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Ecosocialismo, ¿la única utopía?

Por Jorge Lefevre Tavárez


(ilustración por Cristina Pérez)


[Originalmente escrito y publicado para el suplemento En Rojo del semanario Claridad (31 de agosto al 6 de septiembre de 2017): pp. 18-19.]


a Violeta, Lila y Nicolás, parte del futuro


La columna más reciente de Edgardo Rodríguez Juliá trata, en esencia, sobre las utopías y sus límites. No se refiere a las utopías con una connotación necesariamente negativa, como aquello que es ilusorio, fantástico, imposible de lograr. Se trata de ver en la utopía un modelo a seguir. Estamos cerca, entonces, al uso de la palabra que se emplea en aquella frase (algo cursi, pero no por eso menos significativa y sugerente) de Fernando Birri: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.


“La única utopía” (El Nuevo Día 12/8/2017) [1] comienza, como es costumbre en los artículos periodísticos recientes del autor, con una burla amarga, resentida y desencantada de la izquierda global y local. En este caso, luego de caricaturizar a aquellos “adolescentes rebeldes” y “hippies” de los sesenta –lectores de Jack Kerouac y Allen Ginsberg– pasa a retratar a “los más ingenuos” de estas décadas de la segunda mitad del siglo XX. Para Rodríguez Juliá éstos son, por supuesto, los seguidores del marxismo.


Varios eventos históricos, como la guerra de Vietnam, llevaron a la “radicalización demente de muchos hijos de la pobreza y la abundancia”. A pesar de esto, la utopía marxista parecería ser pasajera, pues con el tiempo se “reduciría” o se banalizaría, convirtiéndose en un mero apéndice cultural, “una vaga adhesión al rock, o a la Nueva Trova”. La nueva “utopía personal” que tomará su lugar será aquella de la democracia liberal y la clase media: ante el Seguro Social, los empleos en las comunicaciones, en la publicidad y en las finanzas, la obsesión con el consumo y “la promesa de un progreso ilimitado”, aquel antiguo “sujeto libertario” reconsideraría su previo posicionamiento utópico acomodándose a sus nuevas aspiraciones materiales. En la medida en que estas aspiraciones se expanden por el globo, la democracia liberal se convertirá en una “utopía universal”. A partir de este momento, la columna de Rodríguez Juliá dejará atrás su carácter burlón para dedicarse de lleno a discutir la democracia liberal, la que se deja entender implícitamente como “la única utopía” que queda.


Donde verdaderamente acierta la columna es a la hora de trazar los límites de esta utopía liberal. Si bien es cierto que la democracia liberal ha creado una población con cierto acceso a la educación, la salud y el consumo, es un sistema que se fundamenta en la producción de mercancías destinadas a la venta y a la creación de la riqueza para manos privadas. Su guía es, por lo tanto, la ganancia privada. Y las contradicciones de este sistema han aflorado con particular vehemencia en estas últimas décadas por dos vías: por un lado, la creciente desigualdad producto de las medidas de austeridad luego de la última crisis mundial y, por el otro, el cambio climático, en gran medida un resultado de la generación energética “sucia”, basada en recursos no renovables. Todos los países han sido testigos de las consecuencias de este cambio: sequías e inundaciones, temperaturas extremas (tanto altas como bajas), el alza en los niveles del mar, etc. La democracia liberal se fundamenta, por lo tanto, en la destrucción ambiental. En palabras de Rodríguez Juliá, la paradoja interna de la democracia liberal es la siguiente: “para crear una clase media global, y superar la desigualdad, tendríamos que continuar con el saqueo del planeta.”


Pero incluso esta “superación de la desigualdad” está puesta en duda en el escrito de Rodríguez Juliá dado que reconoce las brechas económicas y sociales que se expanden cada vez más en las distintas partes del mundo. El problema mayor, sin embargo, continúa siendo el que señaló anteriormente: “A pesar de la desigualdad social y económica –cada vez mayor, entre toda la población mundial–, la reflexión necesaria es sobre la vulnerabilidad del planeta como tal, la supervivencia de los humanos en esa nave espacial que llamamos Tierra”. Más adelante, reitera: “Hoy por hoy, la contaminación ambiental que ha resultado en el cambio climático, la degradación de la atmósfera mediante la quema de combustibles derivados de fósiles de carbón, se ha convertido en máxima prioridad para la civilización.”


