin duda es una de las causas del presente conflicto entre la OTAN y la Federación Rusa. Quienes denuncian el rol de la expansión de la OTAN en la preparación del conflicto están en lo cierto. Ese es, sin duda, un aspecto de la guerra que no podemos perder de vista. Contra ese expansionismo de la OTAN y contra la política imperialista occidental en general ¿cómo responde la izquierda? La línea general de esa respuesta es bien conocida: construyendo una defensa de los niveles de vida e intereses inmediatos de la mayoría de la población, vinculándolos a una política antiarmamentista, antiintervencionista e internacionalista, movimiento al que debe luchar por darle un sentido cada vez más francamente anticapitalista.


Segunda reducción. No debemos reducir el imperialismo al imperialismo occidental o al imperialismo estadounidense. Las transformaciones en Rusia y China durante las últimas décadas han creado dos grandes poderes capitalistas interesados en la consolidación de sus propias zonas de influencia y control político, económico y militar y la proyección de sus intereses más allá de sus fronteras. Que esos proyectos imperialistas sean más débiles que el imperialismo occidental no cambia ni su contenido ni su naturaleza. Estamos, como describía Lenin en su estudio clásico, ante un mundo de crecientes conflictos interimperialistas. La expansión de la OTAN hacia el este choca con el intento de la Federación Rusa de crear su zona de influencia en territorios de la antigua Unión Soviética. La preponderancia de Estados Unidos y sus aliados en Asía y el Pacífico choca con el objetivo del China de forjarse su zona de influencia en esa vasta región. Quienes plantean que Putin o China reaccionan al imperialismo occidental tienen razón: el imperialismo occidental es una fuerza dominante y agresiva. Pero hay que subrayar que los gobiernos de Rusia y China responden, no como fuerzas antiimperialistas, sino con sus propios proyectos de control y dominio sobre las zonas en disputa. Ante esto la izquierda debe responder con la posición ya formulada por Lenin, Luxemburgo, Trotsky y la corriente internacionalista hace un siglo: rechazamos tomar partido a favor de un imperialismo contra otro.


Conviene subrayar que, como todos los imperialismos son agresivos y depredadores, cuando se denuncian unos a otros en muchos casos las denuncias son ciertas. Durante la Primera Guerra Mundial el imperialismo alemán denunciaba el carácter despótico del zarismo y el imperialismo francés denunciaba el militarismo alemán. Después de la guerra el imperialismo alemán denunciaba los abusos de la paz de Versalles y el imperialismo japonés denunciaba los desmanes del imperialismo occidental en Asia. Todas eran acusaciones ciertas. Pero ninguna de ellas justificaba que se apoyara el imperialismo alemán, ruso o francés durante la guerra, o el rearme alemán después de la guerra o al imperialismo japonés contra el occidental, menos aún que se apoyara la invasión japonesa de Indochina, Indonesia o Filipinas. De igual forma, nuestro rechazo de la OTAN y del imperialismo occidental no puede llevarnos a apoyar o tolerar o dejar de denunciar la invasión de Ucrania por la Federación Rusa.


Hemos escuchado intervenciones que se rehúsan a rechazar la invasión de Ucrania, trayendo a colación la agresión de Arabia Saudita contra Yemen, o la ocupación de Palestina por Israel. Pero los crímenes del imperialismo occidental no pueden usarse para justificar las agresiones de Putin. En todo caso, hay que denunciar todas las agresiones y ocupaciones señaladas. Es la única posición antiimperialista consecuente.


En fin, tenemos que rechazar el imperialismo de la OTAN, pero no para apoyar el expansionismo de la Federación Rusa encabezada por Putin o las ambiciones del gobierno de Xi Jinping. No rechazamos un imperialismo para apoyar otro. Ni a la OTAN para apoyar a Putin ni a Putin para apoyar a la OTAN. Rechazamos ambos. Por tanto, a la vez que no dejamos de denunciar al imperialismo occidental, rechazamos inequívocamente la invasión y ocupación de zonas de Ucrania por la Federación Rusa y exigimos la inmediata retirada de las fuerzas militares rusas.


Tercera reducción. No debemos reducir la guerra entre Ucrania y Rusia a una guerra o conflicto interimperialista (por delegación) entre la OTAN y la Federación Rusa. El interés del imperialismo occidental en propinar una derrota a su rival ruso no anula el hecho de que la invasión rusa de Ucrania es una violación de su derecho a la autodeterminación (derecho rechazado explícitamente por Putin en su polémica contra Lenin en su discurso justificando a la invasión [1]) y que la resistencia de Ucrania es una guerra justa contra una agresión imperialista que debemos apoyar. Por lo mismo debemos reconocer su derecho a obtener las armas necesarias para resistir, allí donde puedan encontrarlas. Nada impide que rechacemos el aumento del gasto armamentista de la OTAN, que exijamos la disolución de la OTAN y que a la vez reconozcamos ese derecho a obtener armas por parte del pueblo ucraniano. Rechazar o denunciar la invasión rusa, pero negar el derecho de Ucrania a las armas (a nombre de la paz, por ejemplo), es dejarla literalmente indefensa ante la invasión que estamos denunciando.


Pero aquí, nuestra posición antiimperialista consistente nos obliga a advertir al pueblo de Ucrania que su agenda de resistencia y la del imperialismo occidental no son idénticas, sino divergentes. A la vez que reciben armas, no deben tener ilusiones sobre esto: a la OTAN le interesa propinar una derrota a Rusia, y no duda ni dudará en subordinar el bienestar del pueblo ucraniano a ese objetivo. Nosotros no podemos dictar a Ucrania cómo ni hasta cuándo desarrollar la resistencia, pero sí podemos advertirle que dejar que la OTAN dicte tales términos no corresponde con los intereses de su pueblo.


