Por Rafael Bernabe
Estas líneas de Lenin, redactadas en 1905, resumen la tragedia de Puerto Rico, y no solo de Puerto Rico: “La revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes; entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga a veces por decenios” [1]. Otras traducciones no dicen descomposición, sino putrefacción.
Las dimensiones de nuestra crisis son tan conocidas y palpables que no es necesario documentarlas: una economía que no crece desde hace década y media, altas tasas de desempleo, reducidas tasas de participación laboral y aumento de la pobreza, la desigualdad y la precariedad económica de individuos y familias, emigración obligada en búsqueda de empleo, degradación ambiental, deterioro de la infraestructura, persistente corrupción en la frontera de contacto de lo público-privado, florecimiento de la economía llamada informal y de su componente ilegal con altísimos niveles de violencia.
Ahora bien, la gravedad de la crisis a partir de 2006 no debe llevarnos a idealizar épocas pasadas: los males enumerados (y otros que se podrían añadir) se han agravado a partir de esa fecha, pero no surgieron en ese momento. ¿Cuáles son sus causas? Recordemos que Puerto Rico lleva ya casi ciento veinte años experimentando el impacto del libre movimiento de mercancías, capitales, dinero y personas de y hacia la más grande economía capitalista del mundo, la de Estados Unidos. Estas son, según los defensores de este sistema económico, las condiciones más conducentes al desarrollo económico y a la nivelación de las regiones más atrasadas con las más avanzadas. Pero a lo largo de más de un siglo, esas condiciones nunca han logrado crear empleo para buena parte de la fuerza laboral del país, o un desarrollo coherente de la producción para el mercado interno y externo, o una articulación balanceada entre agricultura e industria, para no hablar de combinar la actividad económica con la protección del ambiente. Desde hace medio siglo exhibimos un tercio del ingreso per cápita de Estados Unidos, y la mitad de la cifra del estado más pobre. Los problemas que tenemos son el resultado de nuestro experimento capitalista; más capitalismo no los va a solucionar. Los va a empeorar.
Pensar que el capitalismo, que el libre flujo de capital, que las descentralizadas decisiones del mercado, la competencia entre empresas, las acciones de la empresa privada en búsqueda del mayor dividendo van a generar algo distinto de lo que ya han generado es el colmo del irrealismo, es el colmo de la fantasía, es el colmo del wishful thinking.
Puerto Rico necesita una economía planificada democráticamente. A eso nos referimos con la palabra revolución. ¿Será posible ese cambio necesario en el futuro cercano? No parece ser el caso. Entonces les recuerdo las palabras de Lenin, añadiendo otras que preceden a las ya citadas: “No, la sociedad humana no está estructurada de una manera tan racional y cómoda… La revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes; entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga a veces por decenios”. O, como dije, putrefacción. En esas estamos: atrapados en la imposibilidad de lo necesario [2].
Alguien podrá decir: hay más de un tipo de capitalismo. Quizás un capitalismo reglamentado, dirigido, más planificado, más endógeno puede garantizar un desarrollo más orgánico y balanceado para Puerto Rico, con menos desigualdad y menos destrucción ambiental. Hemos sufrido un capitalismo colonial: necesitamos un capitalismo más independiente, menos subordinado al capital externo.
Pero ¿quién va a crear ese capitalismo dirigido, planificado, independiente, nacional, endógeno, autocentrado o como se le quiera llamar? Ciertamente no será la clase empresarial, patronal, poseedora o capitalista puertorriqueña. Esa clase nunca ha tenido proyecto propio. Nunca ha tenido vocación de resistencia al capital externo. Se ha conformado con ser su socio menor. Si usted propone poner impuestos moderados a las empresas foráneas para recuperar parte de las ganancias que hoy se fugan para invertirlas en la economía del país, estos empresarios del país son los primeros en oponerse. Son los primeros en defender el gran capital externo que los desplaza y acorrala. De reglamentación o regulación o planificación no se hable: han abrazado el decálogo neoliberal hasta la última coma. Para esa clase aumentar la “competitividad” es sinónimo de aumentar la explotación del trabajo. Así que, si otro capitalismo es posible, no será nuestra clase capitalista quien lo construya. Como único podría aparecer, si somos realistas, sería si el pueblo trabajador pudiese construir un movimiento político que desde el gobierno implante medidas en esa dirección [3].
Pero no es realista pensar que una clase trabajadora que se organiza y moviliza masiva y activamente, hasta el punto de tomar el gobierno, va a tolerar tranquilamente las injusticias diarias del capitalismo, el pequeño despotismo del patrono en el taller y la fábrica. Tal proceso de enmendar el capitalismo se traducirá en un proceso de abolir el capitalismo, como ya explicó Trotsky hace muchas décadas. Pero, independientemente de lo que dijera Trotsky, ¿está la clase obrera lista o en vías de prepararse para implementar su agenda propia de desarrollo económico, sea modificando o desafiando las reglas económicas vigentes? La respuesta, por ahora, es que carece de tal inclinación. Es lo que necesitamos, pero no es lo que tenemos. Entonces añado otras palabras que preceden a la cita anterior de Lenin: “Sería equivocado creer que las clases revolucionarias tienen siempre fuerza suficiente para hacer una revolución una vez esta ha madurado en virtud de las condiciones del desarrollo económico y social. No, la sociedad humana no está estructurada de una manera tan racional y cómoda… La revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes; entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga a veces por decenios”. O putrefacción.
