Retos y oportunidades del sindicalismo educativo ante la crisis climática
- Jorge Lefevre Tavárez
- 8 may
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Jorge Lefevre Tavárez

Nota del autor: Este texto sirvió de base para mi participación en el panel titulado “Territorios y crisis climática” del Tercer Congreso Contra el Neoliberalismo Educativo, celebrado en Rio de Janeiro, el 11 de noviembre de 2024.
Comienzo con una famosa cita de Walter Benjamin, que forma parte de su escrito “Tesis sobre la historia” y que ha tenido cierto renacer en estos últimos años: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren”. Benjamín escribió sus “Tesis” en el contexto de la amenaza fascista en plena Segunda Guerra Mundial, mientras huía de la persecución nazi, aunque finalmente la situación lo llevó al suicidio ante el desespero que sentía provocaba. El contexto de Benjamin parecería volverse actual, con el ascenso de una nueva derecha, antidemocrática, irracional, que se asemeja cada vez más al movimiento fascista de la primera mitad del siglo XX, y que tiene entre sus portavoces mundiales a Donald Trump en Estados Unidos, a Javier Milei en Argentina, a Jair Bolsonaro en Brasil y a muchos otros. Curiosamente, el renacer de esta frase no se debe tanto al ascenso de la nueva derecha y al posible regreso del fascismo, sino a una realidad ajena al pensamiento de Benjamin, aunque afín a él: la crisis climática. La metáfora de una locomotora que se mueve con violencia y que requiere de un frenazo urgente resuena con esta nueva crisis del capitalismo que pone en peligro la vida en el planeta, tal y como la conocemos.
“Para el capitalismo”, indica el Documento Central del Segundo Congreso Mundial contra el Neoliberalismo Educativo, “todo lo que se hace en la sociedad pretende convertirlo en negocio y considera a la educación una mercancía”. El sistema de producción capitalista se sostiene en la producción de ganancia a partir de la explotación de las personas asalariadas, en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la competencia entre capitales, que les exige constantemente aumentar sus ganancias y reducir sus costos a riesgo de perderlo todo. La misma lógica que busca reestructurar los espacios pedagógicos a partir de mecanismos centrados en lo costo-efectivo y en la ganancia, en lugar de centrarlo en lo que sea mejor para la educación, es la que produce y acelera la catástrofe ambiental y una posible salida sin retorno de la destrucción de la vida en el planeta. La producción acéfala del capitalismo se centra, no en la satisfacción de las necesidades sociales, sino en el enriquecimiento privado; es una lógica que parte de la premisa destructiva del crecimiento infinito, sin reconocer que se vive en un mundo de recursos finitos. La lógica que combatimos en el salón de clase es la que tenemos que combatir fuera de él. Con un crecimiento anual de 3%, la producción se duplica cada 24 años. El aumento de la producción implica también el aumento del consumo de energía, de extracción de recursos. ¿Cuánto más puede sostener este planeta?
En América Latina y en el Sur Global, tanto por intereses locales (a veces, incluso, bajo gobiernos del llamado “progresismo”) como extranjeros, renace la lógica extractivista, que, por un lado, continúa subordinando los países de la región a participar de una división internacional del trabajo que les genera pobreza y extrema desigualdad. Paradójicamente, también se sufre de manera desigual de los efectos de esta crisis climática. Si bien la crisis climática es una consecuencia del calentamiento global, y este se debe a la emisión y acumulación de dióxido de carbono, nuestros países, sin ser quienes mayor dióxido de carbono emiten, son los que más sufren. El Índice del Riesgo Climático Global (2019), por ejemplo, reconoció a Puerto Rico como el país más afectado por el cambio climático en el 2017, a pesar de encontrarse lejos de ser uno de los mayores contaminantes de la isla. Esto, por las enormes pérdidas en términos de muertes (4,645) y por la destrucción de infraestructura producto del paso del huracán María. Pero el lugar que ocupó Puerto Rico en ese año lo ocupa otro país hoy, otro mañana, y, con más probabilidad que menos, serán estos nuevamente países del Sur Global. Ante estos fenómenos recientes, un nuevo vocabulario se crea para poder apalabrar la catástrofe de la crisis climática y el capitalismo: neoextractivismo, ecoansiedad, ecogenocidio.
