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La guerra de Trump contra los pueblos: un llamado a la resistencia

Democracia Socialista


Resolución del Comité Central de Democracia Socialista (26 de abril de 2025)



El torbellino de órdenes ejecutivas de la administración Trump puede generar confusión y desconcierto. Los cambios de posición del presidente pueden hacerlo parecer errático, pero sus acciones tienen un sentido claro y definido: dentro y fuera de Estados Unidos, Trump encabeza la guerra de una minoría rica, o más bien, súper rica y privilegiada contra la mayoría desposeída, empleada y desempleada, activa y jubilada, nativa e inmigrante. Pretende aumentar las ganancias y beneficios de unos pocos a costa del bienestar de la mayoría. Y para lograrlo, intenta dividir a esa mayoría fomentando el odio de unos contra otros a través del racismo, la xenofobia, el sexismo y la homofobia. Baste mencionar algunas de sus iniciativas o planes:


—Suspender los convenios colectivos de más de 700 mil empleados federales.

—Despedir más de 250 mil empleados federales.

—Reducir los beneficios de Medicaid y otros programas que benefician a las personas empobrecidas.

—Privatizar el correo federal.

—Reducir los beneficios y, más adelante, privatizar el sistema de seguro social.

—Eliminar límites a recargos e intereses que bancos y otras empresas pueden cobrar al pueblo trabajador endeudado.

—Debilitar o paralizar la capacidad de agencias como la Junta Nacional de Relaciones del Trabajo de hacer respetar los derechos de los asalariados.

—Negar la existencia de la crisis climática y la necesidad de reducir la quema de combustibles fósiles.

—Debilitar la capacidad de agencias como la EPA para bloquear acciones destructoras del ambiente, o verificar estándares esenciales, como la calidad del agua.


El objetivo de los “ahorros” logrados por despidos o recortes a programas sociales es reducir los impuestos que pagan las grandes empresas y fortunas. La campaña dirigida por Elon Musk, el hombre más rico del planeta, para despedir empleados públicos y degradar los servicios que reciben los más pobres es todo un emblema de ese gobierno. Con la privatización se pretende convertir servicios y programas públicos en fuente de ganancias privadas. Con el ataque a las agencias encargadas de hacer respetar derechos laborales se pretende limitar la capacidad de la gente trabajadora de resistir las imposiciones patronales. Con la destrucción de agencias y legislación ambiental se pretende acelerar la acumulación de ganancias privadas a costa de la naturaleza y el ambiente. ¿Qué objetivo comparten todas estas iniciativas? Sencillamente, seguir concentrando la riqueza en manos de unos pocos.


El capitalismo siempre se ha beneficiado de la existencia de sectores discriminados a los que se puede someter a mayor explotación (peores salarios, etc.) y a los que, a la vez, se les culpa de los males del sistema (el desempleo, por ejemplo). No es raro entonces que Trump la emprenda contra las comunidades inmigrantes o las mujeres y otros sectores que se han beneficiado de programas de inclusión para remediar una larga historia de discriminación.


Así se siembra el terror, se aumenta la explotación en esos sectores y se divide a la clase trabajadora. No es raro que pretenda reafirmar roles restrictivos para la mujer y que, por tanto, pretenda seguir limitando derechos que reconocen y le permiten ejercer su autonomía personal, como el derecho al aborto. Ni siquiera el pasado está a salvo: se pretende borrar de la historia la esclavitud, la segregación racial, el racismo y las luchas contra esas formas de opresión, para lo cual se alteran los currículos escolares, se censuran libros en las bibliotecas y se persigue a docentes o bibliotecarios que resisten tales políticas.


Por otro lado, pero con igual lógica, Trump pretende fortalecer la clase gobernante en Estados Unidos, no solo contra el pueblo trabajador, sino contra los que considera como sus rivales internacionales: encabeza una nueva ofensiva del imperialismo de esa clase para imponerse como el mandamás en todo el planeta. Esa es la razón de su idea de anexar Canadá y Groenlandia, de retomar el canal de Panamá, de colonizar Gaza luego de expulsar a los palestinos de ese territorio y su guerra de aranceles para lograr que todos los países adopten políticas favorables a la clase empresarial representada por Trump. Para Trump, el descongelamiento del océano Ártico no es un desastre ecológico, sino una gran oportunidad comercial con la apertura de nuevas rutas de navegación. Por eso pretende adquirir Groenlandia. Trump lo dice sin reparo: su objetivo es poner la economía del mundo al servicio de la burguesía de Estados Unidos, incluso a costa de aliados y gobiernos amigos. Su mayor objetivo es China, su gran rival en el comercio y la industria mundiales y, para enfrentarlo, no solo desata la guerra de aranceles, sino que busca un acuerdo con Putin a costa de Ucrania, invadida por Rusia. No se trata de un mundo “multipolar” como a algunos les gusta decir y celebrar, sino de un mundo en que imperialismos rivales, declinantes y ascendentes, poderosos o débiles, buscan repartirse los recursos del planeta y asegurar sus mercados y zonas de influencia. Y Trump tiene la clara intención de reafirmar la primacía de su clase y su imperialismo en esa pugna entre bandidos internacionales.


Como todas estas iniciativas, hacia dentro y fuera de Estados Unidos, generan resistencia y protesta, la política de Trump trae aparejada un asalto a los derechos democráticos. Ejemplo perfecto es el intento de someter las universidades a sus políticas (sobre Gaza, el cambio climático, la historia crítica del racismo, etc.) bajo amenaza del recorte de fondos. La agresión a la gente y el ambiente se mezcla con una lucha contra la democracia, los espacios de debate y pensamiento crítico. Se traduce en una guerra contra uno de los grandes logros de la humanidad: la ciencia, en la medida en que sus hallazgos (sobre la crisis climática, por ejemplo) contradicen la agenda de Trump. Así se imponen recortes que paralizan agencias como la National Science Foundation, la National Oceanic and Atmospheric Administration y el National Institute of Health, entre otras, lo cual afecta el trabajo científico en muchas otras instituciones (incluyendo recortes a investigaciones en la Universidad de Puerto Rico).


Algunos sectores del independentismo se limitan a ver a Trump como un buen argumento a favor de la independencia: Puerto Rico tiene que separarse de un país cada vez más racista, xenófobo y antidemocrático. Pero este es un análisis miope. La independencia a que aspiramos, favorable a las mayorías trabajadoras, no se beneficia del fortalecimiento en Estados Unidos y el mundo del proyecto de Trump. Lograrla implica luchar contra la política de Trump y esto solo podemos hacerlo en alianza con las fuerzas sociales y políticas que en Estados Unidos luchan contra Trump. Y para eso hay que empezar por reconocer que Estados Unidos no es una entidad monolítica, sino una sociedad de clases en la cual podemos y debemos encontrar aliados en la lucha contra Trump y por la independencia a la que aspiramos.


En fin: entendamos bien que Trump es un enemigo de los pueblos, incluyendo el nuestro. Nuestra lucha contra el colonialismo y por la independencia incluye la lucha contra la agenda de Trump. Esa lucha por la independencia, y contra Trump, exige forjar alianzas con todos los sectores que en Estados Unidos combaten a Trump y que debemos comprometer con la defensa de la descolonización de Puerto Rico. Igualmente exige estrechar lazos con otros pueblos, empezando con los de nuestra región, como es el caso de Panamá y otros, que estén en los planes de agresión de Trump.


Esa es la perspectiva antiimperialista e internacionalista que Democracia Socialista propone a nuestro pueblo.

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