Pero no se trata de la tragedia, de la descomposición de Puerto Rico únicamente. La humanidad entera enfrenta situaciones que ponen en peligro su supervivencia, entre los cuales se destaca el cambio climático. La ciencia nos dice que es necesario limitar a no más de 2° C el aumento en la temperatura comparada con la era preindustrial. En la actualidad estamos encaminados a un aumento de más de 4° C, con consecuencias “apocalípticas” (colapso de la civilización industrial, puesta en peligro de la supervivencia de la humanidad y otras especies) [4]. Atender el problema exige acción inmediata para reducir las emisiones de CO2, detener la deforestación, suprimir la energía fósil y remplazarla con energía renovable, reducir el consumo de energía, acabar con la dependencia del transporte privado, “relocalizar” una mayor parte de la producción, nada de lo cual puede hacerse sin renunciar al imperativo del crecimiento ilimitado, sin atacar las ganancias de las más grandes empresas, sin someterlas a objetivos determinados socialmente, sin remplazar la lógica de la competencia con la planificación ecológica, entre otras iniciativas. En pocas palabras, sin abolir el capitalismo.
¿Es lo que podemos esperar en el futuro cercano? Sería muy optimista responder en la afirmativa. Entonces, con permiso de todos y todas, les recuerdo por cuarta vez las palabras de Lenin: “La revolución puede haber madurado sin que las fuerzas necesarias llamadas a cumplirla sean suficientes; entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga a veces por decenios”. Pero en este caso, el retraso por decenios de la acción necesaria amenaza a la humanidad, no solo con la descomposición, sino con situaciones más graves e irreparables, incluso con la muerte.
No viene al caso recordar los logros históricos, los progresos materiales propiciados por el capitalismo. El marxismo es el primero en reconocerlos. Quien desee comprobarlo debe leer o releer la primera sección del Manifiesto Comunista. El capitalismo crea las condiciones para la emancipación de la humanidad tanto de la explotación económica como de la opresión política. Crea las condiciones para la emancipación, pero no es capaz de realizarla. Para eso hay que abolirlo, sustituyendo la propiedad privada de las fuentes de riqueza por la propiedad comunal y las leyes del mercado por la planificación democrática. Y, sobre todo: está claro que la dimensión progresista del capitalismo hace ya tiempo fue eclipsada por su lado destructivo (hoy, en tiempo de cambio climático y pandemia, diríamos su lado francamente catastrófico) [5].
Peor aún: la crisis no solo provoca sus consecuencias directas, sino las respuestas regresivas a esas consecuencias: el neofascismo, la xenofobia, el racismo exacerbado, el antifeminismo y la homofobia y las velas hinchadas de proyectos como los de Trump, Bolsonaro, Vox y Dignidad.
Por tanto, la situación es grave. Gravísima. Lo único que nos queda, como decía Walter Benjamin en 1929, citando a los surrealistas, es organizar el pesimismo [6]. El pesimismo no excluye la esperanza. La solución, aunque no esté en la agenda en el futuro inmediato, existe. Lo primero alimenta el pesimismo, lo segundo la esperanza. Podemos luchar por esa solución y hacerla posible desde las luchas inmediatas del presente.
En Puerto Rico, ante los desastres del capitalismo colonial, ni la clase capitalista ni la clase trabajadora han tenido proyecto propio. En esa doble ausencia se instala nuestra tragedia. La primera nunca lo tendrá. ¿Podrá formularlo y construirlo la segunda? Todo depende de la respuesta a esa pregunta. Por supuesto, un proyecto de la clase trabajadora no puede ignorar las distintas formas de dominación existentes. Tiene que enfrentar el racismo, el sexismo, la homofobia, la situación de las y los inmigrantes.
La resistencia existe. No faltan las iniciativas sindicales, ambientales, feministas, comunitarias, antirracistas, estudiantiles, anticoloniales. Pero están separadas unas de otras. Están fragmentadas y son mayormente discontinuas. Carecen de medios de coordinación y de un programa mínimo compartido. Hay que extender esas luchas, coordinarlas democráticamente y dotarlas de un medio de acción política, que incluye, pero no se reduce a la participación electoral. En 2019, por primera vez en nuestra historia removimos de su puesto a un gobernante a través de la movilización desde abajo. Desde ese día, todos los portavoces de la clase dominante hacen un esfuerzo por hundir esos hechos en el olvido y por asegurarse de que sean un hecho aislado, sin réplicas en el futuro. Tenemos que asegurar lo contrario: construir más y mejores veranos del 2019 [7].