En este Congreso Mundial Contra el Neoliberalismo Educativo, el documento base del eje temático titulado “Territorios y crisis climática” propone que, entre los asuntos medulares que debe abordar el movimiento sindical (que incluyen la independencia de la clase trabajadora, la formación y la educación sindical y la salud y seguridad en el trabajo), deberíamos incorporar también las preocupaciones sobre el desequilibrio ecológico. La propuesta es, por un lado, lógica y urgente, porque la crisis climática afecta a todas las personas, incluyendo a las matrículas de nuestros sindicatos, y por el poco tiempo que tenemos para prevenir ciertas consecuencias irreparables de esta catástrofe. Por otro lado, este llamado es, también, un reto, en la medida en que busca que nuestros sindicatos asuman como prioridad algo que, en sentido estricto, rebasa el espacio del taller, algo que la diferencia de las demás prioridades mencionadas. Este reto puede variar altamente en magnitud, dependiendo de las maneras en que se han constituido y desarrollado las luchas obreras y sindicales en cada país, pero no deja de ser cierto que uno de los pilares de la lucha sindical es la negociación de las condiciones laborales en el espacio del trabajo, y que este muchas veces puede absorber una parte importante del trabajo que se hace desde él. La negociación de las condiciones laborales es quizás el atractivo principal que lleva a que los y las trabajadoras formen parte del sindicato, y las exigencias que se hacen en torno al espacio laboral son continuas y diarias. Es fácil que la lucha en el espacio laboral y la negociación colectiva absorba nuestros trabajos, aunque se trate de un sindicato clasista, militante y democrático [1].
Por supuesto, no quiere decir que, dentro del taller, es poco el radio de acción que tenemos como educadores y educadoras. Los portavoces del capitalismo fósil (de los intereses económicos vinculados al petróleo y al gas) y del neoliberalismo, en su afán irracional de negar la crisis climática para no entorpecer la generación de sus ganancias, atacan la educación por lo que puede esta revelar de las enormes contradicciones del sistema de producción capitalista. No solo las humanidades y las ciencias sociales están bajo acecho ante una visión de la educación que reduce su importancia a lo que resulte “práctico” para el mercado laboral, sino que las ciencias naturales, fuentes de conocimiento que demuestran la ruptura metabólica entre los seres humanos y el ambiente, han sido cuestionadas por la nueva derecha.
El negacionismo climático, en parte, explica el alto carácter antiintelectual de la nueva derecha. En Estados Unidos, por ejemplo, y con importantes efectos en Puerto Rico como colonia suya, esto pudiera incluir, bajo la nueva presidencia de Donald Trump, la eliminación del Departamento de Educación federal y una campaña de recortar fondos de investigación e imponer altos impuestos a las universidades privadas de los Estados Unidos para crear una fraudulenta “American Academy” virtual que reemplazaría la actual estructura de grados universitarios. De esta manera, las universidades dejarían de crear “comunistas y terroristas”, “simpatizantes de los jihadistas”, según las palabras de Trump. Ni tan siquiera las universidades productoras de élites, como Harvard, mencionada por nombre en su discurso, se salvan del ataque a la educación (Trump, “The American Academy”). En Florida, las fuerzas republicanas de la derecha extrema ya han puesto en jaque la libertad de cátedra en las universidades públicas, un precedente que se pudiera replicar en otros estados si la nueva derecha continúa su avance.
En Puerto Rico, por otro lado, la agresión neoliberal principal se ha articulado en el malgasto de los miles de millones de dólares del Departamento de Educación, para enriquecer a bolsillos privados, el cierre de cientos de escuelas y el deterioro en la infraestructura y en las condiciones laborales. Con respecto al Sistema de la Universidad de Puerto Rico, la principal fuente de investigación académica y de movilidad social en el país, esto ha conllevado el recorte de su presupuesto, a menos de la mitad de lo que la misma ley universitaria establece.