“El cuestionamiento”, para Rodríguez Juliá, “sería si podríamos crear suficiente riqueza para financiar el Estado Benefactor, atemperar la desigualdad creciente y no devastar el planeta”. Sin embargo, ya en su artículo quedaron claras las tendencias estructurales de lo que venimos llamando democracia liberal: una lógica económica que requiere del saqueo del planeta para la producción de mercancías, que requiere de un consumo creciente para generar ganancias, que requiere una clase media que se fundamenta, precisamente, en un estilo de vida consumista para nutrir un ilógico círculo vicioso, dañino y en constante expansión. Por lo tanto, requiere de la creciente producción de mercancías a costa de la desigualdad social y la destrucción ambiental. Partiendo de lo dicho, cabe preguntarse: ¿es, verdaderamente, la democracia liberal la única utopía posible? ¿No existe un modelo a seguir más adecuado a nuestras vidas y al planeta? ¿Es imposible superar las contradicciones planteadas –y ahora dejémonos de eufemismos – por el capitalismo contemporáneo y su afán destructivo, expansionista y desplanificado?


Es aquí donde la columna de Rodríguez Juliá se estanca, dejándonos en el aire ante los límites de la democracia liberal. Parte del problema de su análisis tiene que ver con una de las utopías descartadas al principio de la columna: el marxismo. Al día de hoy, no existe un acercamiento más riguroso y una crítica más voraz al funcionamiento interno del sistema capitalista en el que vivimos. Un sistema que tiene como fundamento la propiedad privada de los medios de producción y que impulsa el movimiento económico y social a partir de la competencia y la producción de una ganancia individual y privada. El capital de Carlos Marx cumple 150 años de su publicación, y todavía hoy mantiene una vigencia impresionante; donde queda rezagado, nos brinda las herramientas analíticas más propicias para entender los cambios que han transcurrido en este sistema económico. El propio Rodríguez Juliá en su columna no puede hacer más que referirse al “atinado análisis que hizo Marx de la irracionalidad del capitalismo”. Dado que ha sido el acercamiento más certero del sistema económico en el que vivimos, ¿no podría el marxismo brindarnos aquella utopía necesaria que rebasa las contradicciones actuales de la democracia liberal?


¿Qué propone el marxismo? Propone, en síntesis, la planificación económica: en lugar de una producción privada, regida por la competencia y la ganancia egoísta, la economía y la producción sería centralizada y colectiva, obra de toda la sociedad; en lugar de crear mercancías para la venta y el enriquecimiento de los capitalistas, sin importar el costo social y ecológico de lo que se produce y cómo se produce, la sociedad decidiría democráticamente qué y cómo producir lo que verdaderamente necesita [2].


Un movimiento socialista que no esté preocupado por el problema ambiental no sólo continúa reproduciendo los límites del sistema de producción capitalista, sino que está destinado a alienarse de los movimientos populares ecológicos y de la comunidad científica. Por otro lado, un movimiento ambientalista que no asuma la crítica económica del capitalismo y se limite a meras reformas está, en última instancia, destinada al fracaso.

Una economía planificada le daría fin a las crisis cíclicas producto, entre otras cosas, de la anarquía del mercado, lo que ha caracterizado al sistema capitalista desde el siglo XIX. A través de una verdadera planificación, además, empezaría a disolverse una parte importante de las desigualdades que imperan en este sistema económico. En la medida en que la ganancia deja de ser privada y se convierte en obra colectiva de toda la sociedad, se es capaz de llevar a cabo una verdadera distribución de las riquezas producidas.


Para lograr una economía planificada, habrá que abolir la propiedad privada de los medios de producción tal y como la conocemos (lo que no descarta que existan la práctica cooperativa y la existencia de pequeños negocios o emprendimientos autogestionados en áreas estratégicas). Debido a la constitución clasista de la sociedad, y que la clase capitalista, dueña de los medios de producción, no va a abandonar lo que ahora tiene y que le brinda grandes ganancias económicas, como único se podría lograr esta economía es a través de la toma del poder del Estado por parte de las grandes mayorías que componen la población, en particular la clase trabajadora, que, por distintas razones, debería liderar este proceso.


