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De las autodefensas feministas y los feminismos abolicionistas carcelarios

Por Vanesa Contreras Capó

[Esta ponencia fue leída en la actividad Yo te creo. Debates en torno a la cultura de cancelación y el 'call-out', celebrada en la Universidad de Puerto Rico en Cayey, el 14 de septiembre de 2021.]


Esta exposición y sus planteamientos parten de mi experiencia situada en los últimos años como activista en organizaciones y espacios feministas, como mujer y como acompañante de sobrevivientes.


Me gustaría comenzar con una cita de la filósofa argentina Dianna Maffia sobre la violencia machista: “la violencia sexual y la violencia extrema son actos terroristas, porque se producen sobre una mujer para amedrentarnos y para amenazarnos a todas". Tomando esto en consideración, la consigna “si tocan a una nos tocan a todas” tiene un peso que va más allá de la mera solidaridad, dado que es un entendimiento de que no estamos seguras y que hay que juntarse para cuidarse/cuidarnos colectivamente. De ese acompañamiento y cuidado colectivo pueden salir una infinidad de propuesta y, para mí, una de las más poderosas es la autodefensa feminista.


Cuando pienso en la autodefensa feminista, siempre me vienen a la mente 2 imágenes, por un lado, la de las Gulabi Gang, las mujeres indias vestidas con saris rosa, y por otro, las marchas de mujeres gritando la consigna “tranquila hermana aquí está tu manada”. En ambos casos, esas autodefensas feministas se organizan y apalabran desde el colectivo y se corporizan. Es decir, se toman las calles y se obliga (y se advierte) a la sociedad a escuchar y mirar. Se muestra al sistema que estamos dispuestas a tomar las calles y confrontar colectivamente el sistema colonial-racista y patriarcal.


En una entrevista, Esther López, fundadora de Safo Eskola y profesora de autodefensa feminista, explica que la autodefensa feminista es una estrategia de empoderamiento personal y colectivo que, más allá de defenderse frente a un ataque físico, es “un acto de apropiación del territorio más propio: el cuerpo y por extensión de los derechos como ciudadana”. Para López, la autodefensa se apoya en tres pilares: primero, aprender a trabajar con el cuerpo (romper narices), segundo, la emocional y psicológica (cómo rompemos la sumisión aprendida) y tercero, desde el grupo (el colectivo) no cuestionar ni juzgar las experiencias de les demás.


Si bien no hay una sola forma de autodefensa feminista, la importancia del auto-empoderamiento de las sobrevivientes y romper con los discursos y prácticas aceptadas por el patriarcado se convierten en punta de lanza. Marisol Anzo-Escobar explica en su artículo “Protesta y autodefensa feministas: desafiando las reglas del sentir”, que el miedo es una emoción aceptable para las mujeres en las sociedades patriarcales, pero ni la rabia ni la acción defensiva frente a una agresión son aceptables. Anzo-Escobar utiliza la tesis de Elsa Dorin sobre el “dispositivo defensivo” donde expone que en nuestra sociedad solo algunos sujetos están legitimados para defenderse y otros solo pueden ser defendides. De ahí que se marque una diferencia entre la autodefensa y la legítima defensa. Esta última goza del reconocimiento social y el amparo de la ley. A su vez, Audre Lorde explica en su artículo “The Uses of Anger”, un artículo enfocado en la lucha antirracista, que la rabia (esa que no cumple con los estándares patriarcales), la rabia no el odio, puede convertirse en una poderosa herramienta de cambio social. Tomando esto en consideración, me pregunto, ¿cómo trabajamos desde la rabia para confrontar las agresiones machistas? ¿Cómo nos organizamos desde el colectivo para acompañarnos y apoderarnos de nuestras respuestas a las agresiones? Es importante señalar que si bien hay que impulsar la transformación del miedo en rabia, porque es esta la que genera acciones concretas para confrontar las violencias, también hay que reconocer que hay una raya muy fina de la rabia al odio y, por lo tanto, de la justicia a la venganza. Una posible forma de atender esta situación son los grupos de justicia restaurativa que parten del reconocimiento de que no se pueden utilizar los mecanismos del estado y que el castigo tampoco logra cambiar las violencias sistémicas. Es decir, urge plantearnos si las estrategias que utilizamos nos empoderan y promueven un cambio estructural o si de lo contrario lo mantienen.


En la entrevista “Por qué el punitivismo no es la solución”, Moira Pérez, doctora en filosofía y especialista en violencias, explica que “el castigo reproduce la violencia, y refuerza las condiciones en las que germina: exclusión, falta de oportunidades, sometimiento, desubjetivación...”. Por eso, en vez de confrontar las violencias desde el castigo, que muchas veces se presenta como la única solución adecuada en nuestras sociedades, coloniales-racistas y patriarcales, propone la salida a la sanación como una estrategia colectiva. Es decir, asumir las agresiones no desde lo individual, sino desde el colectivo. A su vez, reconoce que un problema habitual a la hora de confrontar los casos de violencia machista es “confundir la urgencia con la exclusividad: que algo sea urgente no significa que sea lo único que se pueda hacer ”. Cancelar a una persona parte de la estrategia patriarcal del castigo; cancelar a alguien impide que haya oportunidad de transformación, e incluso se puede percibir una lógica maniquea en esta situación en donde solo se presentan dos soluciones posibles: si crees a las sobrevivientes, entonces no puedes ni siquiera cuestionar los métodos de denuncia, y si cuestionas los métodos de denuncia, es porque no crees a las sobrevivientes. A su vez, si bien individualmente podemos querer que un agresor desaparezca, la respuesta colectiva debe proponerse otras metas a largo plazo que realmente construyan los cimientos para una transformación social. Si el castigo no transforma y el feminismo apuesta a una transformación social, ¿no se supone que busquemos alternativas diferentes tanto dentro como fuera del estado?

Hace un par de años empecé a desarrollar el tema de la colonialidad de la lucha, partiendo de los estudios decoloniales, y el término de la colonialidad del poder, para referirme a las imposiciones de las mismas izquierdas y algunos grupos feministas sobre cómo y cuándo se debía actuar y/o denunciar. En momentos en donde uno de los grandes debates en el país es sobre la inclusión de la perspectiva de género en las escuelas, cuya misión principal es confrontar la raíz de las violencias machistas y construir otras realidades en los imaginarios colectivos, abrir espacios de discusión sobre tácticas y estrategias contra las violencias y estar receptives a nuevas formas de lucha es una tarea urgente.

Referencias:

Anzo-Escobar, M. “Protesta y autodefensa feministas: desafiando las reglas del sentir”

Carreras, M. “Autodefensa feminista: aprender a romper rodillas y a amarnos por encima de todo”

Lorde, A. “The Uses of Anger”

https://academicworks.cuny.edu/wsq/509/

Santoro, E. “Por qué el punitivismo no es la alternativa”

https://www.pagina12.com.ar/336846-por-que-el-punitivismo-no-es-la-respuesta


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