Hay mucho, por tanto, que hacer dentro de nuestro espacio de trabajo, en defensa de la educación y de la investigación, elementos centrales de nuestro quehacer y que de manera indirecta se relacionan con la lucha ambiental por su relación con el conocimiento social y científico. Pero a la vez, hay que trascender nuestro espacio de trabajo. Y no deja de ser cierto que los vínculos entre la lucha en el taller de trabajo y la lucha en defensa del ambiente son claros: afectan a las personas asalariadas que el sindicato representa y es precipitada por la misma lógica de la ganancia privada. Un texto publicado recientemente en Puerto Rico, y que lleva de subtítulo Manifiesto ecosocialista, sostiene que: “Sencillamente, un sistema en que los capitales privados se obligan mutuamente al constante aumento de la producción y a la búsqueda de la mayor ganancia a corto plazo no es capaz —y nunca será capaz— de relacionarse con el entorno natural de manera responsable. Ese uso y relación responsables suponen una visión social y no privada; integrada y no fragmentada; atenta al largo plazo y no al corto plazo; comprometida con el contenido material del desarrollo y sus impactos y no solo con el aumento cuantitativo del ingreso” (14). Esa visión colectiva, integrada, a largo plazo, comprometida con la satisfacción de las necesidades sociales y atenta al impacto, la puede aportar el sindicalismo, incluyendo el sindicalismo educativo, si asume esa tarea [2].
La crisis climática nos obliga a superar el “economismo” o “economicismo”, que reduce las luchas obreras a reivindicaciones económicas, usualmente en el taller de trabajo, aunque también dentro del terreno de la lucha política. En ese sentido, se vuelve hasta cierto punto a los orígenes del sindicalismo, que luchaba, sí, por reivindicaciones económicas pero que se interesaba por todo asunto que afectaba a las personas asalariadas. Luego del huracán María, los sindicatos se convirtieron en parte del movimiento de apoyo mutuo en Puerto Rico, llevando suministros a comunidades y creando fondos especiales para sus matrículas. La Federación de Maestros y Maestras de Puerto Rico, la Central General de Trabajadoras y Trabajadores y la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios son ejemplos de estos esfuerzos que recorrieron la isla y el archipiélago ayudando en momentos de crisis social y humanitaria. Pero las acciones sindicales en torno al tema ambiental deberán ir más allá de la respuesta a las catástrofes. Y los sindicatos de trabajadoras y trabajadores de la educación tienen una característica particular que pudiera aportar en esta lucha. En ese sentido, el Manifiesto de Convocatoria para el Tercer Congreso Mundial contra el Neoliberalismo Educativo apunta a ella, aunque lo presente de manera general: “Hoy, las mayores posibilidades de resistencia a la ofensiva del capital se expresan en la alianza de sindicatos y asociaciones de trabajadores de la educación, organizaciones estudiantiles y comunitarias. La alianza del capital contra la educación del pueblo solo puede enfrentarse con una alianza de sectores populares organizados”.
Muchas –—no todas— las luchas ambientales tienen un carácter local, comunitario. En el caso de Puerto Rico, por ejemplo, las luchas que buscan detener la construcción de una asfaltera, de una incineradora, de edificaciones en la zona marítimo-terrestre, se articulan sobre todo a partir de las comunidades aledañas, aun cuando haya un apoyo nacional a las luchas: la protesta cotidiana suele tener un rostro comunitario. Pero también con esto se aprecia una de las dificultades que deben superar las luchas ambientales: la desarticulación y fragmentación de estas a lo largo de un territorio nacional.
Las luchas en torno a la educación muchas veces adquieren, también, un carácter comunitario. En el caso nuestro, la resistencia al cierre de escuelas moviliza en cada lugar a las familias y las trabajadoras más afectadas. Y es de esperar, pues el carácter del trabajo que llevamos a cabo hace que exista un vínculo estrecho entre espacio de trabajo y la comunidad aledaña. Esto es particularmente cierto para aquellos sindicatos de la educación básica y secundaria, pero muchas veces nuestras universidades tienen una relación similar con su entorno. Cuando no, es común que nuestros sindicatos busquen propiciarla. Con naturalidad, por lo tanto, nos unimos a las luchas ambientales locales y comunitarias.
A la misma vez, tenemos estructuras regionales, cuando menos, pero muchas veces nacionales, algo que brinda el carácter sindical o gremial de nuestras organizaciones y que actualmente no tiene paralelo en las luchas ambientales en muchos países. En nuestro accionar, solemos conjugar estas dos esferas de lucha, la local y la nacional; no se contraponen, sino que se complementan. Ese mismo proceder que nos sale de manera natural deberemos extenderlo a las luchas ambientales: aprovechar nuestro vínculo comunitario y nuestra estructura nacional para ayudar a aglutinar las luchas ambientales como partes coherentes de un mismo proyecto social. Tenemos la capacidad, desde la proyección que nos brinda el sindicato educativo y la inmersión en la lucha local y comunitaria, de hacer de nuestros cuadros sindicales, también, cuadros ambientales, líderes comunitarios y portavoces de estas luchas a nivel nacional.