Desafortunadamente, gran parte de la historia del marxismo le ha dado la espalda al problema ecológico, irónicamente asumiendo en muchas ocasiones unas posiciones económicas productivistas –es decir, demasiado enfocadas en producir por producir– en lugar de unas enfocadas en producir responsablemente y racionalmente para el bien de la sociedad y su entorno. La Revolución rusa, que conmemora ahora sus 100 años, fue un ejemplo demasiado breve de la posible interrelación entre la crítica económica y la crítica ecológica; la contrarrevolución estalinista terminó por reproducir los elementos más destructivos de la producción capitalista a través de la generación de energía a partir de la quema de recursos no renovables o de fuentes nucleares [3]. China hoy es uno de los grandes contaminantes del planeta. Sólo Cuba, a su manera, ha logrado servir de guía en algunas áreas del tema ambiental. Pero a pesar de los ejemplos limitados, las herramientas que brinda Marx persisten, y en las últimas décadas lo que por mucho tiempo fue un asunto ignorado ha ido cobrando más fuerza, a tal nivel de desembocar en uno de los campos y los debates actuales más ricos dentro del marxismo: el ecosocialismo.


“El ecosocialismo es una corriente política fundamentada en una certeza esencial: que el preservar el equilibrio ecológico del planeta y, por lo tanto, un ambiente favorable a las especies, incluyendo la nuestra, es incompatible con la expansión y la lógica destructiva del sistema capitalista” [4]. Une políticas “rojas” con políticas “verdes”, partiendo de la premisa de que una sería insuficiente sin la otra. Un movimiento socialista que no esté preocupado por el problema ambiental no sólo continúa reproduciendo los límites del sistema de producción capitalista, sino que está destinado a alienarse de los movimientos populares ecológicos y de la comunidad científica. Por otro lado, un movimiento ambientalista que no asuma la crítica económica del capitalismo y se limite a meras reformas está, en última instancia, destinada al fracaso; como bien sugirió Rodríguez Juliá, ante la lógica de la ganancia, son insuficientes las reformas a las que están dispuestos los capitalistas y los gobiernos del mundo. “¿Cuál es la solución? ¿La austeridad individual, como proponen tantos ecólogos? ¿La reducción drástica del consumo? La crítica cultural del consumismo es necesaria pero insuficiente: se tiene que combatir al propio sistema de producción. Sólo una reorganización colectiva y democrática del sistema de producción puede satisfacer las necesidades sociales reales, reducir el tiempo de trabajo, suprimir la producción innecesaria y peligrosa y reemplazar las fuentes fósiles con fuentes de energía renovable. Todo esto conlleva intervenciones radicales en la propiedad capitalista, una extensión del sector público y, en otras palabras, un plan democrático y ecosocialista” [5].


Aunque quizás a primera vista parecería como si esto fuera un debate alejado de nuestra realidad, la de una colonia en crisis económica, social y política, no hay que ir muy lejos para entender la importancia de unir la crítica económica con la ecológica. Quienes mejor entienden estos ejes como inseparables quizás sean los residentes de las comunidades de Peñuelas que se oponen al depósito de cenizas producto de una generación energética a partir de la quema de carbón, la que se ha comprobado como peligrosa, sucia y contaminante. ¿Por qué existe, entonces, esta práctica de quema de carbón en la isla? Su único fin “lógico” es la ganancia de una empresa privada apoyada por la ineficiencia y la corrupción de nuestro aparato gubernamental. (Ya lo habrá dicho Ernest Mandel anteriormente: la racionalidad burguesa es racionalidad a medias, y siempre lleva dentro de sí lo irracional.) Quienes mejor pueden entender la importancia de la propuesta ecosocialista de unir la crítica económica con la ecológica quizá sean los residentes de Arecibo, que por años se han opuesto a la construcción de una incineradora de basura que traería problemas de salud para la población a través del envenenamiento del aire, de los cuerpos de agua cercanos y de la industria ganadera y lechera aledaña.


En este sentido, aunque Puerto Rico no sea a nivel global uno de los causantes principales del calentamiento global, no por eso dejan de tener vigencia los principios de la propuesta ecosocialista. Ante nosotros recae la defensa de nuestras playas, nuestros recursos naturales, las especies de la isla y nuestra gente; ante nosotros, los retos para por fin deshacernos de la quema de carbón, de la incineración de basura, de la contaminación lumínica. Eventualmente, habrá que terminar por completo con la producción de energía a partir de recursos no-renovables, con el manejo de desperdicios basado casi exclusivamente en los vertederos, con una agricultura que contamina a la vez las cosechas y las tierras, teniendo un efecto negativo en la población. Todos estos problemas ya cuentan con un grupo nutrido de activistas y de personas dedicadas provenientes de distintas disciplinas, entre las cuales no escasean acercamientos científicos. (En estos últimos años en particular, la agricultura ha sido un tema de interés creciente para una población joven cada vez más preocupada por la producción de alimentos a partir de métodos agroecológicos [6].) Ni se debe olvidar el carácter internacional de esta lucha, ni se debe perder de vista cómo ella interfiere y atraviesa gran parte de nuestra vida social.