Demás está decir que quienes asumimos una posición francamente anticapitalista no la ponemos como condición para colaborar con otras personas. Al contrario, queremos colaborar con todas las que quieran luchar contra las consecuencias del capitalismo. Confiamos que esa práctica demostrará la necesidad de abolirlo. Necesitamos un frente único, que nos permita luchar juntos, cada cual con sus banderas y perspectivas.
Se dirá que Puerto Rico no puede desafiar al capitalismo global solitariamente. Es cierto. Pero el imperativo de crecimiento ilimitado e incesante del capitalismo es incompatible con un planeta finito. La humanidad entera necesita un “cambio revolucionario en las relaciones sociales, y también en la tecnología y las formas de vida”, una “planificación ecológica” como parte de una “economía socialista planificada democráticamente” [8]. Lo mismo que necesita Puerto Rico. No estamos solos. Nuestra lucha es un capítulo de esa lucha global. Tenemos que construirla y vincularla con su contraparte en otras partes, incluyendo Estados Unidos.
No se malentienda. Algunas voces afirman que no hay alternativa posible al capitalismo. Respondemos: es posible que tengan razón. Es posible que estemos condenados al capitalismo. En el pasaje citado Lenin no afirma que la revolución es inevitable o segura, ya que la alternativa sería la descomposición. Dice lo contrario: puede ser que la revolución necesaria no sea posible. La historia de un país puede ser así de irracional e incómoda. Tan solo advierte: en ese caso, lo que nos espera son decenios de descomposición.
A menudo oímos denuncias contra la “clase política”, la “política partidista” o cómo los partidos “dividen al país”. Estas son, en el mejor de los casos, medias verdades, que casi siempre sirven para esconder otras realidades, verdaderamente decisivas. Los partidos no dividen al país, el país está divido en clases. Podemos eliminar los partidos y la división persistirá. La “clase política” gobierna, pero quien domina es la clase capitalista, la propietaria de las fuentes de riqueza. El problema no son los partidos sino los partidos de esa clase, que son los que han gobernado y gobiernan en Puerto Rico. No basta con una denuncia de “los políticos” o de la “clase política”: si la crítica se detiene en ese punto (como hacen la mayor parte de los politólogos, comentaristas y analistas) se convierte en un medio de escudar al capitalismo, de exonerarlo. No, el problema es el capitalismo y para combatirlo necesitamos un programa y organizarnos para defender y promover ese programa, es decir, no renunciar a los partidos, sino impulsar nuestro partido.
Ya escribía otro autor a finales de la década de 1930: quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable de fascismo [9]. Hoy podemos decir: quien no quiera hablar de capitalismo que no hable de corrupción, ni descomposición social, ni de la crisis que vivimos.
Notas
[1] “La última palabra de la táctica ‘iskrista’…” (17/4 octubre 1905) en Obras completas, IX (Madrid: AKAL, 1976) pp. 370-71 y “The latest in Iskra tactics…” en Collected Works, 9 (Moscow: Progress Publisers, 1972).
[2] En este escrito retomamos algunas ideas presentadas en dos artículos anteriores: “Manifiesto de la esperanza sin optimismo”, 80grados, 24 noviembre 2017. https://www.80grados.net/manifiesto-de-la-esperanza-sin-optimismo-en-puerto-rico/ y “Baile del realismo, el pesimismo y la esperanza”, 80grados, 15 febrero 2019.
[3] De hecho, en el pasaje citado de 1905, Lenin se refiere, no a la revolución socialista, sino a la revolución anti-zarista, que él pensaba tendría que ser realizada por la clase trabajadora y los campesinos, dada la falta de voluntad política de la burguesía.
[4] John Bellamy Foster (entrevista con John Molyneaux y Owen McCormack), “Against Doomsday Scenarios. What Is To Be Done Now?”, Monthly Review, 73, 7 (diciembre, 2021), pg. 1-16.
[5] Sobre el tema de la pandemia, el cambio climático y el capitalismo ver Andreas Malm, Corona, Climate, Chronic Emergency. War Communism in the Twenty-First Century (London: Verso, 2020). También nuestra reseña “Capitalismo y catástrofe” (momento crítico, 30 octubre 2020), en https://www.momentocritico.org/post/capitalismo-y-catástrofe.
[6] “El surrealismo: última instantánea de la inteligencia europea” (1929).
[7] Para algunas reflexiones ver Rafael Bernabe y Manuel Rodríguez Banchs, “Verano 2019: balances y perspectivas”, 80grados, 2 agosto 2019, https://www.80grados.net/verano-2019-balances-y-perspectivas/ y Rafael Bernabe “The Puerto Rican Summer”, New Politics, XVII:4, 3-10, https://newpol.org/issue_post/the-puerto-rican-summer/.
[8] Foster, op. cit.
[9] Max Horkhemier, “Los judíos y Europa” (1939).
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Rafael Bernabe es senador, profesor de la Universidad de Puerto Rico, activista social y político, autor de libros y artículos sobre historia y literatura puertorriqueña.
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