Y este proyecto social, por supuesto, deberá también incluir reivindicaciones democráticas, laborales, feministas, de la comunidad LGBTTIQ+. Porque rebasar el espacio de trabajo implica que el sindicato deberá asumir y apoyar toda lucha que implique una ampliación de los derechos de la clase obrera. Esto conlleva una transformación radical de la sociedad tal y como la heredamos. El tema ambiental, sobre todo, implica un estilo de economía y de vida distintos, alejados de la lógica productivista que desafortunadamente continuaron proyectos socialistas y progresistas en el pasado. Por eso, en parte, el llamado del compañero Adelmar Macías en este mismo Congreso de hacer del Día de la Tierra una actividad tan importante como el Primero de Mayo y el 8 de marzo: luchas distintas, pero articuladas entre sí. La educación sindical deberá también acoger esta nueva prioridad y estos nuevos reclamos a la hora de formar a nuestras a matrículas.
Incluso la propia manera en la que se ha pretendido dividir al mundo y condicionar la manera en que los países se relacionan deberá reevaluarse a raíz de estas nuevas necesidades. Puerto Rico llegó a producir 79% de lo que consumía; hoy día, importa más del 80%. La importación de alimentos, además de otros objetos de consumo, implica a su vez costos ambientales en materia de transportación, por todo el dióxido de carbono. De acuerdo con el estudio preparado por el Comité de Expertos y Asesores del Cambio Climático de Puerto Rico, titulado “Mitigación, adaptación y resiliencia al cambio climático en Puerto Rico”, “un producto que se exporta del puerto de Shanghái, China, A San Juan recorre una distancia de cerca de 22,200 millas em barco hasta Long Beach, California, 2,400 millas adicionales para llevarlo en camión al puerto de Jacksonville, Florida, y finalmente 1,400 millas en barco para llegar a San Juan-todo ese recorrido usando combustibles fósiles”. El desarrollo de un mercado interno y la soberanía alimentaria se vuelven, por tanto, reclamos vitales desde múltiples perspectivas.
Viejas maneras de pensarnos renacen, no por añoranza del pasado, sino por la urgencia del presente. El Manifiesto ecosocialista en Puerto Rico, por ejemplo, sostiene que “La fragmentación política y económica es una de las peores herencias del colonialismo en el Caribe. Cada isla o grupo de islas se relaciona más con su metrópoli, antigua o presente, que con sus vecinos. La necesidad de reducir el transporte y de relocalizar la producción exige superar esa fragmentación. La centenaria perspectiva de una federación antillana se convierte en una exigencia ecológica” (61).
En momentos en que la lucha de clases se agudiza a nivel mundial, en el que en varios países la nueva derecha se fortalece y ataca con igual violencia a la educación y al ambiente, el que este Tercer Congreso contra el Neoliberalismo Educativo nos presente este reto ambiental a los sindicatos demuestra que este espacio se encuentra a la altura de los tiempos y las grandes posibilidades y responsabilidades que los sectores de la educación tienen a la hora de pensar y crear las bases de una realidad distinta, transformada.
Notas:
[1] Recientemente, el sindicato de maestros de Chicago, Chicago Teachers Union, logró incorporar reivindicaciones ambientales a su convenio colectivo. Este ejemplo demuestra que, en ocasiones, las luchas ambientales no tienen que verse tan alejadas del taller de trabajo como en otras. Ver: “Chicago Teachers Win Greener Schools”, Labor Notes (April 16,2025): https://labornotes.org/2025/04/chicago-teachers-win-greener-schools.
[2] Democracia Socialista. Puerto Rico y la catástrofe capitalista. Manifiesto ecosocialista. Democracia Socialista, 2024.
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Jorge Lefevre Tavárez es editor, ensayista y sindicalista. Forma parte de la Junta Nacional de la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios (APPU). Es miembro de Democracia Socialista y actualmente forma parte de su Comisión Política.
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