El camino hacia el ecosocialismo, es decir, hacia un mundo con una economía planificada democráticamente y responsable ante el ambiente y el planeta, es uno que pareciera ser lejano o imposible. No en balde se refiere Rodríguez Juliá en su artículo a “ese esfuerzo sin duda utópico de salvar la Tierra como hábitat de la humanidad”. Y quizás habrá lectores de esta columna que verán en la propuesta ecosocialista otra utopía impracticable. Por mi parte, creo que hay razones de más, tanto económicas como científicas, que le dan sostén a la propuesta ecosocialista. La pregunta retórica que le da título a este escrito, en mi opinión, debería contestarse con un rotundo y necesario ‘sí’, aunque en la época en que vivimos respuestas tan definitivas crean tanta sospecha.


Quizás en otro momento valdría la pena entrar más en detalle al respecto, pero aquí quisiera concluir con un punto algo más sencillo aunque apremiante. La crisis ambiental lleva a la precarización del bienestar social en general y una mayor profundización de la desigualdad social a un ritmo demasiado acelerado. Algunas de las ciudades principales de la historia, más pronto de lo que uno pensaría, quedarán bajo agua ante el alza de los niveles del mar, con la misma rapidez que en la isla se observa que el mar le ha robado terreno a Cabo Rojo y a Culebra. Las temperaturas extremas harán cada vez más difícil la vida en el planeta y la producción de comida para todos. A esto se le añade el daño ambiental que ya se le ha hecho a distintos ecosistemas y a distintas especies de plantas y animales, daño que todavía está por ver si es posible revertir. Las repercusiones son evidentes. En fin, si la alternativa a nuestra sociedad no es ecosocialista, o si no la logramos pronto, la especie humana y, por lo tanto, de la vida social que conocemos hoy día concluirá. No queda más que terminar con el sistema producción capitalista que, en palabras de Marx, “sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de la producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el ser humano”.


 

Notas


[1] Para acceder a la versión electrónica, pueden utilizar el siguiente enlace: https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/launicautopia –columna –2348290



[2] Un ensayo que de una manera rigurosa y a la vez clara ejemplifica lo que significaría una economía planificada, a la vez que ayuda a visualizar algo que por otro lado pudiera parecer abstracto, es “En defensa de la planificación socialista” de Ernest Mandel. Aunque la traducción al español es difícil de conseguir, en el siguiente enlace se puede acceder a su versión original en inglés: https://www.marxists.org/archive/mandel/1986/09/planning.html


[3] Para un estudio reciente sobre los intentos de preservación natural y los avances ecológicos y científicos en los primeros años de la URSS previo al estalinismo, ver el excelente ensayo de Daniel Tanuro, “La demasiada breve convergencia entre la revolución rusa y la ecología científica”: http://vientosur.info/spip.php?article12890


[4] La definición se la tomamos prestada a Michael Löwy, del prefacio de su libro Ecosocialism. A Radical Alternative to Capitalist Catastrophe. Para un estudio introductorio a la vez que profundo sobre el tema, ver de este autor: “¿Qué es el Ecosocialismo?”, del 2004. “La cuestión ecológica es, en mi opinión, el desafío más grande para una renovación del pensamiento marxista en el siglo XXI. Ésta exige a los marxistas una revisión crítica profunda de su concepción tradicional de las «fuerzas productivas», así como una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna”. El ensayo se encuentra en el siguiente enlace: http://www.democraciasocialista.org?p=1526


[5] Nuevamente le tomamos un párrafo a Michael Löwy, del antes mencionado prefacio de Ecosocialism. A Radical Alternative to Capitalist Catastrophe.


[6] Recientemente en las páginas de En Rojo se publicó un artículo importante titulado “Ian Pagán Roig: revolucionario de la tierra” que, aunque centrado en una figura y en el proyecto del Josco Bravo, da indicios de lo que significa este movimiento agroecológico en Puerto Rico. “Más allá de una agricultura productiva, que es el enfoque ciego de la agricultura convencional, nos toca pensar en una agricultura adaptada a un planeta cambiante, a una agricultura resiliente”. Para acceder al artículo en su versión electrónica, ir a: https://www.claridadpuertorico.com/ian-pagan-roig-revolucionario-de-la-tierra/



Jorge Lefevre Tavárez es miembro de Democracia Socialista y de la Junta Editorial de momento crítico

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