Por Rafael Bernabe
Recordando a Ernest Mandel
El 20 de julio se cumplen veinticinco años de la muerte de Ernest Mandel. Recuerdo el momento en que me enteré. Estaba en mi oficina en la UPR y recibí un correo electrónico que me comunicaba la noticia. No me sorprendió, pues sabía que Mandel tenía problemas de salud, pero la noticia no dejó de afectarme. Desde muy joven fue una de las influencias más importantes en mi desarrollo político e intelectual.
A Mandel lo conocí primero a través de sus libros. Su Introducción a la teoría económica marxista fue una de las obras que inició a toda una generación de militantes en el estudio de la obra económica de Marx. Posteriormente preparó otra introducción muy útil: El lugar del marxismo en la historia. Su Tratado de economía marxista, redactado a principios de la década de 1960, impresionaba como un intento de ilustrar la teoría económica de Marx a la luz de la experiencia histórica del siglo XX. El estudio La formación del pensamiento económico de Marx no ha perdido vigencia como explicación de la evolución de las ideas de Marx. Su discusión sobre la conquista del tiempo libre como aspecto central del socialismo y de una sociedad en que se pueda vivir plenamente cobra hoy particular vigencia, en que la crisis ecológica impone pasar de una concepción cuantitativa a una concepción cualitativa del progreso. Su última obra importante, Poder y dinero, no ha gozado de la atención que merece. Es una aportación a una teoría marxista de la burocracia, un tema central para cualquier proyecto de renovación socialista. Hay también pequeñas joyas, como su estudio de la Segunda Guerra Mundial (The Meaning of the Second World War).
Su obra maestra fue sin duda, El capitalismo tardío, trabajo que incluía una visión panorámica de la evolución del capitalismo desde el siglo XX y un análisis del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial en particular. Mandel se planteaba allí la pregunta: el hecho de que, luego de la gran depresión, el capitalismo haya encontrado un nuevo aliento y haya vivido un periodo de expansión acelerada después de la Segunda Guerra Mundial, ¿invalida el análisis de Marx de las contradicciones internas del capitalismo? ¿Ha eliminado el capitalismo esas contradicciones gracias a las intervenciones keynesianas, o los acuerdos entre grandes empresas, o la planificación indicativa por algunos estados, o las reformas sociales implantadas? La respuesta de Mandel era un rotundo no, pero un no que asumía la necesidad de reconocer las nuevas formas que el capitalismo había tomado en décadas recientes.
Y esto era lo más importante, lo más interesante de la obra de Mandel: su mezcla de ortodoxia, por así llamarla, y de apertura a la realidad. Mandel rechazaba la actitud de los que se aferraban a la ortodoxia marxista y negaban, por tanto, todo lo que parecía contradecirla. Como la expansión de postguerra parecía ir en contra de aquella ortodoxia, se negaba por tanto la realidad de la expansión. Se trataba de una expansión falsa o ficticia. Otros reconocían la expansión y, por tal razón, consideraban necesario abandonar la teoría marxista, que no habría podido prever o explicar esa expansión. Mandel asumía el reto de reconocer la realidad de esa expansión y de explicarla de acuerdo con la teoría de Marx: confiaba que la teoría de Marx era perfectamente capaz de entender nuevos hechos y fenómenos; y que solo, si intentaba y lograba hacerlo, podía considerarse una teoría científica y no un dogma petrificado. Esa ortodoxia antidogmática fue para mí su más importante lección.
De sus aportaciones más concretas podría hacer una lista muy larga. Menciono, por ejemplo, su elaboración de las teorías de las ondas largas en la evolución de capitalismo. Apoyándose en ideas formuladas por autores anteriores, Mandel explica como en la evolución del capitalismo se alternan ondas largas de crecimiento acelerado y de desaceleración. En el siglo XX, por ejemplo, observamos un periodo de crecimiento acelerado hasta la década de 1920, seguido por la gran depresión de la década del treinta, a su vez seguido por un nuevo periodo de expansión que termina en la década de 1970. Basta considerar estas fechas para ver como la historia económica y política de Puerto Rico se ajusta a estas fluctuaciones señaladas por Mandel. Por eso, la historia de Puerto Rico en el siglo XX que redacté junto a César J. Ayala (Puerto Rico en el siglo americano) sigue de cerca la periodización formulada por Mandel. Su propuesta es tremendamente útil para entender nuestra historia.
Vi a Mandel por primera vez en 1983. Yo vivía en Binghamton en la parte norte del estado de Nueva York. Yo y varios compañeros y compañeras viajamos en un carro que conseguimos hasta Princeton en New Jersey para asistir a una conferencia que ofrecería. El auditorio estaba repleto con más de 500 personas. Recuerdo que Mandel inició su conferencia diciendo: el capitalismo enfrenta una grave crisis económica, política y moral y ahora quiero examinar cada uno de estos aspectos. Luego habló por más de dos horas con una riqueza de datos y de elocuencia que nadie se movió de su silla ni protestó por el largo de la presentación. He tenido la dicha de escuchar a grandes oradores y conferenciantes, pero Mandel sigue siendo el que más me ha impactado. Hay oradores que son grandes agitadores, que exponen con elocuencia ideas que pueden ser correctas, pero no son necesariamente originales. Hay otros oradores eruditos, que carecen sin embargo de capacidad de emocionar y conmover a su auditorio. Ambos son buenos y tienen su función y espacio. Mandel combinaba ambas cosas: la rigurosidad y abundancia de datos del académico más cuidadoso y la capacidad de estremecer y movilizar del más hábil agitador. Esto se relaciona con el hecho que el estudioso nunca opacaba al activista. Las intervenciones de Mandel, su análisis, siempre terminaban con la pregunta leninista: ante todo esto ¿qué hacer? No solo quería interpretar el mundo, quería cambiarlo. No solo quería entender el capitalismo, quería abolirlo.
También recuerdo que luego de terminar la conferencia en 1983, un grupo de compañeros puertorriqueños nos acercamos a él (yo tenía entonces 24 años) y le planteamos que éramos parte de un grupo que habíamos estudiado sus escritos y que nos gustaría tener alguna comunicación con él. Esperábamos que nos diera una dirección a la cual poder escribirle y mandarle alguna de nuestras publicaciones. No fue así. Con la mayor naturalidad, Mandel sacó una libretita que tenía en la chaqueta y nos dijo: bueno mañana tengo libres estas horas, díganme dónde podemos reunirnos. Nada le atraía más que jóvenes se interesaban por el estudio del marxismo y no perdía oportunidad para tratar de forjar lazos con nuevos grupos. Inmediatamente se interesó en saber quiénes éramos.
La última vez que vi a Mandel fue durante un congreso de la Cuarta Internacional en febrero de 1995, pocos meses antes de su muerte. Ya estaba visiblemente debilitado físicamente. En julio llegó la noticia de su muerte. Tantas cosas han ocurrido después: la generalización del neoliberalismo, la "financiarización" de la economía capitalista, la crisis del 2008, el recrudecimiento de la crisis ecológica… Magnífico hubiese sido contar con la inteligencia de Mandel para entender todo esto. Pero nadie es eterno. Una generación da paso a las siguientes. Lo que nos toca es honrar su memoria continuando su lucha.
Rafael Bernabe es profesor de la Universidad de Puerto Rico, activista social y político, autor de libros y artículos sobre historia y literatura puertorriqueña.
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