Cuarta reducción. Esta reducción es una variante y por lo general acompaña a la primera que discutimos anteriormente. No debemos reducir el conflicto entre los gobiernos de Zelensky y el de Putin a un choque entre democracia y despotismo. Como indicamos, no hay duda del carácter autoritario y antidemocráticos del gobierno de Putin. Pero esto no convierte al de Zelensky en un parangón de la democracia. Al contrario, ha perpetuado o iniciado medidas francamente antidemocráticas, represivas, nacionalistas y discriminatorias, antioberas y neoliberales y tolerado o alentado la presencia y acción de grupos francamente neofascistas. La solidaridad con la resistencia de Ucrania contra la invasión rusa no se extiende al apoyo o confianza política en el gobierno de Zelensky. Putin ha dicho que hay que “desnazificar” a Ucrania. Se puede estar en parte de acuerdo con esta idea, pero en todo caso, el cambio de gobierno en Ucrania es tarea que tendrá que ser realizada por el pueblo de Ucrania, no una excusa que justifique la invasión rusa. De igual forma, portavoces del imperialismo occidental afirman que hay que liberar a Rusia del despotismo de Putin, lo cual es cierto: pero eso es una tarea del pueblo ruso, no de la OTAN.


Recordemos de nuevo el precedente el imperialismo japonés. Durante la década de 1930, la izquierda internacional apoyó a China ante la agresión japonesa. Se apoyó a China, a pesar de que su gobierno estaba controlado por el represivo y corrupto aparato del Guomindang, encabezado por Chiang Kai-Shek (furiosamente anticomunista y autor de la masacre de 1927) y de que ese gobierno contaba con el apoyo del imperialismo occidental. A pesar de todo eso, la resistencia China era una lucha justa contra el imperialismo japonés. Por lo mismo, apoyar esa resistencia, incluso con armas provistas por el imperialismo occidental, no debía implicar apoyo al gobierno del Guomindang. Hoy debemos apoyar la resistencia ucraniana, a pesar de su gobierno y del apoyo que recibe de un bando imperialista.


Los imperialismos, a la vez que se denuncian unos a otros, se ayudan a justificarse ante sus pueblos. La agresión rusa contra Ucrania ayuda a legitimar a la OTAN como escudo ante la agresión rusa. Ha facilitado y acelerado su expansión y hace más difícil la construcción de un amplio movimiento anti-OTAN y antiimperialista en Europa. Las agresiones de la OTAN ayudan a legitimar a Putin, como defensor de la soberanía rusa y hacen más difícil la construcción de un movimiento contra su gobierno. Todo esto hace más difícil el trabajo de las y los antiimperialistas, pero sigue siendo igualmente urgente. Para ser efectivo, debe evitar las cuatro reducciones señaladas.


La primera reducción ha sido asumida por algunas voces progresistas, entre las cuales se destaca la de Paul Mason, en Inglaterra. Esta posición, con tal de rechazar la invasión rusa, se convierte en una apología de la OTAN y del imperialismo occidental. Esta posición será rechazada correctamente por todos los oponentes del imperialismo occidental alrededor del mundo, por ejemplo, en América Latina.


La segunda reducción es muy común en América Latina. Esta posición, con tal de rechazar al imperialismo norteamericano y occidental, se pone del lado o (en el mejor de los casos) ignora las agresiones de la Federación Rusa y la naturaleza capitalista y represiva del gobierno de Putin. Esta posición será rechazada correctamente por todos los que sufren las consecuencias del gobierno de Putin en Rusia y fuera de Rusia, para empezar en Ucrania.


La tercera reducción es un error de parte de la izquierda internacionalista y antiimperialista que, correctamente, rechaza tanto a la OTAN como a Putin. Esta posición, con tal de oponerse a la agenda imperialista de la OTAN o a una prolongación de la guerra, abandona la resistencia ucraniana a manos de la invasión rusa. Es una posición que será lógicamente rechazada por los que en Ucrania resisten la agresión rusa y quienes en otras partes entienden la justicia de esa resistencia.


La cuarta reducción a menudo acompaña la primera y se convierte en una apología que evade las políticas reaccionarias del gobierno de Zelensky.


Necesitamos una posición consistente, multilateral, no reduccionista que pueda agrupar a fuerzas progresistas en Occidente, en Rusia, en Ucrania y en todo el mundo.


Resumamos nuestra alternativa:


Rechazo de la invasión de Ucrania por la Federación Rusa y exigencia de la retirada de las fuerzas rusas.


Reconocimiento del derecho de Ucrania a armarse para defenderse contra la invasión.


Rechazo de la expansión y agenda imperialista de la OTAN y del aumento del gasto militar.


No apoyo político y rechazo de las políticas regresivas del gobierno ucraniano.


Apoyo a las iniciativas y los movimientos contra la guerra en Rusia


Esta es la única posición que permite agrupar a fuerzas progresistas de Occidente, Rusia y Ucrania y más allá de Europa bajo una orientación antiimperialista y anticapitalista común.


Notas:



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Rafael Bernabe es senador, profesor de la Universidad de Puerto Rico, activista social y político, autor de libros y artículos sobre historia y literatura puertorriqueña.


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